En los próximos 15 días, Mariano Rajoy se lo juega todo. El presidente en funciones encara un periodo clave para su futuro porque si no consigue formar un nuevo gobierno tendrá muy difícil revalidar su liderazgo al frente del PP. En el seno de su partido, pocos reconocen en público que perder la Moncloa supondrá tener que dar un paso atrás en Génova. Pero la negativa de Pedro Sánchez a apoyarlo para un segundo mandato lo debilita también internamente.
Los conservadores no dudaron en contestar con una negativa tajante cuando se empezó a extender la idea de que sin Rajoy al frente, un acuerdo de investidura o de gobierno sería más factible. Los rumores sobre la bautizada como “operación menina” no surgieron de la competencia sino de las propias filas del Gobierno, donde el sector más veterano siempre ha visto con desconfianza las ambiciones de Soraya Sáenz de Santamaría y su clan de los “sorayos”.
“La sustitución de Rajoy como candidato del PP a presidente del Gobierno está fuera de toda cuestión”, zanjaba el ministro de Exteriores cuatro días antes de las elecciones. Margallo llegó a elogiar a su jefe como “el mejor presidente que ha tenido España desde 1977”. Este miércoles, durante la sesión constitutiva de las Cortes, otro de sus amigos dentro del Gabinete en funciones negaba que fuera una posibilidad real que el PP deje caer a Rajoy en favor de la gobernabilidad. Jorge Fernández Díaz contestó “no” a los periodistas con rotundidad. Ante la insistencia de la prensa, volvió a negarlo. Cada vez más enfadado, acabó pidiendo que se lo volvieran a preguntar. Solo por la satisfacción de poder negarlo una tercera vez.
La posibilidad de una nueva convocatoria de elecciones generales si ningún candidato consigue la investidura no supondría ningún cambio en el cartel electoral del PP. “Por supuesto que volvería a ser Mariano, nadie contempla otra cosa”, explicaba un miembro de la dirección del partido en los pasillos del Congreso. “¿Si pasáramos a la oposición? En ese caso hay que reconocer que el cambio sería obligado”, admitía.
El dedo de Aznar
El primero en pedir una renovación interna menos de 24 horas después de la noche electoral fue el hombre que lo designó sucesor a dedo. José María Aznar, que asistió el 21 de diciembre por primera vez en cuatro años a un Comité Ejecutivo Nacional del PP, pidió la palabra para apoyar a Rajoy en su intento de formar un gobierno ya que estaba al frente de la lista más votada. Pero el expresidente aprovechó también la ocasión para afirmar que el futuro de los conservadores “requiere una reflexión profunda”. Y que ese debate debía hacerse en un congreso interno para que los militantes eligieran la dirección del partido.
Rajoy salió como pudo del brete y confirmó que el congreso se celebraría, aunque dejó claro que la prioridad era revalidar su cargo en La Moncloa y no un cónclave que ya va con retraso porque debería haberse organizado en 2015. Ante las dificultades para llegar a un pacto con PSOE y Ciudadanos, Rajoy dio un paso más allá. El 5 de enero aseguró que quiere seguir al frente del partido aunque no pueda seguir al frente del país. “Mi idea sigue siendo volver a presentarme a la presidencia del partido, se produzcan los acontecimientos que se produzcan”, afirmó.
La afirmación resulta difícil de creer porque ningún partido mantiene en la oposición al mismo candidato después de haber perdido el poder. Varios miembros de la cúpula del PP entendieron entonces la respuesta como una forma de salir del paso. Rajoy se ha enfrentado ya a cuatro elecciones generales como candidato. Las dos primeras ocasiones perdió frente a José Luis Rodríguez Zapatero. A la tercera lo consiguió. Pero en su partido entienden que si no puede volver a ser presidente de España, la presidencia del PP quedará descartada en un congreso.