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El PP intenta recuperar el control de la campaña escondiendo sus pactos con Vox

Aitor Riveiro

5 de julio de 2023 22:57 h

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En el anterior capítulo electoral, la noche del 28 de mayo, el PP celebró con un gran jolgorio su triunfo en las elecciones municipales y autonómicas. Alberto Núñez Feijóo veía a tiro arrebatar varios gobiernos autonómicos e importantes ayuntamientos al bloque progresista articulado por PSOE y Unidas Podemos. El camino a la Moncloa parecía despejado. El 'sanchismo', hundido. La euforia era tal que el sorpresivo adelanto electoral decretado al día siguiente por Pedro Sánchez fue recibido casi con alborozo, como un síntoma de descomposición del Ejecutivo.

La extremeña María Guardiola y el resto de barones fueron recibidos el día 30 en la sede nacional como héroes que regresan de una triunfal campaña y rinden tributo de sus conquistas al emperador. La diferencia con el PSOE en las municipales fue de tres puntos, pero el poder institucional alcanzado por los populares (gracias a la suma con Vox) sirvió en bandeja el relato de que el camino a La Moncloa estaba garantizado a falta de una última etapa de trámite: el 23J.

Un mes después, esa euforia se ha matizado en el número 13 de la madrileña calle de Génova. El optimismo continúa y las últimas encuestas han contribuido a ello –desde la de GAD3 para ABC y el CIS que lo sitúa por primera vez por delante del PSOE, aunque lejos de la mayoría absoluta, hasta el CEO catalán, que lo sitúa peleando la segunda posición a Junts y Esquerra–, pero está la incógnita de cómo pueden influir los pactos con Vox en la Comunitat Valenciana, Extremadura y Baleares.

Sea cual sea el resultado final, el marco de la campaña es diferente al del 28M: EH Bildu ya no domina los titulares, los barones socialistas curan sus heridas. Los siempre críticos exdirigentes (salvo Alfonso Guerra o algunos que imploran un cargo en un hipotético Gobierno de Feijóo) han optado por el silencio y en su lugar otros han salido a la ofensiva, como es el caso de José Luis Rodríguez Zapatero e incluso algunos exfelipistas. Sin tiempo para reaccionar entre la debacle del 28M y una nueva campaña, el PSOE remonta su propio pesimismo.

En privado, los dirigentes del PP hacen porras que los sitúan por encima de los 150 escaños. Feijóo se comporta como si en lugar del aspirante, tuviese la victoria en la mano y busca una estrategia conservadora que pasa por no cometer errores. Un ejemplo es la decisión de no ir a los debates electorales y reducir su presencia a un cara a cara con Sánchez en el plató de Atresmedia.

Los populares tratan de enterrar las polémicas que persiguen a su líder, como la de ocultar el sobresueldo que cobran los dirigentes del partido, presidente incluido, aunque las leyes obliguen a ser transparentes con el dinero que perciben los cargos públicos. Pero sobre todo intentan minimizar el alcance de sus pactos con Vox, el elefante en la habitación, el asunto más incómodo que hasta la derecha mediática, con el centenario ABC a la cabeza, le ha reprochado.

Y tratan de restar importancia a los episodios de censura que empiezan a aflorar en algunas de sus instituciones sobre obras de teatro e incluso películas de animación, que han propiciado manifiestos en contra firmados por personalidades del mundo de la cultura.

El PP intenta pasar página sobre la pesada digestión de esos acuerdos –más de 100 en diferentes municipios– y el esperpento de Extremadura que llevó a la cúpula del PP a hacer rectificar a María Guardiola para que diese cabida en su Gobierno a la extrema derecha de Vox, de la que llevaba meses abjurando, hasta el punto de amagar con dimitir antes que cederles alguna consejería.

Ahora intentan evitar otro pacto en Murcia, cuya sesión de investidura comienza este jueves y coincide con la pegada de carteles. Un asunto secundario, en todo caso, después de que Feijóo haya admitido que si no le dan los números habrá ministros de Vox en su Gobierno, quién sabe si incluso vicepresidente.

No solo los pactos de PP y Vox han cambiado el marco de la campaña, también es distinta la respuesta que Pedro Sánchez ha elegido para confrontar los ataques de la derecha. El presidente ha pasado a la ofensiva y en apenas diez días ha pasado por los micrófonos de radios y televisiones hostiles para él y a las que se había negado a ir estos últimos cuatro años: de Onda Cero a ‘El Hormiguero’, pasando por el programa de Ana Rosa Quintana. 

La primera señal del cambio de estrategia del PSOE fue la propuesta de realizar un debate televisado semanal con Feijóo. Una idea exótica que fue recibida con displicencia por el PP, pero que trata de retratar a un candidato huidizo en el PP. 

Feijóo solo ha aceptado un ‘cara a cara’ con Sánchez, en Atresmedia. Por el camino, ha rechazado sendos debates ‘a cuatro’ (con Sumar y Vox) en RTVE y el Grupo Prisa. El primero se celebrará y, salvo cambio de última hora, con el atril del candidato del PP vacío. El segundo se ha desconvocado tras la negativa de Vox a acudir “por problemas de agenda”.

En el PP intentan evitar la imagen de “bloques” que su líder ha intentado romper desde su llegada a Madrid, en abril de 2022. Pero los pactos con Vox para arrebatar el máximo de poder territorial al otro bloque han torcido en parte la estrategia. Las cesiones en Barcelona (al PSC), en Vitoria (al PSOE) o en Gipuzkoa (al PNV) han quedado tapadas por los acuerdos con la ultraderecha para hacerse con importantes ayuntamientos donde el PSOE había ganado las elecciones. En total son más de 130 municipios donde los populares gobiernan junto a la extrema derecha.

Feijóo, quien llegó a la presidencia del PP convencido de sí mismo y conminando a Sánchez a debatir con él en el Senado, rechaza en campaña confrontar con el candidato a la reelección y los representantes de los principales partidos. 

Los intentos epistolares de la dirección del PP de convertir sus ‘noes’ en un rechazo de Sánchez a compartir plató con EH Bildu y ERC han fracasado, una prueba de que el intento de Feijóo de insistir en lo que funcionó en mayo no garantiza el triunfo ahora. El último giro del líder gallego sobre la reforma laboral de Yolanda Díaz y el compromiso adquirido ante Bruselas de no tocarla dan cuenta de que la “derogación del sanchismo” es poco más que un eslogan, pero que los populares van a seguir explotando confiados en que pese más el deseo de desalojar al presidente que el rechazo a sus pactos con la extrema derecha. A pesar de que esos acuerdos tiñeron de azul el mapa de autonomías y ayuntamientos, la distancia en las municipales fue de tres puntos sobre el PSOE.

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