Los clásicos paseos de la familia real o de invitados ilustres foráneos por las calles de Madrid suelen realizarse en alguno de los tres Rolls Royce Phantom IV que adquirió Francisco Franco en 1948.
Habían pasado nueve años del fin de la Guerra Civil, tres del final de la Segunda Guerra Mundial y la dictadura nacionalcatólica estaba apuntalando sus cimientos, con el Valle de los Caídos a medio construir con mano de obra forzosa de los perdedores de la guerra. Y el Rolls, en aquellos años de posguerra, de cartillas de racionamiento, del reparto de Berlín, de levantamiento de un telón de acero que se prolongó 40 años... En aquellos años de represión interna y de Guerra Fría exterior, el Rolls era un símbolo de poder y de humillación ante aquellos que escondían sus ideas y su pasado.
Esos Rolls Royce, hechos a mano, como el propio Valle de los Caídos, tardaron cuatro años en llegar a España. Eran dos berlinas para cinco y siete pasajeros respectivamente y una versión descapotable.
Según cuenta Javi Fernández en su blog, Rolls Royce creó el Phantom IV en 1950 “como regalo a la entonces princesa Isabel II de Inglaterra para su 25 cumpleaños. De ese modelo –color negro, líneas curvas y señoriales– sólo se hicieron 18 coches. La casa real británica se quedó con cuatro, y también lo compraron el Aga Khan III, el sha de Persia Reza Palevi y Franco, que adquirió tres en 1952. El precio de este modelo subía a 8.580 libras”.
Felipe y Letizia ya se montaron en este Rolls hace nueve años, el día de su boda, igual que hicieron hace la infanta Elena y Jaime de Marichalar, y la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin.
Si bien el uso de estos coches está al servicio de la Casa Real, ahora son propiedad de Patrimonio Nacional y se encuentran en los acuartelamientos de El Pardo (Madrid). En ellos suelen acudir los reyes a la apertura de cada legislatura en el Congreso y la constitución del nuevo Gobierno, así como el desfile y los actos del 12 de octubre.