Sánchez se abanica relajado en el supuesto infierno de Ana Rosa

4 de julio de 2023 11:54 h

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Llevaba Pedro Sánchez casi una hora de entrevista con Ana Rosa Quintana y el equipo del presidente estaba haciendo señas para que fuera terminando por el pequeño detalle del Consejo de Ministros que se celebra todos los martes. La presentadora de Telecinco tuvo uno de sus arranques: “Ya sé que se tiene que ir, pero está a gusto. ¡Dejadle en paz!”.

Desde luego que estaba a gusto. Sólo le faltaba quitarse los zapatos y ponerse unas chanclas. En el último encuentro de momento con programas críticos con su gestión, la impulsiva Ana Rosa nada menos, Sánchez coló todo su mensaje, habló por los codos y disfrutó de las preguntas bastante genéricas de su interlocutora.

Sánchez marcó la casilla que le quedaba. Reaccionó a la defensiva con Carlos Alsina, que le hizo las preguntas más agresivas dando por hecho que es un mentiroso. Se comió a Pablo Motos como si fuera un plato de sushi de los ligeros. Y con Ana Rosa, la misma que estaba encendida con sus acusaciones a las tertulias de radios y televisiones conservadoras –“qué coño (es eso) de derecha mediática”, llegó a decir en directo–, tuvo un programa plácido. Uno de esos en que no respondía a algunas preguntas y la presentadora no era capaz de insistir en ellas.

Al final, Ana Rosa no era tan fiera como la pintaban o como se pintaba a sí misma. “¿Qué pasa con la cesta de la compra?”, fue una de sus preguntas. El típico planteamiento genérico que les encanta a los políticos, porque prácticamente pueden responder lo que quieran y durante mucho tiempo.

Cuando sacó el asunto de la ley de sólo sí es sí y la polémica posterior por las reducciones de pena a las que tenían derecho los condenados, parecía que estaba utilizando el arma definitiva y Sánchez se quitó el tema de encima con facilidad.

El líder del PSOE comenzó diciendo que es “una buena ley que protege a las mujeres”. Quintana le cortó: “Cómo va a ser una buena ley”. Muy pocos minutos después, la periodista ya estaba diciendo: “Yo creo que hay cosas positivas en esa ley”. Aun así, no le terminaba de responder sobre las reducciones de pena, cómo fue posible que el Gobierno no fuera consciente de esos efectos. Sánchez prefirió no extenderse sobre ese punto, y por ejemplo no hablar nada de Irene Montero ni a favor ni en contra, y Ana Rosa lo dejó pasar. O no se enteró de que no le estaba respondiendo.

No fue la entrevista que la derecha mediática, eso que Ana Rosa cree que no existe, estaba esperando.

Sánchez volvió a escurrirse por los huecos que deja toda entrevista. No puedes hacer preguntas a un político encañonándole con un fusil de asalto. Se trata de ser lo más concreto posible e incluso así verás cómo se escapa.

Los pactos del PP y Vox en varias regiones dieron a Sánchez la pista de la que despegar en varias cuestiones. En relación a la ley de sólo sí es sí, se refirió a las 3.200 sentencias sobre violencia de género, “motivo de vergüenza sobre todo para los hombres”, una forma de admitir que es un problema grave que debería interpelar a toda la sociedad y también al Gobierno. Esos acuerdos con la extrema derecha en que el PP cede y no se atreve a incluir las palabras 'violencia de género' y debe aceptar que aparezca el concepto de 'violencia intrafamiliar“ eran una oportunidad que no iba a desaprovechar.

Y eso desde que escuchó la pregunta por los acuerdos con Bildu. “No estamos gobernando con Bildu”, dijo de entrada. Acto seguido, pasó a apuntar al PP por pactar con Vox: “Una cosa es llegar a acuerdos para hacer avances sociales y otra para retroceder veinte años en veinte días”, afirmó en referencia a la lucha contra la violencia machista.

Algunas leyes pueden tener efectos contraproducentes, o “indeseados” como les gusta decir a los socialistas, pero mucho peor es negar la existencia de la violencia machista. Esa era su línea de argumentación que machacó sin piedad sin que Ana Rosa pudiera negar esa evidencia. “He escuchado a Feijóo decir que lo que es obvio no se menciona”, explicó. “Y a Abascal decir que la violencia de género es un concepto ideológico”. Es decir, acusó a sus rivales de no resaltar la gravedad de los asesinatos de mujeres o de sostener que esa realidad en un invento de la izquierda. Es el mensaje que quería que absorbiera la audiencia del programa matinal de Telecinco.

Sánchez se presentó como víctima de una campaña de insultos y descalificaciones personales que ha recibido desde las elecciones de 2019. Su objetivo era demostrar a la audiencia que no es la bestia satánica que han descrito sus enemigos. Dio varios ejemplos muy reales. Se metió en disquisiciones que no le ayudan mucho, como esa distinción entre opinión pública y opinión publicada, una obviedad que ya usaban los socialistas en tiempos de Felipe González, pero que tampoco te sirve de mucho.

Si ese es el caso, y lo es muchas veces, tienes que defenderte en todos los foros posibles, no sólo en el Parlamento. Fue Sánchez el que decidió no aparecer en programas como el de Ana Rosa en los últimos cuatro años, con lo que renunció a un instrumento que los políticos, incluso si están en el Gobierno, también necesitan.

Ana Rosa Quintana no le hizo ninguna pregunta sobre la guerra de Ucrania. Ella sabrá por qué. Sánchez mencionó el asunto en la parte final de la entrevista. La presentadora sí preguntó sobre el Sahara y las relaciones con Marruecos. Ahí fue Sánchez quien construyó su propia realidad con el argumento de que su Gobierno ha tenido “la misma posición” sobre Marruecos y el Sahara que los de Zapatero y Rajoy. No es cierto. De lo contrario, Rabat no estaría tan contenta por el cambio de Sánchez y Argel, tan indignada. No será porque esos gobiernos se pasan el día viendo el programa de Ana Rosa.

En un momento dado, Sánchez reconoció que sus ideas no son las mismas que las de la presentadora: “Podemos estar en las antípodas ideológicas”. Ana Rosa no lo admitió: “No, tampoco”. No fue la fiscal agresiva que algunos esperaban que clavara sus incisivos en el presidente. Es lo que pasa con la televisión. Cuando tú hablas en ella, no lo hacen tus enemigos. Solo eso ya es un regalo para los políticos en campaña.

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