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Sánchez engrasa la sala de máquinas de Gobierno y PSOE con la mirada ya en 2023

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la comparecencia en la que dio a conocer la nueva composición del Gobierno.
11 de julio de 2021 22:12 h

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Nadie sospechaba y nadie sabía. Solo unos pocos tenían la certeza de que los cambios serían en julio y no en otoño. Ni siquiera su círculo más estrecho. A todos sorprendió y solo a un par de personas avisó Pedro Sánchez, a eso de las ocho de la mañana del sábado, con un lacónico: “Empieza el baile”. A las 9, el presidente empezó a llamar a los ministros que tenía decidido sacar del Gobierno. Uno tras otro fueron encajando la noticia. Carmen Calvo ya la tenía digerida. “Está tranquila, aliviada y con un deterioro físico evidente. Pero es una señora que, pese a acumular en los últimos tiempos notables diferencias con Sánchez, se va con la gratitud por encima de cualquier otra cosa”, asegura un ministro.

Juan Carlos Campo se siente profundamente herido, después de haberse “comido” el desgaste por los indultos a los líderes del procés. Lo de José Luis Ábalos no se lo explica nadie, ni siquiera él mismo, que está pendiente de una conversación de mayor profundidad a la que el sábado tuvo con el presidente. José Manuel Rodríguez Uribes lo ha encajado con deportividad, si bien es consciente de que con la cultura a medio gas por la pandemia y un equipo que le dieron hecho poco podía hacer. Iván Redondo aún anda construyendo relatos alternativos a lo ocurrido porque lo que nadie –absolutamente nadie– sospechaba era que en esa ronda el presidente iba a incluir a su hasta entonces jefe de gabinete. Ni siquiera él, que había trasladado a su propio equipo días antes que en la remodelación que preparaba Sánchez sería ministro, concretamente de Presidencia. En la era de la postverdad, luego contó que fue lo que le había ofrecido el presidente, y él rechazó. No fue así. Él pidió la cartera que desde hoy ocupa Félix Bolaños para tener ocasión de defenderse de los ataques de los que, desde un puesto sin exposición pública, no podía resarcirse. Sánchez le dijo “no” y a otra cosa, siguiente capítulo, fin de la historia.

En la Moncloa cuentan que hace tiempo que el presidente había perdido la confianza en su jefe de gabinete y que con la fallida campaña del 4M dirigida por Redondo ya tenía en mente relevarle de su cargo. La puntilla se la dio, relatan, el episodio del “paseíllo exprés” que Sánchez mantuvo con Joe Biden en un pasillo de la OTAN y que Redondo vendió a los medios como si fuera a ser la imagen de los acuerdos de Camp David.

La destitución de Iván Redondo ha sido, sin duda, la pieza del Gobierno de la que nadie esperaba que Sánchez prescindiera. Y no será porque no se lo hubieran recomendado muchos. “¿Qué te han parecido los cambios?”, le preguntó el presidente a un colaborador. “Me gustan, pero la salida que más me sorprende es la de Iván”, le respondió. “Era una etapa ya cumplida. ¿Te gusta?”, preguntó lacónico el presidente. “Mucho”, concluyó su interlocutor al instante.

Ese “mucho” era revelador de la animadversión que el ex todopoderoso Redondo despertaba en La Moncloa y en el PSOE, donde han celebrado con gran entusiasmo su relevo por Óscar López, una persona de partido con la que PSOE y Gobierno trabajarán desde ahora con la vista puesta en las elecciones de 2023, ya que los cambios en el gabinete de Sánchez persiguen exactamente eso: activar al Ejecutivo en esta segunda mitad de legislatura con la mirada ya puesta en las elecciones generales y “contando con el PSOE, que es con quien se tiene que contar, y no con los gurús ajenos a las siglas”, apostilla un socialista.

Nadie duda que tras la remodelación más profunda que un Gobierno ha vivido en democracia Sánchez busca, además de lanzar un mensaje de que en La Moncloa solo manda él, un giro hacia el PSOE y un cambio profundo que venda recuperación económica, ecología, feminización, progreso social y optimismo. El presidente tratará de rentabilizar la reactivación económica con la llegada de los fondos europeos para la recuperación y de paso dar la vuelta a las encuestas que hoy reflejan un claro deterioro del PSOE, tras la gestión de la pandemia, la concesión de los indultos a los independentistas y el fracaso de las elecciones autonómicas del 4M. Solo el tiempo dirá si las hará coincidir con las municipales y autonómicas de la primavera de 2023 o agotará el mandato, como es su intención, hasta finales de ese año. 

Eclipsar a Yolanda Díaz

Sea como fuere, la percepción en Moncloa es que estamos ante un Gobierno nuevo porque Sánchez quiere un mandato largo, ganar las próximas elecciones y proyectar hacia fuera un gabinete que trabaje sobre todo en torno a tres ejes: la politización –con perfiles socialistas–,  la territorialización y la feminización. Optar por políticos de solvencia acreditada en las urnas en sus respectivos territorios y prescindir de los perfiles más técnicos e independientes –como eran Laya en Exteriores, Campo en Justicia o Duque en Ciencia– es apostar todo a una batalla que se presume dura frente a la derecha más ideologizada que ha dirigido el PP en lustros, que desde hace meses se libra a cara de perro en el Congreso y para la que Unidas Podemos no queda en buen lugar, aunque la permanencia de todos sus ministros, tras la remodelación, pudiera parecer un signo de fortaleza que en el PSOE no leen como tal.

De hecho, Sánchez eleva la cuota de mujeres en su gabinete, con perfiles jóvenes y solventes, que pueden eclipsar el brillo que hasta ahora desprendía Yolanda Díaz, una vicepresidenta de la cuota de Podemos que no milita en el partido y que por tanto no estaba en disposición de hacer cambios en las carteras asignadas a los morados, aunque hubiera sido su deseo.

La mirada de Sánchez está ya en 2023. Lo ha demostrado con la profunda remodelación del gabinete y hará nueva demostración de ello en el 40 Congreso Federal del PSOE que se celebrará en octubre, una cita que afronta desde el convencimiento de haber cumplido su compromiso con la actual dirección y pagado los favores debidos a quienes le ayudaron a recuperar la secretaría general en 2017. De hecho ya señaló el camino del cambio hace tres meses con la designación de los ponentes para el congreso, lo que despertó suspicacias entre los miembros de la actual Ejecutiva.

En el PSOE, como en el Gobierno, quiere pasar página y poner las luces largas. Entiende que ya ha cumplido con quienes le ayudaron a recuperar el liderazgo del partido y su mirada apunta solo al futuro. De hecho, con la designación de los ponentes del próximo Congreso Federal ya en abril señaló el que será el futuro del partido, además de la composición de su próxima Ejecutiva para sentar las bases de los próximos liderazgos territoriales y designar al equipo que le acompañará en este nuevo tiempo. Salvo Adriana Lastra, en la vicesecretaría general, y Santos Cerdán, en Coordinación Territorial, el resto de la dirección es toda susceptible de ser relevada en octubre. Más ahora que Sánchez ha vuelto a demostrar al prescindir de Ábalos como ministro y anunciar que tampoco seguirá de secretario de Organización del PSOE que nadie es imprescindible y que la única pieza intocable en el Gobierno y en el partido es él mismo.

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