“No tomes diazepam, toma la empresa. Que tu salud mental no dependa de tu valor laboral”, rezaba una pancarta en la manifestación del 1º de Mayo en Madrid en 2022. Quienes la portaban eran jóvenes del colectivo Abrir Brecha, en el que las personas más adultas apenas superan los 30 años. Chavales que se reúnen una o dos veces al mes en asambleas para poner en común problemas colectivos que afectan a las nuevas generaciones –y a las viejas también– como la vivienda, la salud mental, la desigualdad de género o el cambio climático, entre otros. Y también para buscar soluciones y participar en política de manera horizontal y desde la calle.
Según el último informe del Instituto de la Juventud en España (INJUVE), con datos del año 2020, el interés de la juventud por la política está cerca de un 40% –duplicando las cifras de la década anterior–, siendo el trabajo, la educación, la vivienda y la igualdad los temas que más les interesan. elDiario.es ha hablado con cinco activistas de distintos colectivos para saber cuáles son sus preocupaciones, cómo ha cambiado la militancia y qué esperan del futuro.
Irene pertenece a Abrir Brecha Madrid desde 2018. Tiene 22 años y vive en Vallecas. Lleva militando desde los 18 y es uno de los prototipos de jóvenes activistas en el siglo XXI: sin adhesión a los sindicatos tradicionales, con temas como el feminismo, el ecologismo o la salud mental por bandera y con una crítica contundente a la que creen que es la principal causa de fondo de su situación precaria: el sistema capitalista. Su colectivo ofrece una variedad de proyectos y se centra en varios ejes: precariedad, feminismo, ecologismo, educación, vivienda… “Milito ahí porque no hace falta enfocarse en un solo tema, sino que puedes jugar con la interseccionalidad de las luchas”, cuenta esta joven estudiante de Antropología Social y Cultural.
Su interés por la política no aparece de la nada. Quizá su barrio –Vallecas– y el espíritu militante de sus padres tengan algo que ver: “Siempre me han enseñado que los derechos hay que pelearlos si queremos un futuro digno y me han inculcado la militancia no como una norma, sino como una forma de poder ser más libre y tener apoyo mutuo con tus compañeras”.
En cambio, el inicio de Daniel, de 31 años, en el activismo fue por casualidad. Milita en el Sindicato de Inquilinas, un colectivo que lucha para que “el alquiler sea una opción de acceso a la vivienda asequible y estable”. Su acción no se queda en la calle: acompañan y asesoran en sus asambleas abiertas a todo aquel que quiera acercarse a compartir sus problemas con los arrendadores. “Fui a una primera asamblea y me di cuenta de que hablaban de problemas que también me habían pasado a mí como inquilino, y de cosas mucho más graves”. Desde entonces, este informático del barrio de San Blas intenta participar desde donde puede en la actividad del sindicato. “Yo ahora mismo no tengo problemas con mi alquiler pero, si me pasa, ya estoy preparado, sé a quien acudir y sé que no voy a estar solo”, asegura.
Adrián, de 22 años, hace otro tipo de militancia, centrada en su barrio de Madrid. Muchos de los ratos en los que no trabaja como cocinero los dedica al Sindicato de Barrio de Moratalaz, en Madrid. Antes, hizo activismo en el colectivo Distrito14, que se disolvió en 2020. En esa organización varios activistas trataban de “organizar políticamente a la juventud” y se centraban, sobre todo, en intentar evitar desahucios o en acciones contra, por ejemplo, las casas de apuestas que han proliferado los últimos años en los barrios más pobres. También se encargaban de bancos de alimentos o recogidas de juguetes. Ahora, en el sindicato del barrio, tocan más la temática laboral: “Intentamos ayudar a los vecinos con conflictos laborales o problemas en sus viviendas”.
Por su parte, Mica milita en el Bloque Bollero, un colectivo que hace activismo “bollero” y trata de construir espacios seguros y de hacer política teniendo en cuenta su identidad, además de organizar acciones como reclamas por la calle o participar en protestas de distinta índole como el Orgullo Crítico o manifestaciones antirracistas. Esta estudiante de Matemáticas tiene 19 años y el activismo ocupa una parte importante de su vida: “Soy lo que soy gracias a la militancia. Me ha ayudado y aportado mucho en cuanto a la relación que tengo con mi identidad y a ser consciente de las violencias que sufro por parte del sistema”.
Otra de las grandes preocupaciones de la juventud es el clima. Sergio es el más joven de los entrevistados. Tiene 18 años pero empezó su militancia política con 15, cuando comenzó a hacerse global el movimiento iniciado por Greta Thunberg. Ahora estudia Periodismo en Valencia, pero en 2019 estaba aún en el instituto y algo le hizo 'clic' cuando empezaron las primeras movilizaciones climáticas de Fridays For Future, colectivo al que ahora pertenece. “Empecé a politizarme, a aprender lo que es vivir en sociedad y cómo te afectan las decisiones que se toman”, cuenta. De repente, se encontró a “un montón de gente de mi edad que estaba saliendo a la calle y haciendo incidencia política”. “Supe que ahí estaba mi hueco”, explica.
La importancia del activismo en la juventud
Todos ellos piensan que la militancia política ha cambiado su forma de ver las cosas y que la participación de los jóvenes en estos movimientos es necesaria. Sergio, tras tres años haciendo activismo por el clima, incide en la importancia de que los jóvenes “puedan discutir entre ellos en un espacio seguro”. “La voz de la juventud no siempre se ha tenido en cuenta, y luego se legisla y se hacen políticas para nosotros sin nuestra opinión”, opina. Para él, participar desde joven en este tipo de movimientos significa “poder tener una mirada crítica sobre lo que queremos”. “Sobre todo, con la crisis climática, porque se trata del mundo que vamos a heredar. Es muy bonito implicarse e intentar cambiarlo”, añade.
“Espacios seguros” son dos palabras que repiten casi todos los entrevistados. Mica cree que las jóvenes LGTBI también los necesitan. “Una de las cosas más importantes que aporta la militancia hoy son estos espacios, tener una red de seguridad con gente que comparte tus vivencias y violencias, entre otras cosas. Lugares en los que me siento segura y cuidada”, explica. Aunque no cree que el activismo de la juventud se resuma en eso. Habla también de cómo los más jóvenes aportan “nuevas perspectivas a las problemáticas sociales” y de un “relevo generacional”: “La militancia quema mucho y las personas de generaciones anteriores también están pidiendo relevo. Somos el futuro y lo que hagamos ahora, servirá en parte para las que vengan detrás”.
Adrián incide, por su parte, en la necesidad de organizarse en los barrios obreros y “darle una vuelta al sindicalismo tradicional”. “Es necesario que los jóvenes nos concienciemos de lo que se nos viene encima”, dice, “porque no es lo mismo entrar en el mundo laboral sin conciencia política que entrar sabiendo cómo son las relaciones laborales, el conflicto de clase...”. También cree que se trata de una cuestión de “responsabilidad política en nuestros barrios”: “Los jóvenes tenemos mucha más capacidad que los más mayores para hacer ciertas acciones y tenemos que dar la cara”.
La salud mental, más presente que nunca
Además, la mayoría, si no todos los colectivos mencionados, tienen algo en común: la importancia de los cuidados y la salud mental. La venta de antidepresivos se ha disparado en España. Y los jóvenes lo sufren: la repercusión psicológica de la pandemia y, sobre todo, del confinamiento, ha afectado hasta a un 32% de la juventud, según el INJUVE. Aunque muchos señalan que este problema viene de antes.
“La salud mental es uno de los ejes principales de casi todos los movimientos sociales y colectivos actuales”, asevera Mica, “porque nos hemos dado cuenta de que hay que cuidarnos entre nosotres y de que no solo hay que hablar de salud mental y desestigmatizarla, sino que hay que exigir al sistema una serie de cuidados y poner sobre la mesa que es el mismo sistema el que está jodiendo nuestra salud mental”, añade. Recuerda, además, que durante los últimos años la salud mental ha sido un punto clave en los manifiestos de distintos colectivos y cree que esto se da, sobre todo, entre los más jóvenes: “Hemos sido las nuevas generaciones las que hemos empezado a hablar de esto en masa y son las personas LGTBI, las personas precarias y demás colectivos que están en los márgenes de la sociedad las que más afectadas nos vemos en este sentido”.
“¿Cómo no vamos a estar pendientes y a darle importancia a la salud mental?”, se pregunta Irene, “nos han robado toda posibilidad de futuro y nuestra generación tiene la esperanza de decirle adiós a este mundo en ruinas y darle la bienvenida a lo que está por venir”. Ella y sus compañeras creen que “el activismo tiene mucho que ver con la salud mental”: “Tenemos que reconstruir la lucha, la respuesta, la esperanza. Y la salud mental tiene que ver con el sistema. Nosotras tenemos que poner la vida en el centro”. Uno de los últimos proyectos de Abrir Brecha son los llamados 'cafés de disidencias', quedadas en las que tratan y ponen en común temas que tocan de lleno la salud mental, como los trastornos alimenticios o las relaciones familiares y de pareja.
No solo ellos han puesto el foco en este problema. Algunos colectivos tienen un punto de 'cuidados' en sus asambleas para hablar de cómo se encuentran y cuidarse unos a otros. En Fridays For Future se organizan incluso grupos de trabajo centrados únicamente en este tema. “Hay que controlar que todas estemos bien, también por la ecoansiedad, porque el cambio climático y lo que viene son mil factores y mil efectos que te pueden acabar abrumando muchísimo”, asegura Sergio. “Para nosotros, la salud mental es un tema de conversación muy habitual, hablamos de cuidarnos entre nosotras, de que la militancia no te queme cuando los resultados no son los esperados y que nadie la abandone por eso”, añade. “Tengo una amiga que siempre dice una frase muy sabia y es que las cosas no se cambian solas, pero con amigas sí”, concluye sobre el tema.
Daniel lo ha notado cuando ve a personas acudir a las asambleas del Sindicato de Inquilinas: “La gente no solo viene a militar o solucionar sus problemas, sino a darse cuenta de que no están solos. Mucha gente sale de la asamblea y sigue estando en la miseria, pero al menos ve algo de luz”.
Identidad vs clase: ¿Un gran debate o un debate inexistente?
Sobre los nuevos movimientos sociales se ha generado, además, un debate muy comentado en espacios como Twitter o columnas de opinión de grandes medios pero, ¿ocurre en la calle? La pregunta es la siguiente: ¿Se está dejando de lado la lucha de clases por las luchas identitarias? Los entrevistados coinciden: rotundamente no. “El problema es que el tema de la clase es cada vez más difícil de identificar en la sociedad actual”, dice Irene, que opina que “cuando empiezas a militar siempre es desde la rabia y las primeras militancias son muy identitarias”. “Pero lo que se debe hacer y hacemos es combinar ambas luchas”, asegura. En las redes sociales de su colectivo se pueden ver varios vídeos de su participación en la manifestación del Orgullo Crítico de Madrid en la que gritaban: “¡Transmaribibolleras también son clase obrera!”.
Daniel opina como Irene. “Creo que todo viene de la mano de la lucha de clases. Por ejemplo, el logro de las kellys hace nada es un ejemplo perfecto de lucha feminista y antirracista contra el sistema”.
Mica, como activista LGTBI, está muy al tanto del debate y lo tiene claro. “No se está dejando de lado la lucha de clases, lo que está ocurriendo es que no se está centralizando toda la energía ahí ni se jerarquiza, se están horizontalizando las luchas y haciendo que sea todo interseccional”, asegura. Cree, de hecho, que el discurso que las culpa de dejar de lado la clase, “se hace desde el privilegio”: “Es un discurso de machos, de hombres cishetero y occidentales que sí, pueden ser de clase baja, pero tienen otros privilegios”.
En este sentido, Mica considera que la lucha de clases es lo que ahora llaman “el anticapitalismo” y que esta idea sigue siendo “un eje principal” en todos los movimientos sociales. “Es algo que influye en todas las opresiones y todas las violencias y en lo que se destina mucha energía. A mí claro que me interpela la lucha de clases, pero también necesito espacios donde se de importancia a mi identidad bollera”, explica. Además, rechaza la idea de que “si se soluciona el problema de clases, se soluciona todo”: “Este es un discurso que diluye mucho el resto de violencias”.
Las redes sociales, imprescindibles para los movimientos sociales
¿Y cómo se organizan hoy todos estos jóvenes? La respuesta está en las redes sociales, que se han vuelto imprescindibles para casi cualquier colectivo. “A nivel de convocatoria y comunicación son muy potentes, pero también para coordinarse”, cuenta Sergio. En Fridays For Future, por ejemplo, no podría haber tanta coordinación entre los diferentes territorios del Estado sin ellas. Instagram o Twitter para la difusión de las acciones y Skype o Telegram para la comunicación interna. “Esto ha incrementado con la pandemia. Sin las redes sociales ahora no quedaría nada”, asevera.
Cree que, aunque “hay que hacer algo con los bulos y los discursos de odio y de la extrema derecha”, las redes son, principalmente, “útiles y positivas”. “Pueden servir también como espacio para politizarte en muchos aspectos. En mi pueblo no hay espacios de militancia y a través de redes pueden llegarte publicaciones que te hacen pensar. Todo depende de cómo se usen”, advierte.
Mica está de acuerdo con que, en ocasiones, las redes puedan ser un espacio que distraigan a los jóvenes, por ejemplo, de la lucha política. Pero lo reivindica: “Pensar que hay que ser productivo todo el tiempo en la militancia es muy capitalista y tenemos derecho a tener espacios para distraernos y ratos de hacer lo que nos dé la gana, o de no hacer nada”. La joven militante del Bloque Bollero coincide con Sergio en los beneficios de las redes para movimientos como el suyo: “Se puede llegar a mucha más gente, permite que vengan personas nuevas a las asambleas y, además, que personas que físicamente no puedan ir, vean que hay publicaciones, vídeos o información que las interpela, que tienen un espacio seguro también en redes”. “Sin redes sociales, en las asambleas seríamos las cinco de siempre y la que lo ve desde el balcón”, asevera.
¿Dónde están los que no militan?
Preguntado por la desmovilización de una parte de la juventud o por dónde están aquellos que no militan, Daniel lo tiene claro: “Buscándose la vida”. “Si no ven la militancia como una vía para mejorar sus condiciones de vida, no van a militar”, opina.
Irene, por su parte cree que “la juventud ha dejado de sentirse identificada con el activismo”. La culpa, en parte, la tienen “los ritmos de vida capitalista”, dice. Cree que, también por la pandemia de covid-19, se ha vivido un momento de desmovilización, “pero eso no significa que no debamos seguir creando proyectos donde la juventud se sienta interpelada”. Una de las soluciones que propone es “enseñar a que, si militamos juntas, somos más fuertes”. “Hay que poner la vida en el centro y los cuidados como prioridad y yo creo que muchas jóvenes no saben esto y creen que debes ser una persona super comprometida o tener unas habilidades específicas para hacer activismo y esto no es así”.
Adrián lo achaca también a un gobierno de izquierdas. Él vivió el fin del colectivo Distrito14, que entre las causas de su disolución hablaba de “falta de relevo generacional, clima de desmovilización y falta de fuerzas y energías”. “Un gobierno de izquierdas siempre da una especie de esperanza, te van dando migajas sociales como la reforma laboral, lo que hicieron en la pandemia con los ERTES...”, opina el joven. “Sabemos que son parches que no están mal, pero son pan para hoy y hambre para mañana”, opina.