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Psicodrama con espionaje ilegal de fondo: reconstrucción del careo entre Jorge Fernández Díaz y Francisco Martínez

Pedro Águeda

13 de noviembre de 2020 22:29 h

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Las expresiones del “dolor” que uno ha causado al otro y viceversa prometieron en algunos momentos del careo de este viernes entre Jorge Fernández Díaz y Francisco Martínez una sesión de terapia grupal que, lejos de ayudar al juez del caso Kitchen a determinar quién de los dos miente, acabaría al menos con el enfrentamiento personal del que fuera ministro del Interior y su segundo. Hasta que Fernández Díaz insistió en que los mensajes depositados ante notario por Martínez están “manipulados” y el ex secretario de Estado de Seguridad concluyera que su antiguo jefe quería añadir un nuevo delito a los que ya le imputa el magistrado Manuel García-Castellón por el espionaje ilegal a Luis Bárcenas con cargo a los fondos reservados. Esa “operación parapolicial”, según la describe Anticorrupción, tuvo lugar cuando ambos dirigían la seguridad del Estado.

“¿Te costará pensar que he pasado de ser secretario de Estado, diputado, letrado en las Cortes a falsificador… Es un salto cualitativo importante. Aunque quisiera no sabría hacerlo. Soy un usuario (de teléfono móvil) de apagar y encender”, replica molesto Martínez ante la citada acusación. Esta y otras afirmaciones son el resultado de la reconstrucción del mismo que ha realizado elDiario.es a partir del testimonio de diversas fuentes presentes en el careo.

La cita había arrancado con la mano que Francisco Martínez había tendido a su antiguo jefe durante la declaración como investigado del 29 de octubre y que se resume así: Jorge Fernández Díaz conoció la existencia de un confidente en el entorno de Luis Bárcenas pero, hasta donde ellos sabían, no había nada ilegal. Pese a ello, ni en la declaración del 30 de octubre ni este viernes, Fernández Díaz dio muestras de conformarse: el ministro del Interior durante la Operación Kitchen insiste una y otra vez en que él no sabía nada y que los mensajes son un montaje.

El juez había tenido que reiterarles en varias ocasiones, al comienzo de la vista, que no se dirigieran a él, que dialogaran entre sí pese lo “desagradable” de esta prueba judicial. Toma la iniciativa Martínez, que explica por qué acudió a un notario. Califica de “innecesarias” las intervenciones mediáticas de Jorge Fernández asegurando que no tenía ni idea del espionaje a Bárcenas y defendiendo a su número dos solo hasta que no se demostrase lo contrario. Y ahí comienza el psicodrama: “Me veo señalado por ti, mi amigo, ministro y jefe…”. Sigue: “Estaba muy enfadado, furioso incluso, y muy dolido. Tenía que defenderme”. Más: “Lo hago así (ir al notario) y lo guardo en mi casa. No quería incriminarte en nada porque no hay nada en qué incriminarte”.

Como si eso fuera a calmar a Fernández Díaz... “Esas actas son las que me tienen a mí como investigado”, replica. El ex ministro viene a decir que ya es mayorcito para saber esquivar a la prensa y que su única intervención pública fue la presentación de sus memorias con Mariano Rajoy, hecho éste que repite al menos dos veces, y que allí no habló de la Operación Kitchen. “En la presentación no, pero a la salida sí”, apostilla Martínez. 

En este intercambio tercia el juez García-Castellón, que se preocupa por el estado de Fernández Díaz y propone incluso hacer una pausa. El ministro revela que hace un año y medio que no ve a Martínez pese a que trabajaron muy próximos y reconoce estar afectado.

García-Castellón: “Si usted quiere salir y beber un vaso de agua…”

Fernández Díaz: “Se lo agradezco”.

Martínez: “Señoría, yo también, eh”.

García-Castellón: “Es que veo más intranquilo al señor Fernández Díaz”. 

Jorge Fernández: “Intranquilo no, estoy afectado”. 

García-Castellón: “No voy por ahí, me refiero humanamente”. 

Martínez y Fernández Díaz se tutean, si bien el primero llama al segundo “ministro” en todo momento. Jorge Fernández guarda distancias, pero en uno de los momentos de más indignación le requiere por su nombre. Cuenta que él también fue apartado del puesto que tenía en la Ejecutiva del PP por el escándalo de la Kitchen. Y añade: “Te voy a decir una cosa y te lo voy a decir mirándote a los ojos: si hubiera podido hacer algo por ti lo hubiera hecho (…) Me quieres decir, Paco, de qué te tenía que proteger…”. Martínez insiste: “No declarando cosas que me perjudicaban”.

“Escribes en inglés, con emoticonos... eres muy moderno”

Fernández Díaz tacha varias veces de “surrealista” intentar atribuirle la autoría de unos mensajes por su contenido y también por las formas utilizadas. Dice que él no sabía lo que era un “cecilio” —un agente del CNI en argot policial— y que no escribe mensajes cambiando la C por la K. “A lo mejor mis hijos sí, yo no”.

Martínez le deja terminar y en la réplica recurre a la proximidad que tuvieron: “Escribes mensajes con emoticonos, con palabras en inglés, eres bastante moderno, si se me permite la expresión. Enséñale a su señoría qué contactos tienes en la K, a Cañizares… que he estado cinco años pegado a ti”.

Esa proximidad incluye en otro momento el comentario del secretario de Estado asegurando que el ministro le llamaba “día, tarde y noche” y que daba igual que fuera “viernes, sábado o domingo”, en ocasiones “con mucha insistencia”.

Según crece el desencuentro, Fernández Díaz pasa al ataque. Alude a un informe de Asuntos Internos que evidencia que el notario de Mahón, amigo personal de Martínez, le da el chivatazo de que la Policía le ha requerido las actas antes de que los agentes acudieran al domicilio del ex secretario de Estado de Seguridad. 

“Me has llamado cabrón, hijo de puta, miserable”

En otro momento también recrimina a su antiguo número dos que haya hablado “con media España”, pero no con él. Y en esa “media España”, recuerda Fernández Díaz, está Rajoy, el presidente de la Audiencia Nacional…

“Los epítetos que me has dedicado… el último salió ayer en prensa: me llamas idiota integral. Me has llamado cabrón, hijo de puta, miserable, como a Rajoy y a Sáenz de Santamaría… Me has llamado bobo (…) No había mucho afecto de ti para mí”, se queja amargamente Fernández Díaz.

El comisario Villarejo también es motivo de disputa. Martínez dice que si hablaba con él es porque se lo ordenó el ministro. Éste reitera que Juan Cotino le había hablado bien del policía y de la información que atesoraba. El secretario de Estado revela que le pidió que, una vez ascendió de jefe de gabinete a número dos del Ministerio, pidió a Fernández Díaz que le liberara de esa tarea. El ministro lo niega.

Fernández Díaz intenta presentar a Martínez como un cortafuegos en la información que le llegaba, pero el ex secretario de Estado asegura que al ministro le gustaba que le enviaran informes y actualizaciones directamente los directores adjuntos de Policía y Guardia Civil, el comisario General de Información... “Hasta el capitán de la Guardia Civil del puesto de Fitero”, llega a decir. Fernández Díaz se indigna: Fitero es la localidad navarra donde reside su madre y donde el ministro impulsó la construcción del citado puesto durante su mandato.

“Déjame decidir quién era mi mano derecha”

Pese al volumen de pruebas, Fernández Díaz rechaza la mayor: “Salvo que se demuestre lo contrario, no creo que ese operativo (Kitchen) se produjera”. Por su parte, Martínez, que dejó escrito en su móvil que el ministro le repetía que el espionaje a Bárcenas era lo más importante que tenían entre manos en su momento, en el careo dice que no era “algo relevante”.

Hablan del coste que ha tenido para ambos la Operación Kitchen y es cuando Martínez se refiere al actual Partido Popular y la decisión de dejarle fuera de las listas: “Es una actitud inmoral e indigna del Partido Popular. Si el PP del señor Pablo Casado no sabe cuidar a la gente que ha trabajado bien, mucho me temo que no sabrán cuidar nunca a los españoles que no conocen”.

En el último intercambio, Martínez afirma: “Yo era tu mano derecha, tu persona de confianza y a mucha honra. Lo último que me podía imaginar es que íbamos a acabar así… decir que yo te he echado una mano con la Ley de Seguridad Ciudadana”. El ministro dice la última palabra: “Déjame a mí decidir quién era mi mano derecha”.