Me propusieron desde elDiario.es pasar una semana asomado a la versión española de eso que los franceses llaman “fachosphère”: la nube (negra) de youtubers, tuiteros, pseudoperiodistas, trolls y demás fauna que en las redes sociales difunde ideas ultraderechistas y da la “batalla cultural”. No se os ocurre nada bueno para mí, les dije, recordando que hace unos meses ya me enviaron un fin de semana al Valle de Cuelgamuros. ¿Para cuándo un reportaje a bordo de un crucero por el Caribe, como aquel de David Foster Wallace cuyo famoso título he parafraseado hoy: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer?
Así que me he pasado la semana viendo vídeos, canales de Telegram, cuentas de Twitter y algún que otro medio digital infame. Tampoco tiene mucho mérito: es lo que hacen habitualmente, y sin cobrar por ello, muchos de nuestros vecinos, compañeros de trabajo y hasta nuestros hijos si nos descuidamos. Gente cuya principal fuente de “información” es esa, y que con entusiasmo y convicción contribuyen a distribuir y viralizar sus contenidos en redes propias, grupos de Whatsapp y conversaciones de bar, pausa de café o parque de perros. Si no han bebido nunca de la fuente original, ya verán cómo les suenan los argumentos de escuchárselos a gente próxima.
A mí tampoco me hacía falta buscar mucho: me ocurre a menudo cuando publico un artículo aquí mismo. Si trata sobre ciertos temas (el gobierno progresista, la ultraderecha, Cataluña…), automáticamente se me llenan las notificaciones de Twitter con decenas de menciones insultantes, procedentes muchas veces de cuentas anónimas y con apenas seguidores. Esta misma semana, por ejemplo: escribí en defensa del uso de las lenguas en el Congreso, y en cuanto elDiario.es tuiteó mi artículo mencionándome, en solo veinte minutos tenía yo la pantalla llena de agradecimientos: torpe, tonto, subnormal, indocumentado, ridículo, payaso, iluminado, progre que aplaude la destrucción de España, casposo, idiota, asqueroso, adalid de la integración de pederastas y criminales… Esto solo en los primeros minutos, les ahorro el resto.
Quiero decir que la fachosfera va ganando terreno en todos los frentes digitales y envenenando la plaza digital. Están los youtubers con cientos de miles de suscriptores, y los canales de Telegram o las cuentas de Twitter de mayor impacto, pero luego está toda esa infantería de trolls que en cuanto huele sangre se lanza en picado, y que a veces practica el señalamiento, el matonismo, el acoso, hasta conseguir que el atacado cierre la cuenta. O se lo piense mejor la próxima vez antes de opinar.
En cualquier caso, tras la propuesta de elDiario.es me acerqué a la fachosfera con una doble tranquilidad (que resultó engañosa): puedo exponerme a sus mensajes porque a mí no me van a convencer, yo estoy a salvo de sus intoxicaciones; y puede ser hasta divertido, como cuando años atrás los votantes de izquierda escuchábamos el arranque del programa radiofónico de Federico Jiménez Losantos para echarnos unas risas con sus barbaridades y sus insultos (siempre me pregunté cuánta de su audiencia éramos así). Tras esta semana, constato mi doble error: nadie está a salvo de morder ese anzuelo, pues todos compartimos un malestar y desconcierto de fondo donde prende fácilmente el discurso radical; y no tiene ninguna gracia, al contrario: es muy preocupante. Así que, como advertían en la tele cuando salía una escena de riesgo, yo lo he hecho pero ustedes “no lo intenten en sus casas”.
Rebeldía de ultraderecha al alcance de los jóvenes
Y otra advertencia, habitual en el etiquetado de productos tóxicos: “Manténgase fuera del alcance de los niños”. Y de los adolescentes, añado. Llevo años oyendo a amigos profesores de Secundaria que avisan de cómo ciertos discursos ultraderechistas calan con fuerza en los más jóvenes. Debates en clase que son saboteados por unos cuantos estudiantes que vienen de casa con el argumentario aprendido, y con cada vez más agresividad. Youtubers con millones de visualizaciones. Vídeos virales, con bailecito incluido en el caso de TikTok, que los chavales comparten en sus grupos y hacen propios, movidos por aquello que Pablo Stefanoni analizó recientemente en un ensayo fundamental: ¿La rebeldía se volvió de derechas? Lo facha como el nuevo punk. Estábamos tan preocupados por que nuestros hijos no viesen porno en el móvil, y lo que estaban viendo era porno político.
Demasiados jóvenes encuentran su dosis de rebeldía en youtubers que, en nombre de la incorrección política, les cuelan mercancía sexista, racista, homófoba o directamente fascista, con la que se va construyendo el nuevo sentido común
Durante esta semana he intentado observar esos contenidos sin ninguna superioridad política, intelectual ni moral. Tomándomelos en serio, completamente en serio, por muy risibles o miserables que me parezcan. Y muy especialmente, he tratado de verlos desde los ojos de un chaval de, pongamos, diecisiete o dieciocho años. El que yo fui un día, y que era permeable a cualquier promesa de transgresión, rebeldía, cuestionar el sistema, como hoy tantos jóvenes. Insiste Stefanoni en cómo las derechas se apropian de las banderas antisistema y anti statu quo, cómo capitalizan el malestar y la indignación social. Cómo presumen de ser “políticamente incorrectos”, decir las verdades crudas, “las cosas como son”. La transgresión cambió de bando, fenómeno que viene de Estados Unidos, y que entre nosotros se agudizó tras la pandemia, con su mezcla de miedos, malestar y desconfianza. Concluye Stefanoni, citando a Ricardo Dudda: “hoy la derecha es punk y la izquierda puritana”. Y así lo perciben demasiados jóvenes, que encuentran su dosis de rebeldía en youtubers que, en nombre de la incorrección política, les cuelan mercancía sexista, racista, homófoba o directamente fascista, con la que se va construyendo el nuevo sentido común. Ninguna gracia, ya les dije.
Una última aclaración, importante: aunque esta semana les he dado a todos ellos algunas visitas extra, que podrán luego convertir en ingresos adicionales, no pienso facilitarles ni una más. No daré los nombres de los canales y cuentas que he consultado, ni por supuesto los enlazaré. Si alguien quiere encontrarlos, no le será muy difícil siguiendo las pistas.
La obsesión antifeminista de los ‘fachatubers’
Empezando por los youtubers, me fijé en unos pocos de los llamados “fachatubers”: aquellos que más seguidores y visualizaciones tienen, los más virales, los que de vez en cuando son invitados a televisiones de ultraderecha pero también a las generalistas, y que son perfectamente intercambiables entre ellos: visto uno, vistos todos. Comparten estética (juvenil, deportiva, informal: son tu colega), expresión (hablar mucho y muy deprisa, con pausas teatrales, mezclando indignación y burla), formato (vídeos de entre diez y veinte minutos, con edición de andar por casa), ideología (ultraliberales en lo económico, ultraderechistas en lo político, reaccionarios en lo social), y sobre todo comparten temas: suelen morder el mismo hueso, el que marca la agenda informativa de cada día. No son más que vulgares comentaristas de la actualidad política y mediática, con ningún interés (ni capacidad) por crear una agenda propia. De qué se habla estos días, para marcar la conversación pública.
Esta semana, por ejemplo, el tema era la selección femenina y su enfrentamiento con la Federación. Y ahí estaban todos los fachatubers repitiendo argumentos intercambiables en defensa de Rubiales, porque además el tema les facilita una de sus obsesiones más recurrentes e igualmente compartidas entre ellos: el feminismo. Su bestia negra, por encima incluso del comunismo, el independentismo catalán o vasco, o la “dictadura progre”. El antifeminismo los hermana a todos, desde ese resentimiento común a cierta masculinidad que se siente amenazada por la última ola feminista, y que se reúne en eso que algunos autores llaman “androsfera” o “manosfera”.
Incapaces de generar contenidos originales, sin fuentes informativas propias y con escasa profundidad de pensamiento, los youtubers ultras ofrecen el único valor añadido del que son capaces: dureza verbal. Ser más transgresores que nadie. Más incorrectos. Llamar a las cosas por su nombre. Polémica. Agresividad. Insultos. Lograr que alguien les responda en otro canal o red, que alguien les denuncie, que les cierren el canal, salir en los medios. Se diría que compiten entre ellos por ver quién llega más lejos en su incorrección; competencia que no es política, por ganar influencia, sino comercial, por ganar suscriptores y visualizaciones que luego conviertan en ingresos. Uno no sabe hasta qué punto les mueve una convicción ideológica, o antes bien son vendedores que han encontrado un nicho de mercado con su mercancía.
Uno de ellos, famoso por aparecer siempre ridículamente enmascarado, y que avisa de que se irá de España si Sánchez es investido presidente (se irá a un país fiscalmente más atractivo, que la querencia por Andorra también es común a todos ellos), tiene muy aprendido el discurso antifeminista y repite una y otra vez términos como identidad de género o ideologías identitarias. A su medio millón de seguidores les ofrece el orgullo de ser hombres, blancos, heterosexuales, ya está bien de sentirnos culpables, no hemos hecho nada ni tenemos privilegios, somos las verdaderas víctimas. Estos días se refería a la selección femenina de fútbol como “el Team Sobacos Morados”, la “selección de Charos”, mafiosas que chantajean a la federación, activistas infiltradas que corrompen el fútbol. De paso, reparte contra Irene Montero, que debe de ser la política española más odiada de la democracia, al menos en los canales de YouTube y redes sociales de la ultraderecha.
Incapaces de generar contenidos originales, sin fuentes informativas propias y con escasa profundidad de pensamiento, los youtubers ultras ofrecen el único valor añadido del que son capaces: dureza verbal. Polémica. Agresividad. Insultos
Extrema derecha ‘gay friendly’
Más agresiva es la estrategia comercial de otro conocido youtuber que representa lo que Stefanoni llama “homonacionalismo”, la extrema derecha gay friendly. Algo así como “no me pueden llamar facha porque soy homosexual”. Su estética es en efecto una combinación muy conseguida de ambos mundos: pendientes en las dos orejas, pulserita rojigualda en la muñeca. En su caso, su odio se divide a partes iguales entre el feminismo (una vez más) y el movimiento LGTBI, todo aliñado con épica ultranacionalista española. Se reconoce cercano a Vox, en cuyo festival de hace un año cantó una simpática canción (“Vamos a volver al 36, vamos a volver al 36…”, ¿recuerdan?).
Se reivindica, ojo al combo, “de derechas, liberal, gay, ateo, republicano y antitaurino”. Asegura que su homosexualidad es compatible con estar “contra la inmigración ilegal, a favor de la unidad de España, contra el aborto y la ley Trans”. Es tan transgresor que se reivindica facha con orgullo, en plan “le quitamos la palabra a los progres”. En su canal vende camisetas con el lema “Fachas Heroes” con tipografía de StarWars.
Con más de 360.000 suscriptores, esta semana sus vídeos apuntaban a dos de sus dianas predilectas: el feminismo, por supuesto, con la selección de fútbol; y el gobierno de coalición y los independentistas, por el uso de las lenguas en el Congreso. Pueden saltarse los dos próximos párrafos, son una selección de sus perlas dialécticas:
“Las Charos toman el control del mundo. Esto no es una dictadura, sino una charocracia. Se han hecho con los mandos un grupo de cornudas justicieras dispuestas a destruir todo rastro de masculinidad de la faz de la tierra. El feminismo ha conseguido meter sus zarpas mugrientas en el fútbol, el último lugar donde quedaba algo de hombría. Las feministas están amargadas por ser engendros que nadie toca ni con un palo, de higiene distraída, les huele el sobaco y el aliento. España va a dejar de existir. Somos un país de gilipollas. Ese tirano con micropene al que llamamos presidente y la corte de hijos de perra que tiene como ministros…”.
Es común a todos ellos el dirigirse al espectador de tú a tú, como si fuera parte de su familia, su clan, su ejército para salvar España. Estamos en el mismo bando, colega. Hablo tu lenguaje, pensamos lo mismo, estamos igual de hartos
Del feminismo y la antiEspaña pasa directamente a la inmigración “descontrolada”, como última esperanza de que cambie algo, porque “la gente no aguantará cuando tengan miedo a salir a la calle, viole a su hija un alérgico al jamón o los inmigrantes empiecen a escalar los edificios para meterse en sus casas”. Termina recapitulando: España al borde del desmembramiento, los delincuentes amnistiados, ETA marcando la agenda, el Congreso como torre de Babel, una sociedad infantilizada, hombres con vagina, mujeres con pene, violadores sueltos, censura, represión y un gobierno ilegal; España está enferma y solo nosotros podemos salvarla“.
Idea habitual: solo nosotros podemos arreglar esto. Es común a todos ellos el dirigirse al espectador de tú a tú, como si fuera parte de su familia, su clan, su ejército para salvar España. Estamos en el mismo bando, colega. Hablo tu lenguaje, pensamos lo mismo, estamos igual de hartos. El mejor ejemplo es otro de estos youtubers, con nombre de capital europea y casi dos millones de suscriptores. Camisa abierta, mirada seductora, habla deprisa y encendido, gesticula sin parar, se acerca mucho a la cámara como el amigo pesado que en el bar se te pega mucho, repite las mismas frases en bucle y te da manotazos para reforzar su argumento: insiste en que se ríen de ti, que el pueblo tiene que levantarse, la gente tiene que abrir los ojos, hay que romper los límites (esto lo repite mucho, como un coach de medio pelo), tenemos un potencial muy grande pero debemos abrir los ojos para que no nos manipulen los políticos… Se confirma que es tu amigo pesado del bar cuando se despide diciéndole, al supuesto seguidor hater, que piensa seguir haciendo vídeos “porque te quiero, porque me necesitas y te amo, y voy a seguir hasta que tú y yo hagamos el amor a través de la pantalla, dándotelo todo con la mirada, dentro de ti, te quiero, te abrazo, te beso”.
Ah, este es uno de esos youtubers que sacan el micrófono a la calle, recurso habitual en la fachosfera. Preguntas trampa, repreguntas, acorralar al despistado que se paró a atenderle, conseguir la respuesta buscada. En su caso, pregunta sobre feminismo, igualdad, Irene Montero.
Lo de sacar el micro a la calle iguala a los youtubers con algunos medios digitales y audiovisuales de ultraderecha. Concentrados todos en Madrid, imagino que últimamente es difícil salir por Gran Vía sin que te salga al paso un tipo grabando con el móvil y con un micrófono para preguntarte con mala intención. Acabaremos quitándonoslos de encima como en aquella escena de Aterriza como puedas en que el capitán era asaltado por vendedores de buenas causas en el vestíbulo del aeropuerto. Con todo, todos estos youtubers son aficionados si los comparamos con otros agentes de la fachosfera mucho más dañinos.
Pseudoperiodistas y matones
Está el “periodista” (lo he intentado, pero el corrector no me deja quitar las comillas) que acude a manifestaciones feministas o actos públicos de partidos de izquierda para sabotear con sus preguntas de mierda hasta conseguir el único objetivo: que lo echen, entre abucheos y empujones, a ser posible escoltado por la policía, todo bien grabado para luego viralizarlo y presumir de víctima. Un clásico. “Periodistas” que incluso están acreditados en el Congreso de los Diputados, donde practican el mismo ejercicio de provocación contra los parlamentarios de izquierda e independentistas, que con sensatez suelen optar por ignorarlo o despreciarlo.
Algunos acumulan denuncias y condenas, pero se presentan como luchadores por la verdad y la justicia, con llamadas a la resistencia para vencer a mafiosos y corruptos. Comparten en sus redes “las noticias de verdad”, siempre apuntando a las mismas dianas
Subiendo un escalón más (o mejor dicho: bajando un escalón más hacia el fondo del pozo), están los matones de la fachosfera. Propagadores de bulos con canal en Telegram, y que ven sus cuentas en redes sociales una y otra vez cerradas por la mercancía tan envenenada que cargan. Especialistas en señalar a políticos, activistas y periodistas de izquierda para lanzar contra ellos a sus miles de seguidores. Filtradores de documentos, vídeos y mensajes de WhatsApp que alguien les hace llegar sabiendo su falta de escrúpulos. Publican incluso fotos de la vida privada de políticos, extendiendo rumores que afectan a la intimidad de personas.
Algunos acumulan denuncias y condenas, pero se presentan ante su “comunidad” como luchadores por la verdad y la justicia, con llamamientos a la resistencia para vencer a los mafiosos y corruptos. Comparten en sus canales y redes “las noticias de verdad”, siempre apuntando a las mismas dianas: la izquierda, el gobierno, los sindicatos, el periodismo crítico, el feminismo, el independentismo, la inmigración, la Agenda 2030… Difunden bulos sobre la limpieza de las elecciones y conspiraciones internacionales de la dictadura progre.
Si quieren seguir bajando por este pozo, sigan ustedes, yo no doy ni un paso más. Todavía pueden asomarse a las redes sociales de alguno que ejerce el matonismo digital pero también el de carne y hueso: dueño de una empresa que emplea ex porteros de discoteca y practicantes de deportes de lucha para acosar y amenazar a inquilinos de viviendas okupadas, también hace sus aportaciones a la fachosfera, en su versión más extrema. Lo mismo comparte vídeos en Instagram, que cuelga lonas con mensajes ultras en edificios, o calienta la calle con concentraciones a modo de provocación.
Muy gracioso todo, ¿verdad? Ya les dije: algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. A ver si la próxima vez me toca el crucero.