Esta es la historia de dos hombres y dos partidos que se negaron durante años. Compitieron, se atacaron, se insultaron y hasta se declararon incompatibles para cualquier acuerdo. Y en tan solo 48 horas aparcaron las diferencias para pactar la primera gran coalición de Gobierno en España. Hablamos, claro, de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, del PSOE, de Unidas Podemos y del aniversario del primer Ejecutivo bicolor de la democracia española.
El tiempo ya se sabe que además de borrar las palabras demuestra que nada es imposible en política, que lo que hoy es blanco mañana es negro y que quien un día es tu principal adversario al siguiente puede sentarse a tu lado en la mesa del Consejo de Ministros. Un año ha pasado de aquel acuerdo de Gobierno que allanó el camino hacia una investidura en la que el líder de Unidas Podemos, la formación que pasó de las protestas del 15-M al Congreso, se convertiría en vicepresidente del Gobierno. Todo después de una difícil digestión del escrutinio de unas elecciones celebradas en noviembre de 2019 que arrojaron un escenario aún más complejo que las que habían tenido lugar siete meses antes y hubo que repetir ante la imposibilidad de llegar a acuerdos.
El candidato del PSOE movió ficha antes de que el acuerdo pudiera verse dinamitado por mil frentes distintos de la política, la economía o los medios y consiguió lo que en abril había sido imposible. Adriana Lastra, por los socialistas, e Irene Montero, en representación de los morados, elaboraron a la carrera, el martes posterior al lunes que Sánchez e Iglesias se vieron en La Moncloa, un documento con diez ejes genéricos que sería firmado por ambos líderes a las dos de la tarde de ese mismo día en dependencias del Congreso. Luego, ante las cámaras, ellos se fundieron en un largo abrazo y en lo que pareció una especie de armisticio tras la cruenta batalla de la izquierda española que condujo a una repetición electoral en la que ambos perdieron apoyos, casi un millón y medio de votos y diez escaños entre las dos formaciones.
Todo lo demás son leyendas urbanas, afanes de protagonismo, egos insaciables o literatura periodística que ni el propio Iglesias ni varios ministros del PSOE recuerdan de aquella segunda semana de noviembre en la que la política en España dio un giro de guion inesperado. “Se han exagerado los detalles sobre aquel día”, asegura a elDiario.es el líder de Unidas Podemos.
“Lo único que no cabrá en el espíritu del futuro Gobierno progresista será el odio y la confrontación entre españoles”, declaró Sánchez sobre un gabinete que se presentó como dique de contención frente al avance de la ultraderecha de Vox en las elecciones. “Será la mejor vacuna frente a la extrema derecha”, apostilló Iglesias.
Atrás quedaban los reproches cruzados durante años y también el veto a la entrada de Iglesias en el Gobierno que impusieron los socialistas en la negociación fallida de abril. España entraba, tras 40 años de alternancia del bipartidismo, en otro tiempo, se esfumaba por completo el anhelo de quienes persiguieron un acuerdo de concertación nacional entre el PSOE y el PP y una fuerza republicana volvía al Consejo de Ministros después de 80 años. Ahí es nada.
Unos hablaron de Gobierno Frankenstein porque necesitaba el apoyo del independentismo catalán ya que Cs se mantenía en el “no” a Sánchez pese a que su líder tuvo que dimitir tras un batacazo sin paliativos; otros dijeron que no duraría un telediario y algunos se dedicaron a poner palos en las ruedas para que cayera incluso después de haber tomado posesión y estando ya España en medio de una pandemia de consecuencias sociosanitarias y económicas de proporciones siderales. Un año después, pocos dudan ya de que estamos ante una legislatura larga ni de que el desgaste por la gestión de la COVID-19 no solo no ha roto la coalición, sino que la ha consolidado.
Lo cierto es que nadie se presenta a unas elecciones y forma Gobierno para que le caiga encima una pandemia como la que vivimos desde marzo, pero la naturaleza cuando ruge es desvastadora y la política tiene a veces caminos insondables. A Sánchez le ha tocado, además de un socio del que renegó durante años y con el que mantiene aún diferencias notables, una crisis sanitaria que se ha cobrado por el momento la vida de 40.000 españoles y una oposición implacable que ha negado la legitimidad del Gobierno desde el primer día.
Mientras en La Moncloa contaban por cientos los muertos diarios por la COVD-19, en algunos despachos del poder se dedicaban a dibujar distintos escenarios que pasaban todos por romper la coalición y construir un Gobierno de emergencia nacional, en el que no estuviera, claro, Unidas Podemos. Hoy aún la derecha más exaltada trina por que Iglesias, como vicepresidente del Gobierno, acompañe al jefe del Estado en la toma de posesión del presidente de Bolivia, Luis Arce. Y todo en medio de las tensiones lógicas que produce la cohabitación en el Gobierno de dos partidos con identidades propias e idearios políticos distantes en asuntos nucleares como el modelo de Estado.
La casualidad o el destino han querido no obstante que en pleno aniversario el Gobierno haya superado con holgura el debate de enmiendas a la totalidad de los primeros Presupuestos de la era Sánchez, después de dos prórrogas consecutivas de los que dejó Montoro antes de que el PP saliera del Gobierno tras una moción de censura. Una mayoría transversal –que incluye de momento a Ciudadanos– superior a la que apoyó incluso la investidura y que en La Moncloa consideran que garantiza cuando menos una legislatura hasta final del mandato. ¿Con Podemos en el Gobierno? Sí. ¿Con discrepancias de calado? También. Pero con la normalización de la discrepancia después del primer año de convivencia y la certeza de que ningún escenario de diálogo es peor que uno de incomunicación y de que discrepar en política no impide trabajar consensos.
Iglesias defiende que el paso del tiempo “ha normalizado la cultura de coalición que sigue sin estar exenta de conflictos”, si bien en los primeros pasos del Gobierno “generaban muchas inseguridades dentro” y una permanente obsesión “por tapar la discusión” y hoy se afronta desde la serenidad y la aceptación por ambas partes. Su impresión es que en una coalición son más intensas las garantías para el cumplimiento de los acuerdos de gobierno que si el Ejecutivo fuese monocolor y que la cohabitación entre dos fuerzas políticas en el seno del Ejecutivo, una cultura desconocida hasta ahora en España, mantiene al Gobierno “en tensión en el buen sentido”.
De la polémica ley de Libertades Sexuales al tuit sobre Bildu
La misma opinión tienen en la parte socialista del Gobierno, donde recuerdan que desde el primer “incendio gordo” entre socios que provocó la Ley de Libertades Sexuales entre la vicepresidenta Carmen Calvo y el titular de Justicia, Juan Carlos Campo, con la titular de Igualdad, Irene Montero, hasta el último tuit de Pablo Iglesias poniendo en valor el apoyo de Bildu a los Presupuestos –que también molestó al PSOE–, se ha aprendido a “convivir con la desavenencia”.
¿Cómo se llega a ese punto? En el entorno del presidente explican que “con mucho diálogo”, pero también entendiendo por parte de Podemos que “el mando lo llevamos nosotros” y por la socialista, que ellos “tienen que diferenciarse” para garantizar su supervivencia en el tablero. Al principio todo era una batalla que se libraba no en la comisión de secretarios ni en la mesa del Consejo, sino en los medios de comunicación, tal y como recuerda un ministro socialista la tensión vivida por la Ley de Libertades Sexuales, un texto cuyo primer borrador se preparó en Igualdad y que Vicepresidencia y Justicia filtraron a la prensa para poner en cuestión su solvencia técnico-jurídica.
La diferencia respecto a aquel episodio que estuvo a punto de romper la coalición es que, doce meses después, esta semana no ha habido un solo ministro socialista que respondiera al tuit con el que Iglesias jaleó el apoyo de Bildu a los Presupuestos, aunque se le hiciera saber que debería haber sido más discreto con “su entusiasmo declarado”, según versión socialista.
Lo mismo ocurrió con las diferencias sobre si el Gobierno debía o no apoyarse en Ciudadanos para aprobar las prórrogas del estado de alarma, un capítulo que llevó muchas horas de conversación entre socios hasta que Podemos entendió que no se disponía de la mayoría necesaria si se excluía a Arrimadas de la negociación. La historia con los naranjas se repite ahora, aunque en otros términos, en las conversaciones para aprobar los Presupuestos.
Ciudadanos para el PSOE no podía ser una línea roja en la medida en que no estaba asegurado el apoyo de ERC, por lo que los socialistas trasladaron a Iglesias que “por encima de su negativa a salir en una foto con los naranjas estaba que España tuviera unos Presupuestos”. La sorpresa fue que, además de los naranjas, los republicanos se avinieran también a formar parte de la negociación. De no haber sido así, “nuestros socios se tendrían que haber comido el acuerdo con Arrimadas”, aseguran desde el ala socialista.
Sánchez aspira ahora a que las cuentas para 2021 salgan con un apoyo holgado y transversal como el que ha tenido esta semana la votación de las enmiendas a la totalidad. Dicho de otro modo: quiere a ERC y quiere también a Cs. Iglesias por su parte defiende que la pandemia ha supuesto el fin del paradigma neoliberal, lo que convierte en indigerible el Presupuesto para Arrimadas. Lo dice incluso más claro: “Hay una necesidad histórica de revertir algunas cuestiones económicas” que, junto a la consolidación de la “colaboración de las fuerzas políticas de izquierdas, también de Cataluña y Euskadi, harán que el apoyo de Ciudadanos a las cuentas públicas sea imposible. Los PGE son de izquierdas, muy de izquierdas. Y, aunque Arrimadas haya decidido que tiene que apoyarlos, lo tendrá dificil”.
En todo caso, el deseo tanto de Iglesias como de ERC de sacar a Arrimadas del acuerdo presupuestario no será motivo de ruptura ni mucho menos, sino una muestra más de la “normalización de la diferencia” entre los socios del Ejecutivo. Y esto al margen de que en el entorno presidencial entiendan que si los naranjas quieren sobrevivir no tienen otra opción que apoyar los Presupuestos porque “si se meten de nuevo en la foto de Colón, junto al PP y a Vox, la derecha les engullirá para siempre”.
Hoy, a diferencia de cuando echó a andar la coalición, tanto el PSOE como Unidas Podemos defienden sus posiciones sin temor a la discrepancia pública y entienden que, como dice una ministra morada, “formar un Gobierno de coalición no significa no tener discrepancias, sino saber cómo gestionarlas y establecer cuál es el margen de maniobra de cada uno”. En Unidas Podemos defienden que no tiene sentido ocultar las desavenencias, cuya visualización cree además que “les beneficia”. De hecho creen que es la mejor forma de que su electorado y su militancia valoren positivamente su presencia en el Gobierno y que gracias a ella ha sido posible acelerar la aprobación del Ingreso Mínimo Vital, la subida del SMI o incrementar las becas, sacar un plan de choque contra la dependencia o limitar el precio de los alquileres.
Trabajo vs Economía
Aun así hay enfrentamientos que en el seno de la coalición se consideran ya crónicos, como el que protagonizan desde que echó a andar la coalición la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. El último episodio se ha vivido esta misma semana con motivo de la filtración de un borrador sobre la orientación de la reforma laboral que en La Moncloa atribuyen a la titular de Trabajo en su batalla contra la vicepresidenta económica y su departamento niega. Lejos de entrar en pánico como hubiera ocurrido antaño y aunque en el PSOE sostengan que ha sido un claro ejemplo de “juego sucio” en la medida en que “se trata de un borrador sacado de contexto sobre la negociación colectiva” para endosar a Calviño “la etiqueta de neoliberal”, en realidad lo que hace la titular de Trabajo sin pretenderlo es aumentar la autoridad de la responsable económica ante Bruselas y los organismos internacionales. Y en sentido inverso piensan en Unidas Podemos de Yolanda Díaz: que refuerza su perfil combativo ante el electorado de los morados.
Los fuegos que hayan podido avivarse de uno y otro lado del Gobierno nunca han llegado, sin embargo, a afectar a la relación que han conseguido tejer Sánchez e Iglesias en estos doce meses. Y, aunque presidente y vicepresidente ya no mantienen la periodicidad semanal del almuerzo que establecieron tras las primeras crisis internas para aumentar la comunicación entre ambos, con el tiempo ha ido creciendo un nexo de confianza que ha disipado recelos mutuos. Y eso que hubo momentos en que nadie oculta que la coalición estuvo al borde mismo y que en el camino recorrido, ambos, tanto Sánchez como Iglesias, “han sacrificado en buena medida a sus respectivos partidos”. Así lo defiende un miembro de la dirección morada, que añade que “hoy el PSOE es Sánchez y Podemos, Pablo Iglesias, y no existen en ninguna de las dos organizaciones contrapesos” que puedan cuestionar o corregir sus respectivos rumbos. A los dos –añade el mismo interlocutor– les molestan sus partidos porque han llegado donde están en buena medida peleando contra ellos. Los ven como un lastre y no como una ayuda, pero olvidan que sin ellos tampoco estarían ahí ninguno de los dos“.