Pablo Iglesias estuvo entre serio y enfadado durante el discurso de Pedro Sánchez en la mañana del lunes. Se notó que no le hizo ninguna gracia que el candidato socialista resumiera en una sola frase –dentro de un discurso de una hora y 52 minutos– las negociaciones con Podemos para formar un Gobierno de coalición. Poco después, vio que Sánchez terminaba su discurso haciendo una petición expresa a la derecha para que permitiera la investidura con su abstención.
“Lo que les pido es que retiren las barreras, que España tenga un Gobierno, que avance”, dijo Sánchez. Iglesias aguantó el tirón y se fue a comer.
Por la tarde, vio a Sánchez pedir al PP esa abstención una y otra vez en su réplica a Pablo Casado hasta el punto de sostener que el PP tenía la obligación de abstenerse: “Si usted no quiere una repetición electoral, si no quiere un Gobierno que dependa de los independentistas, usted se tiene que abstener”. Más o menos lo que le pidió Rajoy en 2016, pero incluso con más intensidad.
Los diputados del PP se lo tomaron a broma. “Porque tú lo vales”, gritó uno de sus diputados. Había más risas que indignación en la bancada de la derecha. Seguro que a Iglesias no le hizo ninguna gracia.
Si la prioridad de Sánchez era conseguir la investidura con la abstención de la derecha, ¿de verdad estaba interesado en un Gobierno de coalición con Podemos? Había dudas razonables. Por otro lado, el PP y Ciudadanos confirmaron que no iban a ser tan ingenuos como para conceder a Sánchez el éxito político de la investidura. Albert Rivera preferiría que lo desollaran en público antes que permitir algo así.
“Un decorado de su Gobierno”
En su primera intervención, el líder de Podemos no llegó a montar en cólera. Lo que no quiere decir que olvidara lo que había escuchado. Recordó que él había renunciado a entrar en el Gabinete y “a partir de ahí, ustedes se quedaron sin excusas”. Cerró su discurso con el primer aviso: “Respeten ustedes a nuestros 3,7 millones de votantes y no nos propongan ser un mero decorado de su Gobierno porque no lo vamos a aceptar”.
El ambiente se calentaba. La situación muy poco habitual, casi insólita, de que se celebre una sesión de investidura cuando acaban de comenzar las negociaciones entre ambos partidos empezaba a poner a prueba las costuras de un proceso marcado por las desconfianzas mutuas y el veto a Iglesias. Muy poco tiempo para curar las heridas del pasado reciente.
Le tocaba a Sánchez decidir entre contemporizar para salvar la negociación o pisar también el acelerador. Al principio, parecía que tomaba las curvas a la velocidad correcta. “Queremos gobernar con ustedes y esa mano la tienen ustedes tendida”. Pero muy pronto dio un volantazo y aceleró. Planteó con toda tranquilidad la opción del fracaso del diálogo, algo que sólo se hace cuando se quiere presionar al otro hasta más allá de lo recomendable. “Si al final no llegamos a un acuerdo, hay otras opciones”, como un pacto de investidura u “otros escenarios de acuerdo sin necesidad de incorporar a Unidas Podemos a un Gobierno de coalición”.
Así que los planes B o C del PSOE no descartan dejar fuera a Podemos del Gabinete, a pesar de que ese partido ha entregado la pieza más valiosa, la cabeza de su líder, para hacer posible el acuerdo. Se confirmaban las sospechas de Iglesias y sus compañeros.
La paciencia de Iglesias se estaba acabando. “Habrá mucha gente que piense que usted no quiere un Gobierno de coalición”, dijo. Como en todas las célebres peleas de la izquierda, se estaban deslizando lentamente hacia el precipicio de los reproches históricos. “Si no fuera por sus errores, nosotros no estaríamos aquí”, lanzó Iglesias para argumentar que la aparición fulgurante de Podemos en la política española no habría sido posible si el PSOE se hubiera comportado como un partido realmente de izquierdas. El típico ataque que pone de los nervios a los socialistas.
¿Era necesario que Iglesias quisiera recordar por qué existe Podemos? Él debió de pensar que sí. Hora de ponerse los guantes.
No hay tiempos muertos
La dinámica de un debate de investidura –discurso, réplica, contrarréplica, réplica desde el escaño– no favorecía que se enfriaran los ánimos si de verdad los dos líderes querían salvar las posibilidades de un acuerdo. No había tiempos muertos. No había un entrenador que calmara a los contendientes y les recordara la estrategia. Nadie que pusiera una toalla mojada sobre los hombros del púgil para calmar la calentura.
Sánchez e Iglesias ya no aparentaban ser “socios preferentes”, sino contendientes. No podían ya dejar pasar ninguna ofensa, real o imaginada.
El candidato socialista volvió a pisar el acelerador. Los dos coches bordeaban los límites de la carretera derrapando en las zonas más peligrosas. Dijo que no le parecía serio que se llamara decorativa a la oferta hecha por el PSOE. Insistió en que podía no haber acuerdo, y en ese caso retó a Iglesias a atreverse a votar en su contra junto a la derecha y la extrema derecha, lo que ocasionó las protestas más sonoras desde los escaños de Podemos.
No faltó el toque directo contra Iglesias: “El mundo no empieza y acaba con usted”. Ya todo era personal.
El estallido
Iglesias creía que había aguantado suficiente, reventó y fue con todo: “No vamos a dejarnos pisotear ni humillar por nadie”. Ya era un duelo de honor y nadie le iba a parar. Pasó a detallar las propuestas de Podemos en la negociación que el PSOE había rechazado.
Y ahí lo soltó todo. Como si estuviera retransmitiendo las negociaciones, Ministerio por Ministerio. Fue el momento dramático del debate. Lo nunca visto: “Cuando dijimos que nos gustaría un modelo como el valenciano donde todos los equipos son mixtos y que pudiera haber gente nuestra en los equipos de todos los ministerios, usted me dijo personalmente 'ni hablar'. En ningún Ministerio que encabece alguien del partido socialista, habrá ninguna persona de Unidas Podemos. Ustedes asumían Interior, Defensa, Exteriores, Economía. Y cuando nosotros les proponíamos, miren ustedes para desarrollar el programa que podemos pactar con ustedes querríamos alguna competencia de Hacienda, dijeron ni hablar. Bueno, para desarrollar el programa querríamos alguna competencia de Trabajo, dijeron ni hablar. Para desarrollar el programa querríamos alguna competencia de Igualdad, ni hablar. Bueno, para desarrollar el programa querríamos alguna competencia de Transición Ecológica, dijeron ni hablar. Para desarrollar el programa les dijimos que querríamos alguna competencia de Ciencia, y dijeron ni hablar”.
Casi no daba tiempo a anotar sus palabras, pronunciadas con furia y a toda velocidad. “Señor Sánchez, ¿qué nos ha ofrecido ustedes? Explíqueselo a la Cámara a ver si les parece que es algo más que decorativo”, le desafió.
Los diputados de los otros partidos ya habían agotado la primera bolsa de palomitas para seguir el espectáculo y empezaban con la segunda.
Como Sánchez le había amenazado con una votación en la que estaría en el mismo bando que Vox, Iglesias respondió con algo que sonaba también a amenaza o al menos a negro presagio. “Puede hacer caso a Tezanos (presidente del CIS) y convocar otras elecciones, pero si usted no llega a un acuerdo de coalición con nosotros, temo que no llegará a ser presidente de España nunca”.
A las 19.54 del primer día de la sesión de investidura el embrión de Gobierno de coalición del PSOE y Podemos había saltado por los aires. Si todo era teatro, hay que reconocer que era muy realista. Había restos de cuerpos por todo el escenario.
Hubo un pequeño detalle final que conviene recordar. Sánchez renunció a su último turno de réplica desde el escaño. Había conseguido lo que quería o prefirió no calentar más el ambiente.
No verán nunca un debate de investidura más emocionante que este. Eso sí, puede no salir gratis. De aquí al jueves, o quizá en verano, alguien con la cabeza fría debería intentar recoger los restos de la explosión y resucitar la negociación. De lo contrario, hay un domingo en noviembre en que tocará volver a votar.