La tormenta económica causada por la invasión de Ucrania no amaina. En cierto modo, acaba de comenzar. Todas las noticias relacionadas con la guerra tienen un impacto negativo. Gobiernos como el español van perdiendo el control de los acontecimientos ante el progresivo aumento del precio de las materias primas y las fuentes de energía. En las medidas que sí pueden tomar para castigar a Rusia por la invasión, resulta que ellos también tendrán que pagar una parte considerable de la factura económica. Ahora más que nunca es importante acertar con la respuesta, pero políticamente no lo es menos adjudicar las culpas.
Finalmente, los gobiernos europeos acordaron esta semana poner fin a la mayor parte de las importaciones de petróleo ruso, exceptuando el que llega vía oleoducto a países como Hungría y Eslovaquia. La adopción del veto se ha visto frenada de momento por la oposición del húngaro Viktor Orbán a incluir al patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa en la lista de sancionados. La sexta ronda de sanciones pretende anular la principal fuente de financiación del Estado ruso y por tanto de su maquinaria militar. Un 45% de los ingresos de los presupuestos de Rusia proviene de la exportación de gas y petróleo. Lo que todos saben es que la decisión de la UE probablemente contribuirá a aumentar el precio del crudo en los mercados internacionales.
Un informe reciente del Bank of America afirma que la producción de crudo ruso se ha reducido en un millón de barriles diarios en 2022 a causa de la guerra. Muchos países están reduciendo su compra. Calcula que de un total de 11,4 millones diarios en el primer trimestre de este año, se pasará a una media de diez millones en 2023. Ese sería el límite a partir del cual se produciría una recesión global. “Creemos que una fuerte contracción de las exportaciones de petróleo ruso provocaría una crisis petrolífera similar a la de los años ochenta y que el crudo Brent superaría los 150 dólares el barril”, dice el informe.
En los últimos días, el petróleo Brent se ha movido en torno a los 118 dólares por barril y llegó a alcanzar los 120. Eso provocó un incremento récord en los combustibles en EEUU y Europa, que es uno de los factores, junto a la electricidad, que han causado el aumento de los precios. La inflación es una amenaza real a escala global. El hecho de que España no sea el país más castigado –es el undécimo país con inflación más alta en la eurozona– no es un consuelo para el poder adquisitivo de los hogares.
El precio medio de la gasolina en EEUU ha superado los 4,6 dólares por galón (un galón equivale a 3,7 litros). A partir de cuatro dólares, se suele convertir en un serio problema para la Casa Blanca. En California, está por encima de los seis dólares. Joe Biden ha prometido en los últimos meses que no piensa en otra cosa que en reducir la inflación. Últimamente, se le nota más realista. “La idea de que vamos a poder apretar un botón y reducir el coste de la gasolina no es muy probable a corto plazo”, ha dicho esta semana.
El plan B de Biden consistía en pedir a Arabia Saudí un incremento de su producción. Hasta ahora, Riad había respondido con negativas o no dándose por aludido. Las relaciones personales de Biden con el príncipe Mohamed bin Salmán no son nada buenas. El presidente norteamericano se negó al llegar al poder a aceptar llamadas del gobernante de facto del reino por su probable implicación en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Para conseguir frenar a Putin, necesita la ayuda de un socio un tanto indeseable como el heredero del trono saudí.
La volatilidad tampoco beneficia a los países exportadores. Una caída repentina del volumen de crudo ruso disponible en el mercado, a lo que hay que sumar desde esta semana la vuelta de la actividad económica en Shanghái tras el fin del confinamiento, puede provocar subidas de precio aun mayores. El Financial Times publicó en la mañana de este jueves, citando fuentes anónimas, que Arabia Saudí está preparada para elevar su producción en el caso de que se produzca una brusca caída de las exportaciones rusas a causa de las sanciones. “Arabia Saudí es consciente de los riesgos y de que no le interesa perder el control de los precios del petróleo”, dice una de las fuentes citadas por el diario.
Pocas horas después, una reunión de OPEP Plus, el grupo en que están los países de la OPEP más otros productores de petróleo entre los que está Rusia, decidió aumentar la producción de crudo en 650.000 barriles diarios en los meses de julio y agosto. El incremento no es espectacular –estaba previsto una subida de 400.000 barriles–, pero indica un cambio de tendencia con el que detener el aumento de precios. Las expectativas creadas por la noticia hicieron que el precio del Brent bajara a 112 dólares el barril en los movimientos anteriores a la apertura del mercado. Quizá el aumento de producción no fue tan significativo como algunos esperaban, porque en la mañana del jueves volvió a subir y situarse en 116 dólares.
España recibe de Rusia sólo el 4% del petróleo que importa. Cuenta con alternativas de sobra para cubrir ese hueco. Pedro Sánchez se reunió el miércoles en Moncloa con Muhammadu Buhari, presidente de Nigeria, el primer suministrador de España con el 19% del total de importaciones de crudo y también gran exportador de gas. Hace dos semanas, recibió al emir de Qatar, uno de los grandes exportadores de gas del mundo. Es hora de tocar en todas las puertas para asegurar el suministro energético.
El problema que sí afecta a España es el precio de esas materias primas con independencia de su origen. Ahí nadie se libra. Sánchez ha anunciado la prórroga del plan de ayudas en respuesta a la crisis que finalizaba el 30 de junio, que incluye la bonificación de veinte céntimos por cada litro de carburantes o la rebaja de impuestos de la electricidad. Prácticamente, no tenía otra opción. El Gobierno aún no ha dado una respuesta clara a las sospechas de que las estaciones de servicio han ido subiendo los precios de forma que el valor de esa ayuda se ha ido diluyendo.
El discurso que Sánchez dio el miércoles a los diputados y senadores del PSOE fue claramente triunfalista sobre el balance de sus cuatro años como presidente desde la moción de censura. Insistió en la idea de que es necesario ofrecer un mensaje optimista en un periodo de máxima incertidumbre que se prolongará durante mucho tiempo. Pocos gobiernos han sobrevivido a lo largo de la historia vendiendo pesimismo. La incógnita que persiste es cuánto tiempo soportará la opinión pública un estado de guerra permanente con dañinas consecuencias económicas. Es la misma pregunta que se están haciendo en estos momentos Macron, Scholz y Draghi.
En su propaganda, el Gobierno ruso cuenta con que llegará el momento en que los gobiernos europeos no puedan sostener su ayuda militar masiva a Ucrania y pedirán a Moscú una salida negociada que tenga en cuenta sus intereses. A lo largo de esta crisis, Vladímir Putin ha fallado en casi todas sus previsiones, en primer lugar sobre la capacidad de resistencia de los ucranianos y después sobre la unión de Europa y EEUU en la respuesta. El embargo al petróleo ruso de esta semana es otra derrota de sus expectativas. Pero en esta guerra de desgaste nadie va a salir indemne.
“Si miráramos a otro lado, el coste sería mayor”, dijo Sánchez en Bruselas para justificar la decisión de la UE. Ahora sí que necesita un “manual de resistencia” para superar la peor situación que ha sufrido Europa en muchas décadas.
Nota: artículo actualizado con la noticia del aumento de producción de petróleo decidido el jueves por OPEP Plus.