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CRÓNICA

Sánchez comunica a Netanyahu el mensaje que los israelíes no quieren escuchar

23 de noviembre de 2023 22:27 h

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Si la sonrisa es la muestra de lenguaje no verbal que sirve para superar las diferencias de idioma o ideológicas en las relaciones internacionales, Pedro Sánchez se preocupó por no caer en la tentación de usarla en sus reuniones del jueves con el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, y el presidente del país, Isaac Herzog. Su semblante serio, al menos el que muestran las fotografías, confirmaba que no estaba allí para ofrecer un apoyo incondicional a Israel, como acostumbran a hacer los representantes norteamericanos, británicos y alemanes en sus visitas al país.

También contrastaba con claridad con la aparición inmediata en Israel en octubre de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que dio prioridad a su condición de política alemana, y por tanto a su futuro político en su país, por encima de sus responsabilidades institucionales, lo que causó un malestar evidente en varias capitales europeas.

Sánchez trasladó a sus interlocutores el mensaje más duro que haya transmitido nunca un presidente del Gobierno español. Es cierto que las circunstancias de Gaza y Cisjordania son mucho más graves ahora que en cualquiera de los mandatos de anteriores jefes de Gobierno. Nunca antes se había producido tal número de víctimas civiles por los bombardeos israelíes, tantos niños asesinados junto a sus familias, tantos hospitales que han sufrido ataques directos.

Un periodista israelí del diario Haaretz, empotrado con las unidades militares, escribió el 15 de noviembre que el norte de Gaza se había convertido en un lugar prácticamente “inhabitable” poco más de un mes después del inicio de los ataques. Sólo se necesitaban unas pocas semanas de ese nivel de destrucción indiscriminada para que sea imposible que los gazatíes puedan volver allí sin importar cuánta ayuda humanitaria reciban.

Edificios enteros de viviendas convertidos en ruinas. Centenares de cadáveres, quizá miles, aún sepultados bajo los escombros. Toda la infraestructura de suministro de agua y luz, pulverizada. Hasta las panaderías, única fuente de alimentos para muchos, fueron atacadas. 14.854 muertos, según el Gobierno de Gaza, de los que 6.150 son niños y adolescentes.

Ciudad de Gaza es la nueva Grozni (Chechenia) o la nueva Mariupol (Ucrania).

“Ciudades enteras han sido destruidas antes en Oriente Medio y en el resto del mundo, tanto en tiempos antiguos como en épocas recientes. Pero cuando ocurre esto, se trata de un suceso de impacto sísmico para esas naciones. Sin embargo, de alguna manera y a pesar de que los ojos del mundo están centrados en Gaza, no se le ha dado a esto la importancia que tiene”, escribió el reportero.

En realidad, en España y otros países europeos, la opinión pública sí se ha mostrado conmovida o simplemente horrorizada por la represalia masiva ordenada por el Gobierno israelí tras el asalto de Hamás en el que unos 1.200 israelíes, la mayoría civiles, fueron asesinados. No es ya el típico caso de ojo por ojo. Lo que de verdad parece es que Israel quiere borrar Gaza de la faz de la tierra para que nunca más sea habitada.

Ningún jefe de Gobierno español podía ignorar esa realidad. Sánchez hizo también la visita que las autoridades israelíes reclaman a los políticos extranjeros que les visitan estas semanas. Junto al primer ministro belga, estuvo en el kibutz de Beeri, donde un centenar de habitantes pereció en el ataque, algunos en circunstancias horrendas.

Antes, en sus reuniones por separado con Netanyahu y Herzog, pronunció las palabras que la sociedad israelí no quiere escuchar, y mucho menos el Gobierno de coalición para el que el primer ministro reclutó a partidos de mensaje inequívocamente racista. “El número de palestinos muertos es realmente insoportable. Debe distinguirse claramente entre objetivos militares y la protección de los civiles”, dijo a Netanyahu.

A Herzog, le explicó algo que contradecía radicalmente lo que el presidente de Israel había dicho semanas antes: “Necesitamos parar esta catástrofe humanitaria. La respuesta no puede implicar la muerte de gente inocente, incluidos miles de niños”.

El presidente Herzog, un político supuestamente moderado en el contexto político de su país, llegó a decir hace semanas que todos los habitantes de Gaza eran responsables de que Hamás controle esa zona: “Es toda una nación la que es responsable. No es cierta toda esa retórica de que los civiles no lo sabían, que no eran responsables”.

La actitud de Sánchez contrasta con la del canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz. En una entrevista con Der Spiegel el 20 de octubre, dijo que “Israel no necesita avisos de los políticos alemanes”. Miles de personas han muerto desde entonces, pero esas palabras tienen más que ver con algo que existe desde hace décadas, la responsabilidad alemana en el Holocausto.

Por duras que sean las palabras de Sánchez, la opinión pública puede preguntarse para qué sirven, qué efectos tendrán en esta guerra. La primera respuesta es que su influencia será muy pequeña. A los gobiernos israelíes sólo les interesa lo que diga Estados Unidos. La adopción de medidas punitivas en forma de sanciones económicas resulta inviable, porque Alemania y Holanda las impedirían con el apoyo de otros países.

En esta guerra, sólo España, Irlanda y Bélgica han mostrado un alto nivel de rechazo en la UE a la violencia aplicada por los militares de Israel.

Una medida nueva sería el reconocimiento del Estado palestino por parte de España. Albares dijo a RNE que el Gobierno está a favor del reconocimiento de un Estado palestino viable “a muy corto plazo”, aunque “lo ideal” sería que ocurriera en el marco de una conferencia de paz. Una medida unilateral como esa tendría una gran carga simbólica y muy poca influencia sobre el terreno. La ruptura de relaciones diplomáticas con Israel dejaría a España fuera de cualquier iniciativa internacional de paz.

Europa ha vivido durante dos décadas sobre la ficción de que podía resucitar el proceso de paz cuyo objetivo es la firma de la paz a través de la existencia de dos estados. Ese apoyo era únicamente retórico y servía para cubrir el expediente. Mientras la sociedad israelí evolucionaba a posiciones cada vez más intransigentes y cada Gobierno de Netanyahu era más fanático que el anterior, a los gobiernos europeos sólo les ha quedado la alternativa de mirar para otro lado.