Pocas veces se han reído tanto los diputados conservadores como cuando Gordon Brown cometió un desliz bastante divertido con las palabras 'bancos' y 'mundo'. El entonces primer ministro británico estaba explicando las medidas en relación a la crisis financiera en un debate parlamentario en diciembre de 2008, y lógicamente destacaba lo mucho que había hecho el Gobierno. Se pasó un poco con el elogio.
“La primera razón de la recapitalización era salvar a los bancos que de otra manera se hubieran hundido. Y nosotros no sólo salvamos al mundo, eh, salvamos a los bancos...”. En ese momento, los diputados tories prorrumpieron en gritos y risotadas. Literalmente se murieron de risa durante 27 segundos hasta que Brown consiguió proseguir con su discurso.
La imagen del adusto Brown convertido en el Superman bancario, aunque no totalmente alejada de la realidad, era demasiado irresistible para desperdiciarla. La burla es una forma de controlar al Gobierno.
La anécdota se produjo en el 'Prime Minister's Questions', la sesión semanal de preguntas que la Cámara británica dirige al jefe de Gobierno y que de alguna manera inspiró a los políticos españoles para poner en marcha la sesión de control al Gobierno en uno de esos intentos periódicos, y no enteramente exitosos, de mejorar la competencia legislativa de controlar al poder ejecutivo.
El tumulto producido esta semana en la sesión de control en el Congreso ofreció un espectáculo nada alentador sobre la forma en que se tratan los diputados españoles. Los políticos que no dejan de aleccionar a los ciudadanos sobre el respeto debido a las instituciones no se aplican esas lecciones cuando tienen que ponerse duros en lo más crudo del combate parlamentario. Ahí todo se permite, incluidos los golpes bajos.
La inspiración en el formato británico es pertinente para lo bueno y lo malo. La sesión de control en España es la carrera de 100 metros del debate parlamentario. Son intervenciones rápidas en forma de pregunta oral. Cada orador tiene un máximo de dos minutos y medio que se reparte en dos intervenciones.
Al igual que en Twitter, no hay mucho espacio para discursos extensos y bien razonados. Prima el ataque, la frase rápida y contundente que será la que recojan los medios en sus titulares y entrecomillados.
Otras formas de actividad parlamentaria permiten debates de más calidad. Las interpelaciones y las proposiciones no de ley suponen que participan todos los grupos parlamentarios y después hay una votación sobre una declaración. Eso sería la carrera de medio fondo. Las proposiciones de ley es el equivalente parlamentario al maratón, un largo proceso que pasa por una comisión e incluye varios debates y la discusión de enmiendas muy detalladas.
La sesión de control es un combate de boxeo, y eso es lo que lo hace tan atractiva, aunque no edificante. El modelo es perfecto para la oposición, y una molestia o algo peor para el Gobierno. Si en España preocupa que provoque enfrentamientos donde gana el más dispuesto a gritar, mentir o amenazar, hay una forma de consolarse: en Reino Unido desde hace tiempo hay serias dudas sobre su utilidad y si fomenta lo peor de la política.
El temor que inspiraba a Blair
En sus memorias, Tony Blair explica hasta qué punto temía la cita semanal con el Parlamento. Allí el jefe de Gobierno no sabe de qué le van a preguntar los diputados –el formato español concede una gran ventaja al Gobierno, que sabe días antes quién y de qué le van a interrogar–, y por tanto debe prepararse para hablar sobre un alto número de temas. Son algo más de 30 minutos de interrogatorio, repartido a la mitad entre preguntas del partido del Gobierno y de la oposición, en el que el líder de la oposición tiene derecho a seis.
Tras diez años de primer ministro y 24 como diputado, Blair nunca se llegó a acostumbrar a este duelo de gladiadores. Lo consideraba el momento más “terrible”, “asfixiante” y “estresante” de su experiencia como primer ministro: “¿Conocen esa escena en 'Marathon Man' cuando el malvado doctor nazi interpretado por Laurence Olivier perfora el diente de Dustin Hoffman? Hacia las 11.45 de cada miércoles, hubiera cambiado los 30 minutos del PMQ ('Prime Minister's Questions') por eso?”.
La clave es el riesgo que supone un debate tan breve en que cualquier error o indecisión se paga caro. Todo es impredecible si no sabes con qué va a salir la oposición. El primer ministro es la presa, escribe Blair. Si todo va bien, es una gran victoria. Si las cosas van mal, se sentía no ya derrotado, sino humillado: “No hay ningún sitio como una abarrotada Cámara de los Comunes para conseguir que alguien parezca un completo idiota”.
Blair no se tomaba la cita a la ligera y se preparaba para ella. Eso incluía manías y otras costumbres más racionales. Siempre llevó los mismos zapatos en el PMQ a lo largo de sus diez años como primer ministro. La noche anterior, tomaba una pastilla de melatonina para dormir al menos seis horas. Desayunaba bien y poco antes del debate comía un plátano para contar con un extra de energía.
El exlíder laborista comentaba un aspecto frecuentemente olvidado en el áspero debate parlamentario español: el humor es un arma muy efectiva si se utiliza de forma inteligente. Por el contrario, los políticos creen que la agresión directa será mejor recibida por los votantes.
Los medios de comunicación británicos refuerzan el carácter pugilístico del debate preguntándose cada miércoles quién ha ganado y quién ha perdido. No siempre está claro ni se puede reducir a un resultado la confrontación política en un Parlamento. Está claro que los políticos lo intentan.
El carácter de debate es a veces discutible si cada parte se limita a lanzar los puntos argumentales que traía de casa. Era frecuente que Mariano Rajoy llevara preparada por escrito la réplica al diputado que le preguntaba. Muchos diputados hacen lo mismo, lo que indica que no están muy preocupados por la información que reclaman al Gobierno.
En la última sesión de control, Juan Carlos Girauta y Rafael Hernando consumieron sus dos minutos y medio en su primera intervención. No habían ido al pleno a hacer una pregunta al Gobierno –supuesto motivo de la sesión de control–, sino a soltar un discurso. Hernando reclamó a la presidenta de la Cámara que le quedaban cuatro segundos para la réplica, como en un partido de baloncesto donde quedan unos décimas en el reloj. En cuatro segundos, no se puede desarrollar un argumento, pero para Hernando hay tiempo de sobra para un último insulto.
Como una pelea de títeres
El nivel de agresividad y crispación del PMQ ha hecho que periodistas y políticos británicos se pregunten cuál es su auténtica aportación al debate parlamentario. Algunos lo han comparado con Punch y Judy, dos personajes clásicos de títeres que suelen dirimir sus diferencias a garrotazo limpio.
La diputada laborista Sarah Champion comentó que la atmósfera del PMQ “estaba demasiado cargada de testosterona”. El presidente de la Cámara, John Berkow, admitió que varios diputados, y en especial diputadas, habían decidido no asistir al debate al considerarlo histriónico y nada útil para la política.
Según un estudio de 2014, los votantes británicos no contemplan con mucho interés ese elevado grado de agresividad. Dos de cada tres creen que los políticos sólo buscan obtener réditos políticos sin importarles los problemas de los ciudadanos. Un 47% opina que el debate es ruidoso y agresivo (un 15% cree lo contrario). “La gente piensa que la conducta de los diputados es infantil y que no se toleraría en otro centro de trabajo. Cree que los políticos no se toman en serio los asuntos que afectan a sus vidas”, dijo el coautor del estudio.
Los porcentajes negativos eran aún mayores en otra encuesta similar sobre el PMQ de un año después. Había otra pregunta reveladora. Sólo un 2% decía ver entero ese debate de 30 minutos y un 7% admitía ver algunos vídeos.
Es muy posible que las cifras sean similares en España, pero tampoco se puede negar que el PMQ en Reino Unido y la sesión de control aquí reciben una amplia cobertura en los medios de comunicación. Es sólo teatro, pero saca lo peor de los políticos o al menos su interés por destruir a su adversario. Como decía Blair, hacer que parezca un completo idiota.