El golpe propinado este domingo en las urnas al PSOE de Andalucía es de una profundidad que aún no se alcanza a ver en toda su dimensión. El PP ha barrido al socialismo de su principal feudo histórico, se ha impuesto en las 20 principales ciudades de la región y ha sido primera fuerza en las ocho provincias, también en Sevilla, que desde las primeras autonómicas votó siempre al partido del puño y la rosa, que ha pasado desde 2004 de 2,2 millones de votos a 880.000, de un 50,3% de apoyos a un 24% y de 61 escaños a 30. Pedro Sánchez asume la necesidad de un rearme ideológico tras la debacle, según admiten en su entorno, pero avisa de que el 19J no altera el horizonte electoral ni de la coalición de gobierno, aunque demanda más “comunicadores políticos” y más “empatía social” a la dirección del partido que él mismo renovó hace menos de un año. “Hay que hacerse escuchar, no solo estar”, clamó en un tono que muchos de los presentes calificaron de “muy serio” y que podría ser el prólogo de algunos cambios. La duda, sostienen algunas voces, es si serán antes o después del Debate de la Nación.
El objetivo de La Moncloa pasa por 2023 y por seguir haciendo énfasis en la diferencia entre dos modelos contrapuestos con los que salir de las crisis económicas para reivindicar la socialdemocracia y las medidas de protección social frente al liberalismo que representa el PP y desplegó con toda su crudeza entre 2011 y 2018. De ahí que el presidente demandase este lunes en la reunión de la Ejecutiva Federal del PSOE “más cercanía y movilización” a su partido y recogiese también el guante de quienes le reclamaron un Gobierno “más ideologizado” en sus decisiones para frenar la ofensiva de una derecha en ascenso y que se ve ya ganando unas elecciones generales.
Los datos hablan por sí solos y en La Moncloa, a diferencia de la virulenta valoración contra el claro ganador de la noche del domingo, Juanma Moreno, que salió por boca de la vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra, no tratan de poner paños calientes. Si acaso demandan tiempo para un análisis más sosegado de los motivos de la baja participación y de la clamorosa desmovilización de la izquierda. Tampoco esconden la preocupación por el indubitable mapa teñido de azul que dejan las urnas, como hizo el portavoz de la Ejecutiva, Felipe Sicilia, al término de la reunión de la Ejecutiva. Hay una evidente cacofonía entre el Gobierno y el partido, incluso entre los distintos miembros de una dirección federal cuyo núcleo duro trata de sacudirse la responsabilidad de una debacle que, para varios cuadros, también le es en parte imputable por el bajo perfil político y la inacción de algunos de sus integrantes. Ya se sabe aquello de que las victorias tienen mil padres y las derrotas son todas huérfanas.
“El daño es inmenso. Hay que reconocerlo, digerirlo y situarlo en el contexto del todavía reciente recuerdo de la corrupción de los ERE, el desgaste de 37 años de gobierno, muchas tropelías y un dilatado tiempo de luchas intestinas dentro de la militancia andaluza. Juan Espadas, que renunció generosamente a un cargo tan seguro como la alcaldía de Sevilla para asumir la candidatura, solo ha recogido los restos de un naufragio que provocó Susana Díaz en una organización devastada y deprimida desde su salida de San Telmo”. Quien habla es un líder provincial que, como la práctica unanimidad del partido, cierra filas con el cabeza de lista del socialismo andaluz y demanda “acciones rápidas y contundentes” para corregir el rumbo ante las municipales y autonómicas de 2023, que precederán a las generales de finales del mismo año.
Hasta ahora nadie pensaba ni demanda un cambio de Gobierno porque ni Sánchez ha emitido señales al respecto, ni ha pasado aún un año desde la última remodelación del mismo, pero ante esta debacle hay quien no descarta algún ajuste en el Ejecutivo y, sobre todo, en la dirección federal del PSOE. Se echa en falta una guardia pretoriana de perfiles más políticos que los de quienes ahora orbitan por la sede de la calle Ferraz o llevan el peso de la acción parlamentaria. El margen es estrecho, pero también el propio secretario general y presidente del Gobierno, según relato de algunos de los presentes, demandó a su propio partido “más empatía con la gente” y más “comunicadores políticos” entre unos cuadros habituados a replicar argumentarios y datos económicos que no llegan a la inmensa mayoría de la ciudadanía. Más política y menos economía, es la consigna con la que hace semanas se trabaja en La Moncloa para engrasar el partido y retomar la iniciativa.
Un partido sin contrapesos
Durante la reunión de la dirección federal hubo más de 25 intervenciones, además de un análisis de Sánchez en el que admitió errores en el proceso de relevo de Espadas por Díaz, pero, sobre todo, negó que el resultado andaluz sea la antesala del cambio de ciclo en España del que habla ya la derecha, algo que no rebatió nadie de la dirección. Tampoco se esperaba lo contrario en la medida en que el PSOE es desde hace tiempo un partido sin contrapesos y con una Ejecutiva diseñada a mayor gloria del secretario general. Los tiempos en los que las baronías hacían de contrapunto del líder federal pasaron a mejor vida cuando Sánchez tomó por segunda vez las riendas del partido, después de ser tumbado por un contubernio liderado precisamente por Susana Díaz y apoyado por todos los tótem del socialismo. De ahí la autocomplacencia y la ausencia de autocrítica que lamentan desde algunos territorios.
El presidente se detuvo en explicar la que, en su opinión, es la estrategia diseñada por el PP hace año y medio, que pasaba por convocar elecciones anticipadas en tres territorios donde sabía de antemano que el resultado le sería favorable con intención de forzar, después, un anticipo de las generales. Primero Madrid, después Castilla y León y ahora, Andalucía. “Es legítimo, pero no real”, dijo, que la derecha trate de hacer creer que, después de esta estación, en España se ha consolidado un cambio de ciclo.
Tras el 19J Sánchez, en efecto, sigue en La Moncloa, el PSOE andaluz retrocede pero no se hunde como ocurrió en Madrid y, según palabras del presidente, “nada altera el horizonte de la legislatura ni de la coalición de gobierno”, más allá de que en su propio equipo admitan que necesite mayor cohesión y sea urgente que cese el ruido interno. Salvo algún barón socialista, nadie en el Gobierno ni en el partido contempla tampoco la posibilidad de una ruptura calculada de la coalición con la que dar un golpe de efecto.
Ni es el sentir de la parte socialista ni es tampoco el de Yolanda Díaz, por más especulaciones que haya habido desde la formación morada sobre cuál sería el rédito de una ruptura para su formación ante unas generales. Si lo hiciera, Sánchez podría gobernar con Unidas Podemos fuera del Gobierno hasta finales de 2023, pero difícilmente legislaría. Esto por no hablar de que tendría que afrontar una campaña electoral con la contradicción de haber expulsado del gabinete a quienes necesariamente necesitará para volver a gobernar. Si lo hicieran los morados pensando en recuperar pulso, ocurriría lo mismo. Para ambos tendría costes, seguro. La entropía y la división de la izquierda siempre fue un valor que cotizó a la baja en el tablero electoral.
De ahí que los socialistas confíen en que su voto en Andalucía aumente en las generales tal y como pasó en 2019 cuando la marca sumó 500.000 papeletas respecto a las autonómicas de 2018 y el PP solo 100.000 más. La diferencia ahora entre ambos es mucho mayor, y según un primerísimo análisis de Ipsos sobre transferencias de voto de los electores de cada partido entre las últimas generales y las elecciones del domingo, el 17% de quienes votaron al PSOE hace tres años en Andalucía lo hizo el 19J al PP.
Cualquier cálculo a un año o año y medio a la vista y con el estado gaseoso que acompaña en estos tiempos a la política actual puede ser un ejercicio muy reparador para lamerse las heridas, pero seguramente baldío.
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