El Roque de Bentayga era hasta el pasado mes de febrero un pico a 1.400 de altitud en la localidad canaria de Tejada, que en el pasado había sido necrópolis, silo y lugar de culto en tiempo inmemorial. Y de su nombre se acordaban los locales y si acaso, algún turista especialmente interesado en algo más que la playa y el buen tiempo.
Esto era así hasta que en el salón de Ginebra, Bentley desvelaba su monumental SUV de lujo (más de cinco metros de largo, más de 600 caballos de potencia y más de 200.000 euros de precio de tarifa), para sorpresa de los vecinos del término municipal de Tejada, que veían en cierta forma arrebatado un nombre mítico que les distinguía de localidades vecinas, con una notable fama histórica a su alrededor.
Y es que el Roque de Bentayga es en su inaccesible, remoto y recóndito escondite, un pedrusco descrito por el fraile Antonio Cedeño en el siglo XV “de muy roja tierra a modo de almagra (óxido de hierro), fábrica admirable de la naturaleza y pendientes en torno con una subida a lo alto muy peligrosa, con muchas cuevas al pie a modo de sepulcros”. Unos atributos que llamaron la atención para la última creación de la marca de lujo británica, otrora prima hermana de Rolls Royce hasta que quebrada, marchó a manos alemanas.
El ayuntamiento elevó un escrito a la marca transmitiendo el asombro de las 2.000 almas que habitan el pueblo de Tejeda. Y de la misma, el alcalde Francisco Perera, recibió de vuelta el compromiso del presidente de Bentley, Wolfgang Dürheimer de resarcir de alguna forma a tan nombrado pueblo.
Dicho y hecho; desde esta semana un Bentley Bentyaga luce en la plaza del pueblo a modo de personalidad invitada a las fiestas del verano. Un automóvil que vale más que lo que Tejeda se gasta en obras públicas durante un año cualquiera: 200.000 euros sobre un presupuesto de tres millones. Ahí es nada.
Naturaleza, rudeza e historia. Bentley, después de interminables sesiones de naming, fue a encontrar su identidad en un pedrusco de las Islas Canarias. Vivir para ver :)