Podemos y Sumar, historia de la ruptura personal y política entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz
6 de diciembre de 2022. Apenas una decena de metros separan a Yolanda Díaz y a Irene Montero en el salón de Pasos Perdidos del Congreso, donde se desarrollan los actos conmemorativos del aniversario de la Constitución. Rodeadas ambas de periodistas, el fuego es cruzado entre la vicepresidenta segunda y la ministra de Igualdad con acusaciones mutuas de todo tipo cada una en su corrillo. La ya entonces evidente fractura política de la izquierda, engendrada previamente con la ruptura personal entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, ha terminado por consumarse justo un año después.
A los actos del Día de la Constitución de este miércoles ya acudirán los cinco diputados de Podemos como miembros del Grupo Mixto tras la decisión unilateral de abandonar Sumar anunciada este martes por el portavoz del partido Javier Sánchez. Un paso no comunicado previamente ni a Yolanda Díaz, ni a la dirección del grupo parlamentario, ni a las propias bases que solo hace cuatro meses avalaron con un respaldo del 92% negociar un acuerdo de coalición con Sumar. Según fuentes de ese espacio político, desde Podemos se dirigieron exclusivamente al ex jefe de gabinete de Díaz Josep Vendrell para trasladar la decisión minutos antes de hacerla pública.
“Sumar ha intentado impedir que los diputados y diputadas de Podemos hagan política. Hace unas semanas, PSOE y Sumar decidieron echar a Podemos del Gobierno. Hemos intentado hacer todo lo posible en Sumar, pero se ha demostrado imposible. Por eso les anuncio que, desde ahora, pasamos al Grupo Mixto”, dijo Javier Sánchez ante la prensa en una comparecencia en el Congreso. Minutos antes, la noticia la había adelantado Diario Red, el medio que dirige Pablo Iglesias.
En realidad, el salto de Podemos al Grupo Mixto no es más que la constatación de un divorcio fraguado a ojos de todo el mundo desde hace dos años. Exactamente el tiempo que ha pasado desde que Iglesias y Díaz rompieron cualquier tipo de interlocución y la relación de amistad que mantuvieron durante la última década. El desencuentro tiene su origen en el punto exacto en el que también lo tienen tantas rupturas políticas de personajes que fueron durante años uña y carne y llegaron a definirse como amigos: la sucesión.
Cuando Pablo Iglesias decide dejar la vicepresidencia del Gobierno y presentarse a las elecciones autonómicas de Madrid es marzo de 2021 y ya lleva tiempo trasladando de manera informal a Yolanda Díaz que barrunta dar un paso al lado y dejar su puesto en el Gobierno y el liderazgo de Unidas Podemos en sus manos, la política gallega le muestra su rechazo.
Pese a ello, cuando Iglesias anuncia su salida del Ejecutivo central, la señala públicamente en un vídeo grabado. “La gente de izquierdas tenemos que animar y apoyar a Yolanda para que, si ella así lo decide y si así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos en las próximas elecciones generales y la primera mujer en ser presidenta del Gobierno de España”. Lo hizo sin consultarlo previamente con la mujer a la que empujaba a sucederlo.
Yolanda Díaz, por tanto, se enteró por la prensa de que Iglesias la había nombrado sucesora sin su permiso ni su conocimiento. El paso dado y las formas de hacerlo disgustaron profundamente a la entonces ministra de Trabajo hasta el punto de plantearse renunciar, según afirmó entonces su propio equipo. Finalmente, aceptó la vicepresidencia que dejaba vacante Iglesias y dejó en el aire durante meses su candidatura a las generales.
Durante ese tiempo, la ya vicepresidenta segunda no ocultó a nadie que no tenía el más mínimo interés en ejercer el liderazgo del espacio Unidas Podemos y mucho menos con la hoja de ruta marcada por Pablo Iglesias, algo que también quedó demostrado con sus propios actos (en Podemos le reprochan no implicarse en los órganos de decisión del espacio confederal y ni siquiera acudir como invitada a eventos orgánicos de la formación morada). Si llegaba el día en que se pusiera al frente de un espacio político que se presentara a las elecciones sería a su forma, le dejó claro a quien la quiso oír, con sus tiempos, su estilo y sus aliados. Pero, sobre todo, sin directrices.
Y ese es el verdadero germen de la ruptura, ocurrida en noviembre de 2021 cuando la hoy líder de Sumar acudió a Valencia a un acto organizado por Compromís que se presentaba como la reunión de las mujeres más relevantes de la izquierda española. Además de Díaz y de la organizadora, Mónica Oltra, estaban convocadas Ada Colau, Mónica García y Fátima Hamed. Ni Ione Belarra, secretaria general de Podemos, ni Irene Montero, en ese momento ministra de Igualdad.
Según fuentes cercanas a la vicepresidenta, Iglesias llegó a pedir a su sucesora que no acudiera a Valencia si no invitaban también a Belarra o a Montero. En Podemos aseguran que ella no fue del todo clara sobre si iba a asistir cuando el ex secretario general le preguntó directamente por este tema. Pero decidió acudir, a pesar del intento de veto de Iglesias. Y todo explotó para siempre.
Quienes vivieron de cerca aquel traumático choque interpretan que aquello supuso para Pablo Iglesias la constatación de que la mujer a la que había empujado públicamente a sucederle “volaba” ya al margen de cualquier indicación de su mentor y sin vinculación con el partido morado en el que nunca militó. Así que empezó la guerra.
Por el camino quedan batallas cruentas que siempre estuvieron a punto de quebrar una unidad de la izquierda maltrecha en cualquier caso. Ocurrió, por ejemplo, en las elecciones andaluzas de 2022, cuando la lucha por las listas llevó a los candidatos de Podemos a llegar tarde al registro de su firma en la coalición electoral. Y siguió con la negociación fallida del Consejo General del Poder Judicial que Alberto Núñez Feijóo dinamitó in extremis.
Tras cuatro años de mandato caducado, el PSOE y el PP alcanzaron un principio de acuerdo para la renovación del Poder Judicial que incluía el veto expreso de los populares a la jueza Victoria Rosell, dirigente y candidata de Unidas Podemos al CGPJ, bajo el argumento de evitar “las puertas giratorias”. Para evitar el bloqueo, Yolanda Díaz y el negociador del grupo confederal, Enrique Santiago (designado en su día por Pablo Iglesias), aceptaron plantear una propuesta alternativa que los de Ione Belarra rechazaron hasta el punto de asegurar su voto en contra. Pero la ruptura esa vez tampoco llegó porque Feijóo se echó atrás a última hora y dio al traste con el acuerdo.
Las elecciones autonómicas y municipales del mes de mayo también sirvieron de campo de batalla para la izquierda. Sumar, con la mirada puesta únicamente en las generales, decidió no comparecer a la cita en comunidades autónomas y ayuntamientos. El nivel de implicación de Yolanda Díaz en aquella campaña, en la que acabó haciendo malabares para encontrar el equilibrio imposible en el apoyo a las distintas candidaturas del espacio, fue motivo constante de rifirrafes y de reproches por parte de la dirección de Podemos.
En ese camino no han faltado los ataques explícitos de los morados a Yolanda Díaz, especialmente dirigidos en primera persona por Pablo Iglesias desde sus diferentes altavoces públicos. “Respétanos, lo que hiciste en Trabajo es extraordinario y lo hiciste gracias a un partido que te defendió y no es el tuyo”, le dijo durante una intervención en la Universidad de Otoño del partido en noviembre de 2022. En otro acto, Iglesias le mandó un aviso: “¡Ay de aquel o de aquella que se atreva a faltarle el respeto a la militancia de Podemos!”. Aquellos fueron los primeros mensajes directos, que se hicieron cada vez más frecuentes. Los viejos amigos apenas han hablado durante estos años. Y sus contados encuentros solo han constatado la ruptura total entre ambos.
Iglesias culpa a Díaz de traicionar al partido que la hizo primero ministra y después vicepresidenta. Díaz cuenta a su entorno que, ya que no eligió suceder a nadie, es libre para elegir su camino y tratar de reconstruir una izquierda a la izquierda del PSOE que se estaba desintegrando en las urnas y en la interna.
Y, poco a poco, los avisos de Iglesias fueron a más. Recientemente publicó en sus redes: “A veces saber estar es saber dónde estar y dónde no estar. Gracias, Ione”. Esta última afirmación la acompañó de una foto de Belarra en una manifestación de apoyo a Palestina junto a otra de Yolanda Díaz en la entrega de los premios Planeta.
La traca final: listas electorales y formación de Gobierno
Pero aún faltaban las dos grandes batallas finales. La primera, la configuración de las listas para las generales anticipadas del 23 de julio. “Me entristece profundamente que Yolanda proponga que el acuerdo electoral de coalición entre Podemos y Sumar se construya sobre la exclusión a una compañera que ha llevado las transformaciones feministas más lejos que nadie en nuestro país”, llegó a denunciar Ione Belarra sobre la exclusión de Irene Montero de la candidatura.
Con los puentes entre Montero y Díaz completamente rotos desde hacía mucho tiempo, el choque por la configuración de esas listas electorales sin la ministra de Igualdad y dirigente de Podemos parecía volver a llevar la unidad de la izquierda al precipicio. Pero los de Belarra aceptaron el veto a cambio de unas listas en las que consiguieron pactar varios puestos de salida que garantizaban, por tanto, la representación parlamentaria de los morados que venían de una hecatombe en las municipales y autonómicas.
Contra todo pronóstico, la noche del 23 de julio dibujó un escenario de gobernabilidad imposible para la derecha y abrió la puerta a un nuevo Gobierno de coalición progresista sustentado en una heterogénea mayoría parlamentaria. Y ahí se volvió a abrir la caja de los truenos en la izquierda. Podemos habló de unos resultados decepcionantes. Lo hizo Ione Belarra la mañana siguiente a los comicios. Según las fuentes consultadas, Díaz recriminó en términos muy duros a la líder de Podemos esas palabras. En las semanas siguientes Belarra exigió a Sumar que en la negociación del nuevo Ejecutivo la cartera de Igualdad volviera a estar en manos de Irene Montero, un escenario descartado de plano tanto por el PSOE como por la propia Yolanda Díaz.
El intento de la política gallega de incorporar al Consejo de Ministros al secretario de Economía de Podemos y secretario de Estado de Derechos Sociales durante la pasada legislatura, Nacho Álvarez, provocó de nuevo que saltaran las chispas. La dirección de Ione Belarra desacreditó esa propuesta bajo el argumento de que debía ser el propio partido quien designase a sus posibles ministros. Justo lo que había ocurrido en el caso de otras formaciones, como Izquierda Unida al elegir a Sira Rego. Álvarez acabó por dimitir de todos sus cargos en el partido, por rechazar la propuesta de Yolanda Díaz y por anunciar su abandono de la política. Según fuentes de Sumar, todavía hubo un último intento para ofrecer un ministerio a Belarra que se rechazó con el argumento de que su ministrable era Montero.
Según dirigentes al corriente de los movimientos de los últimos meses en torno al choque entre Podemos y Sumar, la decisión anunciada este martes de abandonar la disciplina de la coalición para adherirse al Grupo Mixto es estratégica y llevaba tiempo tomada. Y se ha producido justo después de la constitución de las comisiones parlamentarias pactadas en el seno de Sumar y que arrojaron una presidencia y cuatro portavocías para diputados de Podemos, algo que implica un incremento de las atribuciones económicas por parte de la Cámara Baja.
“La decisión tiene que ver con que no podemos hacer política en el grupo parlamentario de Sumar: a Podemos no se le ha permitido hacer política en forma de intervenciones ni en proposiciones”, insistía durante su explicación de la ruptura ante la prensa el diputado Javier Sánchez, que había denunciado previamente que no se permitiese intervenir a Ione Belarra en la comparecencia del ministro de Exteriores a cuenta de la crisis en Israel y Gaza.
En los actos del Congreso de este 6 de diciembre de 2023 la izquierda volverá a ser, por tanto, protagonista en los tradicionales corrillos de la prensa. Que esta vez no necesitará especular, predecir ni atisbar a medio plazo una ruptura, otra más, certificada ya por sus propios protagonistas.
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