El tiempo se había acabado para Pablo Casado. En realidad, le quedaban 37 segundos para consumir en su turno después de la réplica de Pedro Sánchez en la sesión de control. No era ya el reloj de la cuenta atrás el que le importaba. Había pronunciado su breve discurso de algo menos de dos minutos, recibido la ovación en pie de los que le habían traicionado y ya no quedaba nada más que decir. Casado se levantó mientras Meritxell Batet le estaba mirando a la espera de comprobar si iba a utilizar esos segundos. Sin más gestos, el todavía líder del Partido Popular bajó del escaño, giró a la izquierda y abandonó el hemiciclo. Fuese y no hubo nada. Eso es lo que quedaba de la presidencia de Casado. Nada.
El día anterior, se supo que pretendía asistir a la sesión de control del miércoles en un gesto que políticos y periodistas consideraban irracional. Ya estaba muerto y sólo estaba intentando que le enterraran con un poco de dignidad. ¿Pretendía apurar hasta el final el cáliz de la vergüenza? ¿Hasta ese punto había perdido el contacto de la realidad?
Al final, resultó que ese gesto le reforzó en una historia en que la mayoría de sus compañeros de partido han adoptado el rol del traidor. Fue admirable que decidiera cumplir con su labor hasta el final en vez de esconderse en su despacho. Era también absurdo políticamente y duro en lo personal. Pero obligó al grupo parlamentario del PP a escucharle y a mirarle a la cara.
“¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el implacable Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto!”. No hubo un Marco Antonio que hiciera después el panegírico de Casado y pasara revista a las heridas abiertas por los puñales de Guillermo Mariscal, José Ignacio Echániz, Ana Belén Vázquez, Mario Garcés y otros diputados que formaban el cuerpo de pretorianos de Casado en el Congreso. Los que se rompían las manos aplaudiendo cuando creían que Casado había dado un gran discurso y que ahora escondían las togas manchadas de sangre.
Lo único que se escuchó fue una frase de despedida de Cuca Gamarra que era tan triste que se la podía haber ahorrado. La portavoz del PP envió el “gran respeto y admiración” que el grupo parlamentario siente por Casado. Y eso fue todo.
En el apartado de misterios insondables, se vio a Cayetana Álvarez de Toledo en pie aplaudiendo a un Casado al que desprecia. Había sido una especie de lapsus forzado por las circunstancias. Ella no quería aplaudir, pero vio a todos sus compañeros hacerlo y acabó levantándose sin mucha pasión. Después, explicó a los periodistas que “frente a los sentimientos, están los hechos”. Para ella, los hechos son que Casado acusó a Isabel Díaz Ayuso de tráfico de influencias y que con eso “se ha ensuciado la manera de hacer política”. Ahora, Álvarez de Toledo apoya a Núñez Feijóo, que desde luego tiene una trayectoria más moderada que Casado.
Tres diputados salieron del hemiciclo para acompañar a Casado: Pablo Montesinos, Ana Beltrán y Antonio González Terol. Tres. Una gota de dignidad y coherencia entre tanta renuncia o cobardía. Los demás se quedaron para una sesión de control irrelevante e insípida.
El discurso de Casado no fue una pieza de oratoria para recordar. El presidente del PP había terminado desarrollando un estilo en el que sólo destacaba cuando cargaba contra el Gobierno con la bayoneta calada. Esta vez, reivindicó un “espacio de centralidad” del que él desertó hace tiempo, porque el ataque brutal era lo que jaleaban el grupo parlamentario y la prensa de derechas. Se remontó al discurso de la sesión de investidura de Sánchez: “Nuestra responsabilidad es ensanchar el espacio de la centralidad para que tanto PP como PSOE pudiéramos ganar en él sin necesidad de pactos con los que no creen en España ni alianzas con los que atentaron contra ella”.
Casado acusó en innumerables ocasiones en esta legislatura a Sánchez de asociarse con “los enemigos de España”, de poner en peligro los derechos fundamentales y de colocar al país en la quiebra financiera. Su centralidad consistía en disparar ráfagas constantes contra el Gobierno desde las posiciones más derechistas.
Sánchez no quiso hacer leña con todo el bosque caído que tenía ante él. Tampoco se dejó llevar por una fingida emoción que no se hubiera creído nadie. El teatrillo de los sentimientos compungidos quedaba para la bancada del PP. Recordó que la oposición “se ha instalado en la descalificación constante” con el objetivo de negar la legitimidad del Gobierno, una estrategia con la que Casado terminó emparentándose con Vox.
Lo que sí hizo Sánchez fue dar una noticia: “Les anuncio que el Gobierno no va a adelantar elecciones”. No se aprovechará del estado de postración en el que se encuentra el principal partido de la oposición. Una cosa es que mucha gente piense que el presidente es un tipo con suerte, pero tampoco hay que abusar. Los cementerios políticos están llenos de gente que se pasó de lista disolviendo el Parlamento para aprovechar una supuesta coyuntura favorable en las urnas. El último fue Mañueco, que ahora se va a comer entero un Gobierno de coalición con Vox.
El 23F de 2022 será recordado por la despedida de Pablo Casado, el hombre que desde el primer día quería comerse el mundo y que al final fue engullido por una criatura de su creación, Díaz Ayuso. Las crónicas dicen que estos últimos días no sale de su perplejidad, porque cree que no ha hecho nada malo. Su problema empezó a ser irresoluble cuando habló de un posible delito de tráfico de influencias en la entrevista del viernes con Carlos Herrera en la COPE. Hizo la apuesta más dura contra Ayuso y de ahí uno de los dos tenía que salir con los pies por delante. Su partido, en estado de pánico, decidió que tenía que ser él.
La verdad es que quien lo ha clavado ha sido Albert Pla. El músico muy conocido por sus opiniones salvajes sobre unas cuantas cosas ofreció un análisis muy certero: “País fantástico. Denuncias a una persona de tu partido por corrupción y te echan por chivato”.
Te apuñalan, te echan y te dedican una ovación puestos en pie. Lo que hay que hacer para que parezca un accidente.