“El verano que empieza”, de la escritora Sílvia Soler, es “un pequeño elogio de la nostalgia”, una defensa de la necesidad que tenemos, a veces, de “mirar atrás” para ver de dónde venimos y el camino que debemos escoger, en el que serán fundamentales los resortes de cada uno para hacer frente al futuro.
Soler (Figueras, 1961) se muestra convencida, en una entrevista con Efe, de que la concesión a su última novela del Premio Ramón Llull 2013 -que conlleva su publicación en castellano y francés- ha sido “el empuje” que necesitaba y lo que ha hecho que la misma, tras publicarse en catalán en de marzo, vaya ya por los 30.000 ejemplares vendidos y su cuarta edición.
La creadora de esta poética y sensorial novela achaca este éxito al hecho de que muchos lectores “se pueden sentir identificados” con sus personajes “corrientes”, en cuyas vidas se suceden “pérdidas, dramas y fracasos pero también alegrías”, con un “leit motiv” que recorre toda la obra: la celebración, año tras año, de la noche de San Juan y la llegada del verano que invita a “renovar todo”.
“El verano que empieza” (Planeta) se inicia con el embarazo simultáneo de dos amigas de la infancia, Elvira y Roser, y el transcurrir de la vida de sus retoños, Andreu y Júlia, en los siguientes cincuenta años.
La tradicional cena de la noche de San Juan reúne, año tras año tras el nacimiento de Andreu y Júlia, a las dos familias en el romántico jardín de la familia Balart, entorno a un ritual en el que nunca falta la mesa cubierta con un mantel de hilo blanco, copas azules y verdes y un jarrón en el que flotan hortensias y magnolias recién cogidas que impregnan todo con su olor.
La novela profundiza en la fina línea que separa la felicidad del desconsuelo, la alegría de la tristeza más profunda, revelando que en la vida de todos hay veranos luminosos pero también tormentas que lo destruyen todo y que llegan en apenas un segundo.
“La nostalgia, mientras no se convierta en melancolía, no tiene por qué ser negativa”, según Soler, quien considera que su novela habla de los mecanismos de que dispone cada uno para afrontar “lo que la vida le depara”, que hacen que “con unas mismas cartas, uno salga mejor parado que otro en función de su habilidad emocional”.
Aún así, subraya, sus personajes tienen algo en común: “su fe en la vida”, que renuevan todos los años a principios de verano simbólicamente brindando por la nueva temporada que empieza, un mensaje que la escritora desea que cale en los lectores con el ánimo de que, a pesar de las tormentas, “sigan confiando en la vida”.
Soler reconoce que en su última obra han salido a flote los veranos de su niñez, que aunque han transcurrido en un paraje de montaña y no al lado del mar, como en la novela, sí que tan tenido “el mismo ritual” de veranear todos los años “en el mismo sitio y con el mismo grupo de amigos, con esas sobremesas largas de ambiente veraniego y muy en contacto con la naturaleza”.
“Hay una gran metáfora en la novela que tiene relación con el mar”, asegura la autora catalana, quien ha ambientado “El verano que empieza” en el imaginario pueblo de Sorrals, aunque podría tratarse de “cualquier pueblo no sólo de la costa catalana, sino del Mediterráneo”, lo que la convierte en una obra “muy sensual por sus colores, sus olores y su ambiente”.
En ese “divagar por la vida”, Soler advierte de la necesidad de tener presente que a un mar en calma suele sucederle la tempestad, con la vista puesta en que “siempre volverá la calma”, y lo hace situando a sus jóvenes protagonistas ante un drama en el que se pone de manifiesto “la fragilidad de la vida”, algo que, por experiencia propia, sabe que marca “toda tu existencia”.
“Quería subrayar el hecho de que no solemos valorar lo que tenemos; solo lo echamos de menos cuando lo perdemos”, recuerda la escritora, quien asegura que esta teoría, tan básica, “no acabamos de entenderla del todo”.
Soler reconoce que tanto en este registro realista y poético como en el más humorístico, como sus novelas sobre las mujeres “39+1”, se siente “cómoda”, y señala que en ambos la temática es común: el ámbito familiar y la amistad y, sobre todo, un análisis profundo de la psicología de los personajes, fruto de su “capacidad innata de observación” y de su interés por los “resortes psicológicos”.