El primer gobierno de coalición estatal desde la restauración de la democracia tiene los días contados. El adelanto electoral del 23 de julio anunciado esta semana por el presidente precipita el final de una convivencia política entre el PSOE y Unidas Podemos a menudo tormentosa y que, con más o menos fundamento según el momento, ha estado casi siempre en entredicho. Tanto, que la ruptura volvió a ser una opción encima de la mesa de Pedro Sánchez en la noche del 28M y que, incluso con las elecciones ya convocadas, aún sigue vigente en función de cuál sea el desenlace de la negociación en torno a Sumar.
La lectura política hecha en la Moncloa del tsunami electoral de la derecha en las municipales y autonómicas descarga buena parte de la responsabilidad en sus socios del Consejo de Ministros. Por un lado, los socialistas achacan a la falta de músculo electoral de su izquierda la pérdida de la inmensa mayor parte del poder territorial por la imposibilidad de alcanzar pactos de gobierno como los que sí tiene a mano el PP con Vox. Y, además, concluyen que en gran medida la desmovilización de su propio electorado tiene que ver con el nivel de virulencia en el ruido generado en los últimos tiempos en la coalición.
Por eso, en el mismo momento en que Pedro Sánchez y su equipo se decantaron por el adelanto electoral adoptaron una decisión más: desvincular el balance de Gobierno desde el punto de vista de la gestión, que seguirá siendo reivindicada, de una fórmula de coalición que los socialistas ya no piensan volver a ensalzar y de la que, estratégicamente, pretenden pasar página.
En la práctica, el propio presidente considera desde hace meses que los puentes están volados principalmente con las ministras de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, desde la crisis política que se derivó de la reforma de la Ley de Libertad Sexual. Pero entonces la decisión fue la de no llevar hasta las últimas consecuencias esa ruptura de facto. La salida del Ejecutivo de las titulares de Derechos Sociales e Igualdad no se llevó a cabo para evitar el relato de un fracaso generalizado de un Gobierno de coalición progresista que se aspiraba a revalidar en las urnas, un escenario que ahora parece lejano.
Las semanas que duró esa crisis política del ‘solo sí es sí’ fueron el punto de inflexión de la legislatura. Muchos dirigentes del PSOE le hicieron llegar esos días a Pedro Sánchez el profundo malestar del partido con Podemos, que llegó a acusar a sus socios de defender “el código penal de la manada”, de “traicionar el feminismo” o incluso a englobarlos en un “puñado de fascistas que pretenden volver al silencio y a la culpa”.
Hay quien piensa en el PSOE que esa crisis hubiera merecido un golpe de autoridad por parte del presidente del Gobierno que, de algún modo, hubiera paliado también el castigo en las urnas del pasado domingo. Algo que, a toro pasado, se comparte también hoy incluso en el entorno del presidente.
Pendientes de Sumar
La noche del 28 de mayo fue finalmente descartada la hipótesis de una ruptura de la coalición porque el presidente quiso trasladar en primera persona un mensaje de asunción de responsabilidades y lanzó un último órdago político en busca de un todo o nada el próximo 23 de julio. Pero la salida del Gobierno de los ministros y ministras de Unidas Podemos sigue sin estar absolutamente descartada.
Desde hace meses, Pedro Sánchez sigue con atención los pasos de su vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en la conformación del proyecto político Sumar. El líder del Ejecutivo ha llegado a trasladar personalmente a la política gallega su preocupación por la escalada de tensiones en ese espacio, fundamentalmente entre la propia Díaz y el exvicepresidente Pablo Iglesias. Señalado como un continuo foco de ruido a menos de 50 días de las generales, la falta de acuerdo entre las izquierdas para acudir juntas a las urnas bajo el paraguas de Sumar es percibido en la Moncloa como un escenario “inasumible” que volvería a replantear la posibilidad de una salida del Consejo de Ministros de los socios del PSOE.
De concretarse la falta de acuerdo en las izquierdas, la intención en el PSOE es tomar definitivamente distancias con un espacio en el que vaticinan que “se pasarán de aquí a julio a la gresca, en una batalla campal”. Un escenario en el que los socialistas ven además una oportunidad para apelar al voto útil y recuperar parte del terreno perdido en su día entre el electorado progresista, objetivo también relevante a ojos del partido incluso en la hipótesis de tener que pasar a la oposición.
Sería, en ese caso, la segunda ruptura de Pedro Sánchez con Podemos en apenas cuatro años. La primera fue precisamente a cuenta de las negociaciones para formar Gobierno. “Yo hoy podría ser presidente si hubiera aceptado las imposiciones de Iglesias pero no podría dormir tranquilo por la noche”, dijo en una entrevista en laSexta. Tras la repetición electoral del 10 de noviembre de 2019 las urnas convencieron a Sánchez de que, pudiera o no conciliar el sueño, su única opción de formar Gobierno pasaba por una coalición con los de Pablo Iglesias que el presidente ha defendido durante toda la legislatura. Hasta que las urnas, el pasado 28M, lo volvieron a convencer de lo contrario.
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