Podemos rumió la idea del tramabús durante semanas. Incluso antes de que HazteOir sacara su autobús del odio. Tenía que haber arrancado antes. Pero Podemos tuvo problemas para encontrar una empresa dispuesta a poner uno de sus vehículos para su performance y la Semana Santa se les echó encima.
El tramabús hizo su aparición el lunes de Pascua y el recibimiento fue malo. Con críticas internas nada disimuladas y una avería mecánica al segundo día, la suerte de la primera gran apuesta mediática de la nueva dirección del partido parecía echada. Pero el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco y la Operación Lezo han cambiado el sentido del viento, que ahora sopla a favor del autobús.
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, lanzó poco después de Vistalegre 2 el concepto de “trama” para definir el momento que, en su opinión, vive España. Se trata de seguir cultivando el antagonismo que Podemos puso sobre la mesa en su nacimiento con la “casta”, el “ellos” frente a un “nosotros” popular. La “trama” ahonda en esa explicación. Es “la palabra que sirve para entender cómo corrupción e impunidad son significantes asociados a un modelo de desarrollo económico y de gobernanza que ha fracasado”, explica el propio Iglesias.
La primera reunión del gobierno en la sombra de Iglesias, a mediados de marzo, fue monográfica. El objetivo de Podemos es la trama, señalar a sus integrantes. Ese es el objetivo principal del tramabús.
El lunes de esta semana se puso en marcha con una primera ruta por Madrid. El vehículo recorrió las sedes de empresas (Endesa, Iberdrola o Bankia), instituciones (como el Banco de España o la Bolsa de Madrid) y la del Partido Popular, que protagoniza de forma destacada los vinilos que decoran el vehículo: Aznar, Aguirre, Bárcenas, Rato y Rajoy, de espaldas. Pero no solo. Empresarios como Villar Mir o Arturo Fernández y expolíticos del PSOE como Felipe González también tienen su espacio.
La inesperada irrupción del tramabús desató críticas. No solo de los señalados. También de los medios de comunicación, que consideraron la iniciativa un error en editoriales y columnas de opinión. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, llegó a calificarlo de “antidemocrático”.
Eso fue el martes por la mañana a la vez que el vehículo sufría una avería que impedía que arrancara su segunda jornada. Esa misma tarde, tras arreglar el embrague, fue retenido por la policía local a la entrada de Alcorcón, un municipio de Madrid gobernado por el PP.
Pero la suerte de Podemos y de Pablo Iglesias comenzó a cambiar ese día. La Audiencia Nacional citó a Mariano Rajoy como testigo en el juicio de Gürtel. Y el miércoles llegó la bomba: el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, fue detenido. La Guardia Civil registró edificios, despachos y empresas por orden del juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco. El foco de la trama que desvelaba el magistrado estaba ahora en el Canal de Isabel II. Y para allá se fue el tramabús.
Las rutas previstas, organizadas por los responsables de Producción de Podemos durante días, decaían. La actualidad ofreció una percha que no se podía despreciar.
El momento álgido llegó el jueves. Esperanza Aguirre, la jefa de Ignacio González durante lustros, declaró como testigo en la sede especial de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares por el caso Gürtel. Y Eloy Velasco envió a los agentes a registrar OHL, la constructora de Villar Mir. En ambos escenarios estuvo el autobús de Podemos.
Ese día iba en el tramabús Juan Carlos Monedero, que explicó a los periodistas e invitados cómo la trama tiene uno de sus orígenes en el turnismo bipartidista de Cánovas y Sagasta. Con un “capitalismo muy vinculado a la política, muy cercano a la Corte”. “Capitalismo de compadreo”, con “el Rey Juan Carlos como gran lobista”.
Quienes habían viajado cada día en el bus ya habían notado un cambio en cómo los miraba, recibía y vitoreaba la gente. “Es distinto”, comentaban los organizadores.
En la puerta de OHL se constató el cambio. Varias decenas de personas protestan contra un ERE que ha puesto en marcha la compañía mientras la Guardia Civil registraba sus oficinas de la Torre Espacio, situada en el centro del nuevo poder financiero de Madrid.
Empleados de clase media, trajeados, recibían al tramabús entre aplausos y algún grito espontáneo de “sí se puede”.“Las clases medias y populares se juntaron en 1931, en 1975 y el 15M”, aseguró Monedero de vuelta al autobús. A su lado, la portavoz de Unidos Podemos en el Congreso, Ione Belarra, y el sociólogo Rubén Juste. En segundo plano el diputado Manolo Monereo, auténtico creador del concepto trama.
“Pablo Iglesias tiene una flor en el culo”, resumió una de las personas que viajaba ese jueves en el tramabús. Una coincidencia, una acción insospechada de un juez, ponía de relevancia la denuncia de Podemos. Monedero, molesto, sostenía que no era necesario detener a Ignacio González para que tenga sentido el tramabús. Pero la realidad es que la Operación Lezo ha sido la gasolina imprescindible para que siga su camino.
La nueva dirección del viento hizo que una nueva avería, el viernes, pasara desapercibida. El tramabús apunta ahora hacia otro de los focos de la corrupción española: la costa levantina. Desde Murcia hasta Castellón, recorrerá a partir del lunes que viene el corredor mediterráneo de la imputación del PP.
Antes, el domingo, hará su última parada en Madrid, en la Puerta del Sol, donde Pablo Iglesias volverá a ser el protagonista del día. Pero en unas circunstancias muy distintas a las de una semana antes.