Nunca sabremos lo que de verdad se dicen, así que componemos el relato a partir de lo que filtran, sea en público o en privado y, siempre, de manera interesada. Nada nuevo, en fin, aunque extenúe: de tanto hablar de los giros estratégicos de Iván Redondo, jefe del Gabinete del presidente, Pedro Sánchez ha acabado enredado en su propia espiral de globos sonda y no sé sabe a ciencia cierta cuál es su última propuesta, porque cada rato le dan un nombre. Empezaron con lo del Gobierno de cooperación y han desembocado en los ministros técnicos. Darán más pasos, en vista de que contemplan “todos los escenarios”. Todo por no verbalizar lo que se les entiende a lo lejos: que con Iglesias no, por decirlo a la manera en que lo coreó la militancia socialista. Que coreó otro apellido, por cierto.
La semana se ha ido en eso, entre frases de ministros y mensajes de los partidos a los medios para que se radiara una negociación que podía tener que ver con la negociación real o podía no parecérsele. Nada nuevo. Sánchez, que vuelve a dejarse ver para que no le hagan otros el relato, ya no dice que la investidura será en julio o no será y asume que viene un verano largo de conversaciones. El comisario socialista Moscovici ha contado que en Europa no hay prisa. Tienen margen, de manera que ahora que las cosas se han crispado más -fue reseñable la dureza de Adriana Lastra contra Pablo Iglesias tras el fracaso de su reunión con Sánchez- es cuando más improbable parece la repetición electoral, aunque esas percepciones vayan por días.
Hay varias razones para pensar que habrá algún tipo de acuerdo, pese a que fuera in extremis. La primera es que el PSOE y Unidas Podemos se están dando más tiempo y más oportunidades. Lo intentan, igual que las parejas en crisis. La segunda razón es la alianza de la derecha, que se ha engrasado estos últimos días. Está a punto de cerrar un acuerdo en Murcia y lo ha acercado en Madrid. Esas negociaciones han dejado por fin todo a la vista, con Ciudadanos sentado a diario con quienes les insultan y piden listas negras del colectivo LGTBI. Esas cosas han pasado esta semana, mientras Inés Arrimadas acudía a la Fiscalía a denunciar lo que sucedió en el Orgullo según la estrategia que busca el efecto mediático, como bien se ha descrito en este periódico.
Volvamos a las razones. Por mucho que anuncien las encuestas, repetir las elecciones puede resultar perjudicial para cualquiera, incluso para todos ellos. Por primera vez, además, Sánchez ha admitido en público que el Gobierno puede que tenga que recurrir de nuevo al 155 en Catalunya después de la sentencia sobre el procés. Fue una declaración relevante, por cuanto señala la conveniencia de que, cuando resuelva el Supremo, el país debería haber salido de la interinidad. Si aprieta el reloj, eso puede cambiar las posiciones de los partidos, a izquierda y a derecha, y aceleraría las presiones de aquello que, genéricamente, describen como los poderes. El Estado.
Pero el Estado es todo, no son unos señores de negro que manejan hilos y acarician gatos y, por lo visto, escriben las crónicas que firmamos con alegría: se habla de la abstención de Ciudadanos o del PP, como reclamaban los diputados socialistas que invistieron a Rajoy, pero Estado también es Podemos, que se ha comprometido por anticipado a respetar la decisión que tome Sánchez sobre Catalunya. En el PSOE no se fían. Y eso es lo que pasa, que nadie se fía; razón que, al final, podría llevarnos otra vez al principio.