La Plaza de Oriente de Madrid ya no es lo que era cuando Adolfo era joven. Cuando Franco salía al balcón del palacio a saludar, “se veían las cabezas hasta el final”, dice, señalando hacia el Teatro Real. Entonces no había tantos setos y árboles, recuerda el hombre, de 77 años, que se ha acercado hoy un poco antes de que empiece el cambio de la guardia, a ver si le da tiempo a ver a Felipe VI por el ventanal. El rey va a salir a saludar con motivo del décimo aniversario de su coronación y algunos simpatizantes se han acercado con tiempo. Los huecos que dejen los llenarán turistas que pasarán por la zona.
Adolfo ha venido con su amigo Julio Rangel, de 79 años, con quien, sin que haga falta preguntar mucho, pinta un retrato de los miedos sociológicos de la derecha popular madrileña. “No es que seamos franquistas, pero cuando estaba Franco te podías comprar un piso en 10 años, no había okupas, no te preocupabas de que te atracasen a las cuatro de la mañana si ibas a una discoteca”, evoca. No son republicanos Adolfo y Julio, que se van antes de que la gente se apelotone contra las vallas que impiden el acceso a las losas de la calle de Bailén, enfrente del palacio. Hay bastante gente, pero salvo que se empeñe uno en llegar a primera fila, no hay sensación de agobio.
El turismo absorbe cada vez más el espacio público en Madrid, pero la liturgia monárquica sigue un peldaño por encima en la escala de valores institucionales, de modo que el paseo habitualmente atestado de paseantes y trabajadores embutidos en sofocantes disfraces de peluche han sido despejado para los actos marciales. Hay una presencia policial relativamente discreta, apenas superior en cuanto al número de vehículos a la que pueda apreciarse en alguno de los desahucios del centro cuando el vecindario se moviliza en serio. Es casi más aparente el despliegue de Televisión Española, con dos camiones, carpa y andamio para cámara. Las acreditaciones de prensa para los actos en el interior del palacio se han limitado “a los redactores de medios habituales en la cobertura informativa de las actividades de la Casa de Su Majestad el Rey”. Se entiende que de las actividades oficiales.
Media hora antes del inicio del festejo, ya hay entre el público bastantes turistas de relajado discurrir. Steven, hombre de mediana edad, ataviado con gorro de pescador blanco, polo de rayas y bermudas, especula con tino: “Creo que están cambiando la guardia”. Ha venido de California por Portugal, lleva un par de días en Madrid. Se irá pronto, no sabe demasiado acerca de los Borbones.
“No son parásitos, como anteriormente”
Marta Lucía, de 62 años, de origen colombiano y residente en Madrid, reflexiona sobre el papel de la monarquía hereditaria en la época de la inteligencia artificial y los drones autónomos con metralleta. “Ellos trabajan, no son parásitos, como anteriormente”, dice, sin especificar a cuánto atrás habría que remontarse. Sobre los vínculos trasatlánticos de la corona española con América no tiene tan buena imagen. “En Colombia eso fue hace 500 años”, despacha. No convenga quizás sacar a colación a Simón Bolívar, con las elecciones venezolanas a la vuelta de la esquina. Marta Lucía habla ahora de que los borbones suponen también un reclamo turístico. “Son personas que dan la talla”, opina.
Sorprende a María José y Esther, ambas de 50 años, que apenas se distingan banderas de España entre el público. “Lo veo un poco austero”, coincide otra señora. Una pareja de turistas jóvenes se besa cariñosamente a la espera de que su majestad aparezca. “Es más bien como un museo, a mí me da mal rollo cuando vengo aquí”, dice un hombre que viene ejerciendo de guía oficioso de un grupo de jóvenes latinomericanos. Están de guasa. Otro, español, sugiere que pueda haber francotiradores apostados tras los ventanales. Pero el magnicidio como herramienta política está de capa caída, reflexiona un tercero: “Desde ‘Yei Ef Kennedy’ ya nada es lo mismo”, bromea. A Juan Carlos I lo quiso matar ETA, pero ETA ya no existe, siempre que no se le pregunte a la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Pedro Sánchez, rival por la corona
Un hombre con chaqueta de lino brazea para adelantar filas y alcanzar a una mujer que lo espera. Se saludan y hablan animadamente. La mujer recibe una llamada, pregunta a su interlocutor qué tal le fue a la hija en la EvAU. Parece ser que muy bien. “¡Fenomenal, qué bárbaro!”, celebra, antes de colgar. Luego vuelve a la charla, en la que expresaba que si Pedro Sánchez pudiese, se encaramaría a la jefatura de Estado. “Pedro I y Begoña I”, imagina.
Pasan los aviones dejando una estela con los colores de la bandera a las 11.33 y se anima un tanto el gentío, que hasta el momento no destacaba por el fervor. Veinte minutos después empieza el desfile, oficialmente “relevo solemne” de la guardia real. Hay fusiles, hay sombreros con penachos de colores, suenan tambor y trompeta. A las 12.03 sale finalmente al balcón Felipe VI, consorte e hijas. Los cuatro saludan con la mano durante dos minutos. En dos ocasiones se oye entre el público “viva el rey” y “viva España”. Las manos alzan los teléfonos móviles y graban. Luego se va el rey y con él, todos los demás. Si los turistas son del norte de Europa, ya deben de estar pensando dónde ir a comer.