La primera iniciativa para traer el 'Guernica' durante la dictadura

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Hace años, un buen amigo –¿Eduardo Chamorro o Juan Benet? Quizás ambos, eran tan cercanos– agradecía la felicitación por alguno de sus numerosos trabajos brillantes diciendo que estaba en edad de ser halagado. Estoy en esa edad. Por eso aprovecho el cincuentenario de la muerte de Pablo Picasso para contar una historia desconocida sobre el primer intento de traer de vuelta a España su obra maestra, el Guernica, de la que éste su seguro escribidor fue afortunado coprotagonista. Por casualidad, como tantas cosas de la vida, por estar en el sitio adecuado en el momento oportuno.

Hace una pequeña eternidad, el 28 de noviembre de 1966, asistí a un homenaje a Picasso en el aula magna de Filosofía y Letras de la Complutense. Acababa de ingresar en Arquitectura –por ser la única carrera en la que se cursaba dibujo artístico, mi única pasión (junto a escribir)– e, ignorante de casi todo, comenzaba a ser tonto útil/compañero de viaje del antifranquismo progresista que crecía de forma imparable. En dicho homenaje, un puñado de sabios, presidido por el rector Camón Aznar, historiador del arte; los críticos y escritores Gaya Nuño, Azcoaga y Moreno Galván y los pintores Genovés, Victoria, Sempere y Lucio Muñoz disertaron sobre las numerosas facetas del genio malagueño. Gaya Nuño guardaba una sorpresa para cerrar el acto: que la asamblea dirigiera “una moción al ministro de Educación y Ciencia [Lora-Tamayo] para que en nombre del gobierno solicite de los Estados Unidos la devolución del Guernica, que se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York”. Pero ni moción ni nada; apenas un suelto de la agencia Europa Press, del Opus Dei.

Dos años después, abandoné las ínfulas artísticas, incompatibles con el álgebra y la geometría descriptiva, reorientado hacia las Ciencias Políticas y el Periodismo, por lo de escribir, e incrementado con 'sesentayochismo' mi bagaje de tonto útil/compañero de viaje, se me ocurrió fundar una revista con mi hermano Joaquín y otros 'compañeros del taller' universitario antifranquista.

La titulé Abraxas, porque mi 'misal' de entonces era El lobo estepario, de Hermann Hess, y el ministro del ramo (de Información), Manuel Fraga a la sazón, nos eximió de la obligación legal de director periodista titulado. Quizá porque en la solicitud pusimos que el “objeto de la publicación” era “el mejor conocimiento del hombre y las circunstancias que lo rodean”, tarea orteguiana que debió de parecerle necesaria, incluso urgente, y suficiente para conceder autorización para editarla y que el director, yo, no fuera periodista.

Aunque iba camino de serlo desde pequeño, abducido por 'culpa' de los grandes escritores. No los que firmaban los libros devorados, de Steinbeck y Neruda a republicanos represaliados acogidos por editorial Bruguera que ejercían su talento a novelitas de kiosko escondidos bajo pseudónimos americanizantes, como Silver Kane (Francisco González Ledesma) o Eddie Thorny (Eduardo de Guzmán), sino a los que escribían en los periódicos: en ABC, José María Massip y Alfonso Barra, corresponsales en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente; en Marca, los Fernando Vadillo, Manuel Alcántara..., y las crónicas de los enviados especiales a eventos deportivos detrás del “telón de acero” –la definición nazi adoptada por Churchill–, que retrataban de manera absorbente otro mundo que estaba en éste, además de los gacetilleros –dicho sea con ternura y respeto– del diario La Verdad, de Murcia, que me contaban los sucesos de los que el día anterior había oído rumores y diretes en la plaza, el mercado callejero.

Y, desde luego, por aquellos creativos pies de fotos de Diez Minutos, como el que comentaban los periodistas José González Cano y Mauro Muñiz de un reportaje fotográfico de la cantante de moda Encarnita Polo: se le veía un minúsculo trozo de sus bragas blancas, lo que aquí y entonces, principios de los 70, era porno duro: el pie de foto se limitaba a aconsejar: “Obsérvese el nuevo y bonito peinado de Encarnita Polo”. O sea, grandes periodistas, grandes escritores a los que querías parecerte.

La petición del retorno del Guernica

El primer número de Abraxas fue literario y cándido: ni “conocimiento del hombre”, ni circunstancias ni gaitas. Pero antes del segundo, mi hermano y yo hicimos un viaje a la universidad parisina de Nanterre para visitar a unos compañeros de la facultad de Políticas que estudiaban allí. Mayo del 68 ya hervía y aquí, en el foro, la conflictividad universitaria era extrema. De París nos trajimos ese espíritu 'sesentayochista' del “prohibido prohibir”, de modo que el segundo número de la revista, de marzo-abril del 68, puso los pies en el suelo; buscamos colaboración de próximos: pintores, Sempere y Millares; un Ricardo Franco dibujante de humor antes que cineasta; el poeta y exiliado interior Luis Felipe Vivanco; un primerizo Francisco Umbral de quien acogí un capítulo de su inédito Lorca, poeta maldito…, y gente como Luis Gómez Llorente, inolvidable profesor de Historia en preuniversitario, que sería la olvidada primera víctima de un Felipe González intransigente con la ortodoxia socialista.

Publicamos una encuesta artesana sobre la sexualidad estudiantil; un editorial que protestaba –¡ya entonces contra ABC!– “de la creciente ola de insultos y deformaciones informativas que la Universidad madrileña está sufriendo por parte de la prensa” y, sobre todo, retomamos la iniciativa de Gaya Nuño y coordinar una reivindicación ciudadana del Guernica, cuya reproducción hacía de 'última cena' laica en miles de hogares, principalmente jóvenes, que lo consideraban un 'dni' civil y doméstico que identificaba el antifranquismo como primer sentido de la vida ciudadana digna.

Con ayuda de Gaya Nuño, confeccionamos un cuestionario para recabar la opinión del resto de aquella mesa-homenaje, repartimos cientos de pliegos de adhesión en salas de arte, librerías, Facultades y Escuelas Técnicas de Madrid y empapelamos la Ciudad Universitaria con pasquines con la reproducción del lienzo y el nombre de la revista.

Una decepción para el Ministerio de Información: con lo que le había gustado el número 1. Al PCE tampoco le hacía gracia, por lo menos al SDEUM (Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid), que se negaron a que distribuyéramos los pliegos a través de la Delegación de Alumnos: si el Guernica volvía a España con Franco vivo, le rendiríamos un impagable éxito diplomático. Por primera vez, y ya para siempre, aprendí que la prensa tenía que ser autónoma de todo, salvo de la noticia, e incompatible con la militancia, así que no importaban mucho las razones, sin duda razonables, del PCE.

Reunimos miles de peticiones e hicimos copias para enviarlas a dos o tres ministerios y a la embajada norteamericana en Madrid. No supimos nada de las reacciones de los destinatarios y, al final, nos desentendimos porque el número 3 de Abraxas no saldría. Lo impidió la repentina y concienzuda labor de entorpecimiento burocrático-político a que nos sometió el ministerio de Fraga: contratar a un periodista titulado que dirigiera la revista.

Acudimos a la Redacción de Cuadernos para el Diálogo en busca de amparo y nos ampararon –¿Pedro Altares, Félix Santos, Vicente Verdú...?– sin preguntarnos nada, si estábamos afiliados ni quién nos enviaba, y nos buscaron un director dispuesto a poner gratis su nombre y su carnet. Les parecía suficiente que siguiera saliendo aquella revista que, aunque idealista, era crítica con la pancista sociedad española, contestataria y 'progre' en el ámbito estudiantil. Hacía encuestas sobre el universitario y el sexo, promovía acciones para pedir la vuelta a España del Guernica de Picasso. Pero a continuación, las desmesuradas exigencias ministeriales de constituir un capital social que para nosotros era similar al de los Oriol, March, Fierro y etcéteras de los ricos de Franco. Ahí terminó la aventura de Abraxas y la reivindicación del Guernica.

Como decía, estoy en esa edad de ser halagado. No se corten, lectores.