La primera y única vez que los protagonistas de esta historia se volvieron a ver tras los acontecimientos que dinamitaron su amistad fue el pasado diciembre, en el cumpleaños de una de ellos. Allí coincidieron, de forma inesperada para algunos de los presentes, Pablo Casado, José Luis Martínez-Almeida, Teodoro García Egea, Ángel Carromero, Isabel Gil y la anfitriona, María Pelayo, entre otros. Los saludos fueron fríos. Algunos estuvieron poco tiempo en la fiesta, y otros pasaron el trago como pudieron.
Son algunos nombres propios clave en los idus de febrero de 2022 que terminaron con la defenestración de Casado como líder del PP. Un año después, no queda ni rastro de él en el partido que una vez lo aclamó como se recibe a un mesías, para recambiarlo a toda prisa por uno de sus apoyos clave en la pugna sucesoria de 2018, Alberto Núñez Feijóo.
“El PP ha vuelto”, dijo en aquel Congreso de julio de 2018 Casado, el nuevo presidente. Menos de un lustro después, y a punto de cumplirse un año del golpe de mano que acabó de forma prematura con su mandato, el borrado del exdirigente se ha hecho evidente. El fin de semana del 4 y 5 de febrero, Feijóo reunió en Valencia a la plana mayor del partido. El de hoy, pero especialmente el de antes de ayer. El que no estuvo fue el PP de ayer. En los dos días de convención intermunicipal nadie mencionó al predecesor del actual líder. Ni una sola vez en las decenas de alocuciones que se produjeron.
En el PP actual solo mantienen foco aquellos dirigentes que, en el último momento, saltaron del barco de Casado para subirse a otro. El de Ayuso, el de Feijóo o un esquife para navegar en solitario hacia nuevas aguas. Entre quienes vivieron aquella cruenta guerra en primera persona y aguantaron sus posiciones hasta el final todavía recuerdan lo que decían antes y después de aquella manifestación dominical inédita de militantes del PP que, al grito de “Casado, traidor, Ayuso es la mejor”, rodearon la sede del número 13 de la madrileña calle de Génova para pedir su dimisión.
El viernes, dos días antes de la manifestación, jaleaban a Casado por su intervención en la cadena Cope, donde acusó directamente a Ayuso de cerrar los ojos ante los negocios de su hermano con la Comunidad de Madrid en la intermediación de compra de material sanitario durante la pandemia. “¿Cuando morían 700 personas al día puedes contratar con tu hermano y recibir 286.000 euros?”, se preguntó en la emisora de los obispos.
Una cantidad que, efectivamente, el hermano de Ayuso cobró de la empresa contratada por el Gobierno autonómico, tal y como reconocieron los dos consejeros que la presidenta mandó salir a defender su reputación. El tercero llamado a hacerlo, Enrique López, se negó y lo ha pagado: dejará la política el próximo mes de mayo para volver a la judicatura. Otro casadista despeñado.
Al lunes siguiente de la entrevista y la manifestación, apertura y cierre de expediente contra Ayuso mediante, los mismos dirigentes que lo jaleaban en mensajes de Whatsapp exigieron la dimisión de su presidente. Si no lo hacía, se irían ellos. El goteo de amenazas fue continuo: Cuca Gamarra, Ana Pastor, Andrea Levy, Javier Maroto, Dolors Montserrat… Ese día ya no apareció por Génova el portavoz del partido, José Luis Martínez-Almeida, quien negociaba desde hacía semanas dejar el puesto orgánico para centrarse en la alcaldía de la capital. Y, de paso, escapar de la onda expansiva de la explosión que venía. Lo logró.
Para entonces ya se había olvidado la noticia que desató todo la tormenta: alguien había intentado contratar un detective privado para seguir el rastro de Ayuso desde las dependencias del Ayuntamiento de Madrid. Nunca apareció una sola prueba al respecto, el detective supuestamente contactado luego no quiso concretar mucho, y tampoco se aclaró el papel que jugó el exministro de Justicia, Rafael Catalá, uno de los lugartenientes de María Dolores de Cospedal, la gran derrotada del congreso de 2018. Catalá, según se publicó entonces, fue quien advirtió al entorno de Ayuso de lo que había ocurrido.
De aquel supuesto uso de personal, oficinas e incluso dinero municipal nadie se acuerda. Nada se ha investigado, quienes dimitieron lamentan que el caso se desvaneció en cuanto Casado salió de Génova para no volver. La investigación que sigue abierta es la de las comisiones del hermano de Ayuso en la Fiscalía europea.
Casado cedió y convocó una reunión extraordinaria, y también inédita, de líderes autonómicos del PP. Quizá no lo sabía, quizá sí, pero puso fecha a su defunción como líder político. El miércoles, ya en la madrugada del jueves, se pactó la senda que llevó al congreso de abril.
El vodevil llegó al punto de que algunos de los presentes en la reunión radiaron al minuto a algunos periodistas lo que ocurría dentro. Cuando las informaciones aparecieron en las cabeceras, todo estuvo a punto de irse al traste. Como recuerdan varios de los presentes, Feijóo amenazó con levantarse e irse si seguían las filtraciones a la prensa. Durante unos minutos, los barones regionales pensaron que estaban asistiendo en directo a la voladura del PP.
La nueva (vieja) vida de Casado
La de Valencia hace unas semanas no fue la única vez que se ha intentado ocultar el pasado inmediato. Pero antes siempre había una voz que, en algún momento, hurgaba en la memoria de los presentes recordando a quien habían elegido en un congreso extraordinario cuatro años antes para intentar salvar, tras la moción de censura contra Mariano Rajoy derivada de la sentencia del caso Gürtel, el proyecto político heredero de la Alianza Popular postfranquista.
Lo hizo Bea Fanjul en abril, en el congreso extraordinario de Sevilla, con un impasible Casado asistiendo a su propia ejecución en primera fila. Unas semanas después fue otra mujer, Ana Camíns, quien lo recordó durante el cónclave que dio a Isabel Díaz Ayuso el control del PP de Madrid, lo que certificaba su victoria en el pulso que puso al principal partido de la derecha española al borde de la implosión.
Pero el tiempo de las elegías ya pasó. Pese al silencio monacal que se ha autoimpuesto Casado, al que nadie o casi nadie ha podido escuchar una palabra contra la actual dirección del PP, mucho menos en público, no son pocos los que ponen los ojos en blanco cuando se les pregunta por su exlíder. “Nos considera unos traidores a todos”, dice un dirigente autonómico del partido en una frase que bien podrían decir otros muchos cargos que también lo fueron con el madrileño.
Casado no entiende, barruntan, que no había alternativa. Que se lanzó a una batalla que no podía ganar. Que se lo advirtieron, unos y otros, muchas veces. Y su supuesto empeño por mantener viva su imagen, por no ser olvidado como lo fue Antonio Hernández Mancha, ha ido empujando al hastío a quienes no hace tanto tenían todavía buenas palabras para él.
El broche lo puso en Valencia alguien de quien quizá no se esperaba una salida de tono así. Fue Mariano Rajoy, quien ascendió a Casado a vicesecretario de Comunicación del PP en 2015 ante el auge de Podemos, primero, y Ciudadanos, después, y lo que se bautizó como “nueva política”. “Feijóo no ha confundido regeneración con juventud, ni cambio con inexperiencia. Ha buscado a los mejores, sea cual sea la edad, sean estos quienes sean y vengan donde vengan”, dijo el expresidente en un larguísimo discurso que sonó más rudo incluso que el del otro expresidente invitado, José María Aznar.
Casado se reencuentra con su yo intermediario
Nadie dudó en el Museo de la Ciencia de Valencia sobre a quién iba dirigido el misil lanzado por Rajoy. Al gran ausente, que no apareció en los vídeos proyectados ni de refilón. Esta vez, nadie salió en su defensa. En público ni en privado. Ese tiempo, cuatro años y medio donde dirigió el partido con la aclamación de todos, ha pasado. El PP ha cerrado esa página, avanza hacia su único objetivo, el que tienen los partidos: acaparar más resortes de poder. El 28 de mayo está a la vuelta de la esquina y todos confían en el supuesto modelo ganador de Feijóo, quien no conoce la derrota en política desde que se presentó a la Xunta en 2009. A rey muerto, rey puesto. ¡Y viva el rey!.
El expresidente del partido fuma, y mucho, dicen quienes le han tratado en este tiempo. Sigue petrificado en aquella curva en la que se estrelló, cuentan los que aún mantienen cierta relación con él. Cada vez son menos dentro del PP. Algunos que coincidieron con él en las Nuevas Generaciones, y hoy mantienen la pugna por la infinita escalada que es la política profesional, intercambiaron con el que todavía consideran su amigo un par de mensajes en la pasada Nochebuena. Nada más. El borrado funciona.
Ahora intenta reconvertirse ante su todavía larga vida laboral. Casado cumplió 42 años y, según han publicado diversos medios en los últimos días, participa en la puesta en marcha de una empresa supuestamente destinada a la venta de material de defensa. Es decir, armamento.
La sociedad se llama Archery, según contaron El Confidencial y El Mundo y todavía es muy embrionaria. Está a nombre de Diego Nuño Mazón, quien trabajara para Pedro Morenés en el Ministerio de Defensa con el Gobierno de Rajoy.
Su labor sería la de hacer de intermediario entre financieros, fabricantes y compradores. Un comisionista de los de siempre. Es un trabajo que sabe hacer porque ya lo ha ejercido. Fue en su breve etapa fuera de la política institucional, cuando fue contratado como asistente para la oficina personal de Aznar. Allí, con sueldo público, participó en los negocios del expresidente con la Libia de Gadafi, cuando hacer dinero en la Libia de Gadafi estaba bien visto.
Casado quiere rehacer su vida lejos de la política. Lo cual no quiere decir que no atienda a lo que ocurre. Él sigue en aquel akelarre de barones de la madrugada del 23 al 24 de febrero de 2022, en el que, inerme, no tuvo ninguna oportunidad de sobrevivir. Ante los líderes territoriales del PP, las crónicas señalan que dijo que se había podido equivocar, pero que no había hecho “nada malo”.
Ese “nada malo” se resume en aguantar el pulso a Ayuso. Pese al relato que se ha armado después, la caída de Pablo Casado no se fraguó en febrero del año pasado. Es cierto que el 16 de febrero de 2022 estalló la guerra total entre dos torres muy próximas, geográfica, ideológica y personalmente: la del número 13 de la calle de Génova de Madrid, en cuya séptima planta habita el líder del PP, y la de la Puerta del Sol, donde está el despacho de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Casado tenía a su favor los estatutos del partido pero Ayuso guardaba la llave de la publicidad institucional.
En todo caso, el destino de quien en el invierno de hace un año se veía cómodamente en la Moncloa simplemente con dejar pasar el tiempo y los acontecimientos se fraguó antes. El control del partido, no solo de Madrid, su marcaje a los barones, las formas de su mano derecha, Teodoro García Egea (hoy, silente y resituado como presidente de la comisión de Seguridad Vial del Congreso mientras prepara su salida de la política para lanzarse al mundo de las criptomonedas), sus vaivenes en la oposición a Pedro Sánchez, la asimilación del discurso de Vox, y un largo etcétera de motivos, reales o inventados, que esgrimieron durante meses quienes luego prepararon su caída.
Tal y como publicó El Mundo, ya antes de las elecciones catalanas de febrero de 2021 los afines a Feijóo comenzaron a moverse para montar la alternativa a Casado. El gallego ya tiene su opción de ser presidente del Gobierno. Pero dispone solo de una bala para un único disparo. Si falla, ya hay otros preparándose para moverle la silla. A rey muerto, rey puesto. O reina.
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