Ganar a veces no sirve para gobernar y es probable que Salvador Illa no consiga la llave de la Generalitat. Aún así, su candidatura para el 14F ha sido un éxito rotundo. Para el PSC, que logra su mejor resultado en 15 años y se convierte en primera fuerza política. Para el ex ministro, que no acusa en absoluto la gestión de la pandemia y mucho menos los ataques furibundos de la derecha política y mediática. Para el PSOE, que consolida su apuesta por el diálogo y el encuentro ante el conflicto territorial. Para Sánchez, que se anota otro tanto en su marcador de victorias y sale reforzado del envite. Y para el Gobierno de coalición porque consolida su estrategia de mano tendida al independentismo.
El líder del PSOE refuerza su victoria al ver también que la alternativa nacional que representa el PP sale muy debilitada en estas elecciones, pues los de Casado solo han conseguido escaños en una de las cuatro provincias catalanas (Barcelona) y además han sido superados ampliamente por Vox. Si el PP había conseguido un 7,42% en las últimas generales, en las elecciones de este domingo no ha llegado al 4%, peor incluso que en el fracaso de las anteriores autonómicas. Y, en cambio, el partido que lidera Santiago Abascal supera la suma de PP y Ciudadanos, lo que abre definitivamente la batalla por el liderazgo de la oposición y da oxígeno a la coalición de PSOE y Unidas Podemos.
El “efecto Illa” no era por tanto un espejismo. La candidatura del ex ministro de Sanidad gana en votos las elecciones catalanas y empata en escaños con ERC, lo que seguramente no servirá para pasar página de inmediato en Catalunya como deseaba el candidato del PSC, pero sí al menos para salvar la entente del PSOE con los republicanos en el Congreso de los Diputados, aun en el caso de que el Govern que resulte de esta convocatoria fuera finalmente independentista, ya que ERC, que logra por vez primera la hegemonía del secesionismo, ya dio por muerto el “independentismo mágico” y la unilateralidad. Su apuesta por el diálogo con Madrid y la entente con Sánchez no son coyunturales.
El secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, fue anoche el encargado de celebrar el “voto mayoritario por el reencuentro y la convivencia”, frente una derecha, tanto la independentista como el resto, que ha sido, a su juicio, la gran perdedora. “Los socialistas no defraudaremos la confianza que han depositado en nosotros. Aceptamos pues el papel que los electores nos han adjudicado y desde ahí y en la medida de todas nuestras fuerzas, trataremos de devolver a Cataluña al lugar que le corresponde, a la vanguardia del crecimiento económico y la justicia social”, aseguró después de que Illa anunciara que se va a presentar a la investidura para presidir la Generalitat, tras confirmarse que ha sido el más votado en las urnas y aunque no tenga votos para ser investido.
Hasta aquí la primera derivada de las elecciones catalanas. La segunda es la marejada que el 14F deja en la derecha españolista, que ya es ultraderecha sin paliativos en Catalunya. Vox irrumpe con fuerza en el Parlament con 11 escaños, arrastra a Ciudadanos hasta la UCI -después de pasar de primera a penúltima fuerza y perder 30 diputados- y convierte al PP en una marca más irrelevante de lo que ya lo era al quedarse con solo tres parlamentarios. Si Arrimadas se enfrenta a una posible liquidación de la marca en España, el liderazgo de Casado vuelve a estar en entredicho.
Los populares se quedan sin apenas margen para alcanzar acuerdos de Estado con el PSOE, después de la fuerza con la que la ultraderecha entra en el Parlament. Y en Génova, donde creen que no será sencillo tumbar a un presidente elegido en primarias, ya están preparados para afrontar la ofensiva de los barones. De momento, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, se ha apresurado a decir que ni el partido va a “cambiar el rumbo” tras el mal resultado electoral ni los resultados obtenidos en Cataluña son extrapolables a nivel nacional. Su lectura: todo es culpa del “juego sucio” que han sufrido los populares en campaña electoral tras las nuevas declaraciones del ex tesorero del PP Luis Bárcenas. Lo dijo aún de otro modo: “Esa es la última factura que vamos a pagar de ese pasado. No vamos a cambiar el rumbo y vamos a seguir trabajando”.
Todavía hay una tercera derivada nacional y es que, tras los fracasos de Galicia y País Vasco, los comunes mantienen intacta su representación de 8 diputados en el Parlament, lo que sin duda es un éxito también para Pablo Iglesias, a quien auguraban otro descalabro, tras la tendencia a la baja de los últimos comicios y el batacazo en Galicia. Pese a los malos vaticinios y con Illa y la CUP al alza, los morados no retroceden un solo escaño en favor del PSC.
Ahora, todo depende de ERC y de cómo gestione su hegemónica posición dentro del independentismo. Los de Junqueras tienen dos opciones: o repiten gobierno con Junts o intentan un Govern en solitario (o con los comunes) de geometría variable, lo que en la práctica sería un acuerdo con el PSC.
Y, a tenor de lo dicho en campaña, del veto firmado contra Illa y de las declaraciones de Aragonés en la noche electoral, lo más probable es que se incline por la primera opción. Incluso en ese caso, el resultado final reforzaría el bloque de la mayoría que dio la investidura a Sánchez. Al fin y a la postre, el independentismo no tiene más camino que el de la colaboración con el gobierno si busca salir de su laberinto. Todo en un contexto de crisis económica y con el reto de gestionar los fondos de recuperación que llegan de Bruselas.
El peor escenario para La Moncloa era una victoria de Junts que no se ha producido. El mejor, que ERC ganase la batalla dentro del independentismo. Y el que ha resultado es un empate infinito en escaños entre socialistas y republicanos que nadie duda que servirá para recuperar la mesa de diálogo y acelerar los indultos a los presos del procés, un asunto central para los de Junqueras. El tablero nacional también se ha movido y las consecuencias están por llegar.