¿Cuándo se empezó a hablar de teorías de la conspiración? Hay algo que era inevitable. Existe una teoría de la conspiración sobre el término 'teoría de la conspiración'. Tiene que ver –esto no es una sorpresa– con la CIA y cuenta que fue el espionaje norteamericano quien la creó en los años 60 para describir en términos peyorativos a los que cuestionaban la versión oficial del asesinato de Kennedy. En realidad, la expresión ya se utilizaba en inglés a finales del siglo XIX. Su uso aumentó en los años 50 y se extendió con fuerza en la década posterior, cuando los norteamericanos comenzaron a desconfiar de su Gobierno en una época de turbulencias políticas y sociales.
Siempre ha habido bulos y rumores a lo largo de la historia, algunos propagados desde el poder, otras veces desde los grupos que intentaban asaltar el poder y también desde la misma calle para rellenar los espacios que quedaban vacíos en la información que llegaba desde arriba. Por otro lado, las conspiraciones existen. En casi todas las guerras, algunas personas han tramado la forma de desencadenarlas intentando no dejar rastros que les pudieran delatar.
¿Cómo se fabrica una teoría de la conspiración? ¿Por qué algunas se extienden con rapidez y otras desaparecen o quedan circunscritas a individuos estrafalarios? Lo primero que hay que saber es que es más fácil que se produzcan en épocas de gran tensión social. Una guerra, una crisis económica, una pandemia o un tiempo de convulsiones políticas son momentos propicios para ellas. Las fabulaciones se mezclan con los hechos conocidos. Algunos protagonistas políticos las propagan para perjudicar a sus adversarios. Otros en posiciones de poder las apoyan para evadirse de su responsabilidad.
Atrapado por sus declaraciones anteriores en las que negaba la gravedad de la crisis del coronavirus –“Va a desaparecer. Algún día, será como un milagro y habrá desaparecido”–, Donald Trump decidió que el alto número de casos no le permitía seguir manteniendo esa ficción y que había llegado el momento de culpar a China y de sugerir que los chinos eran los responsables de haber dejado escapar el virus. No es lo que decían los servicios de inteligencia de EEUU. “Puedo decirle que hay pruebas significativas de que todo esto vino de un laboratorio de Wuhan”, dijo su secretario de Estado, Mike Pompeo, siempre presto a salir en público en ayuda de las afirmaciones más polémicas de su jefe. La lógica es clara: si la culpa es de China, no puede serlo de Trump.
Trump tiene motivos para apuntar hacia fuera. En noviembre se juega la reelección en las urnas. En política, hay otro uso rentable de las teorías de la conspiración. A posteriori, sirve para absolver las responsabilidades anteriores. Es lo que ocurrió en España tras las elecciones de 2004. La conspiración que El Mundo llamó inicialmente “los agujeros negros del 11M” sirvió al Partido Popular para intentar blanquear la decisión del Gobierno de José María Aznar de asignar rápidamente a ETA la responsabilidad de los atentados que mataron en 2004 a 191 personas a tres días de las elecciones.
“ETA buscaba una matanza en España”. Fueron las primeras palabras pronunciadas por el ministro de Interior, Ángel Acebes, a la una y media de la tarde del 11 de marzo, unas cinco horas después de las explosiones. La celeridad en anunciar el nombre de la organización terrorista responsable procedía de un cálculo político. Esa versión buscaba descartar que se pensara en un atentado yihadista que la opinión pública podría haber relacionado con una represalia contra España por el apoyo de Aznar a la invasión de Irak en 2003.
El temor en Moncloa era muy real. En su libro 'Memorias heterodoxas de un político de extremo centro', José Manuel García Margallo, ministro de Exteriores con Rajoy, recuerda una conversación con dos de los asesores más directos del entonces candidato a la presidencia: “Cuando al rato entraron Pedro Arriola y Paco Villar, les pregunté: 'Pero, ¿sabemos quién ha sido?'. 'Todavía no' —me respondieron—. Si ha sido ETA nos salimos del mapa, pero si han sido los yihadistas, nos vamos a casa'”.
Se fueron a casa y fue después cuando empezó a armarse la teoría alternativa a la realidad. Originada en el diario El Mundo, dirigido por Pedro J. Ramírez, y apoyada por la COPE, en especial en las tertulias del programa presentado por Federico Jiménez Losantos, negaba la autoría de un grupo de fanáticos yihadistas y seguidores de Al Qaeda y confirmaba a posteriori las sospechas iniciales del Gobierno del PP apuntando a ETA. Después, cuando la conspiración fue haciéndose más confusa, se señaló a los servicios secretos marroquíes o a sectores de la Policía cercanos al PSOE.
Algunos estudios sobre teorías de la conspiración indican que son habituales entre perdedores, tanto en el sentido irónico como en el literal. Es más fácil creer que hay un fraude oculto cuando tu partido ha perdido las elecciones y piensas que la victoria le ha sido arrebatada de forma injusta o ilegal. Eso es lo que favoreció que entre los votantes del PP persistiera durante años la idea de que Aznar tenía razón. En un estudio y encuesta realizados en 2018, todavía un 53% de votantes del PP creía que era total o bastante cierto que ETA estuvo involucrada en los atentados del 11M.
Sólo estaban siguiendo las pautas marcadas por su partido. Durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero, el PP planteó en el Congreso 400 preguntas por escrito que servían de eco parlamentario de las informaciones de El Mundo e imprimían en la mente de sus votantes que ETA podía haber intervenido en la matanza, contra lo que sostenían la investigación policial y judicial.
Una teoría de la conspiración se servirá de las posibles inconsistencias que se vayan produciendo en la versión oficial. Sin embargo, será más efectiva si se ocupa desde el principio de intentar desmontar elementos fundamentales de las investigaciones. Es lo que hace El Mundo en su primer artículo sobre el tema, publicado 39 días después de los atentados, el 19 de abril. Ahí se duda de la veracidad como prueba de la mochila con una bomba que no llegó a estallar y que se encontró en la noche del 12 de marzo en la comisaría de Vallecas entre los objetos recuperados del lugar de los hechos. El teléfono móvil que se encontraba en su interior dio las pistas que permitieron las primeras detenciones.
Es fundamental desacreditar ese hallazgo, como también la operación en que se localizó a varios miembros del comando en una casa de Leganés. Durante el asalto, los terroristas activaron los explosivos que guardaban y murieron en el acto. A esa operación, El Mundo la llama “la farsa de Leganés”. Un policía murió en la explosión. Ya se dejaba claro que los responsables de la trama estaban dispuestos a todo con tal de conseguir sus siniestros objetivos.
En 2006, El Mundo tituló en portada que “la 'mochila de Vallecas' no estaba entre los objetos que la Policía encontró en el tren”, un dato negado ante el juez instructor por un mando policial y cinco agentes. Mariano Rajoy dijo que esa noticia era “enormemente grave”, porque podría “anular la investigación” y el sumario judicial.
Una vez planteada la duda y cuestionada la credibilidad de la investigación, cualquier mínimo detalle sirve para mantener viva la idea de conspiración. Se trata de generar incertidumbre, no de presentar pruebas sólidas. El Mundo informó de que la furgoneta Kangoo empleada por los terroristas “tenía una tarjeta del Grupo Mondragón en el salpicadero”. La policía confirmó después que era de una empresa de Madrid llamada Gráficas Bilbaínas. Además, había en el interior una casete de la Orquesta Mondragón. Pedro J. llamó “patulea de vagos y mentecatos” a los que se rieron de su periódico por la extravagante invención.
Lo mismo ocurrió con la trama periodística del ácido bórico, una sustancia de aplicaciones sanitarias e industriales. En el piso de un yihadista relacionado con el 11M en Lanzarote, se había encontrado ese producto que el sospechoso empleaba “para matar cucarachas”. Tres años antes, también se había hallado en la vivienda de un etarra en Salamanca. Unos peritos policiales incluyeron en un informe esa coincidencia que no tenía ningún valor probatorio. Como sus superiores eliminaron la referencia (“no eran más que elucubraciones y consideraciones subjetivas sin fundamento científico alguno”), El Mundo lo convirtió en sus titulares de portada en “el informe ETA/11M” falsificado por el Gobierno.
Cualquier protagonista de la historia, por cuestionable que sea, puede servir para alimentar la producción de titulares y que vayan en la dirección deseada. El Mundo decidió defender la causa de uno de los que terminaron siendo condenados por su participación en el atentado, Jamal Zougam, a pesar de las pruebas y declaraciones de testigos que existían en su contra. Era un héroe improbable, pero no había muchos más para elegir.
Otro personaje de pasado turbio, José Emilio Suárez Trashorras, condenado por vender los explosivos, recibió honores de portada en tres días consecutivos. En una entrevista firmada por Fernando Múgica, afirmó que “todo estaba controlado por los Cuerpos de Seguridad”. El titular principal destacado el primer día era: “Soy víctima de un golpe de Estado encubierto tras un grupo de musulmanes”.
El propio periódico lo había descrito en el primer artículo de “los agujeros negros” como una persona con “problemas psiquiátricos”. Sus motivaciones eran más prosaicas. “Mientras el periódico El Mundo pague, si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil”, había contado a sus padres, según informó El País.
Un elemento básico del andamiaje conspiratorio consiste en desprestigiar a los expertos. Quieren ocultar algo para librarse de su responsabilidad o están vendidos a intereses ocultos. De ahí que fuera básico que El Mundo atacara a los funcionarios públicos que participaron en la investigación con el objetivo de minar su credibilidad. Ni siquiera cuando se celebró el juicio y se publicó la sentencia en 2007, dejaron de hacerlo. Pedro J. Ramírez acusó a quince jueces, fiscales y policías de haber impedido que se investigara el crimen con su negligencia.
“Es muy probable que algunos inocentes hayan sido condenados y no cabe duda de que hay grandes culpables en libertad, pues nadie ha sido juzgado y condenado por suministrar el Titadyn”, dijo el periodista. La sentencia probó que el explosivo que destruyó los trenes era Goma 2 robada de una mina de Asturias. Para los conspiradores, resultaba básico plantear que se había utilizado el más usado en esa época por ETA.
“Yo no sé lo que ocurrió el 11M”, dijo Ramírez en 2009, después de que se conociera la sentencia. Dos años antes, había escrito que era lógico que “cada día vaya cobrando más cuerpo entre los expertos la tesis de que ETA habría aportado asistencia logística a los autores de la masacre”. Los 'expertos' eran aquellas personas a las que el periódico concedía ese título por ayudar a justificar la conspiración.
“¿Esto va a quedar así?”
Cuanto más poder tengan los que promueven las teorías de la conspiraciones, menos posibilidades de que paguen por los bulos, mentiras e insinuaciones. Es lo que se preguntaba Irene Lozano –entonces diputada de UPyD, hoy secretaria de Estado– en un artículo en ABC: “Entonces, ¿esto va a quedar así? ¿Nadie es responsable de las mentiras de la investigación del 11-M? (refiriéndose a ”los periodistas que vendieron bulos por noticias“ y a los políticos que les dieron crédito). ¿Nadie en los medios? ¿Nadie en los partidos? ¿Absolutamente nadie y caso cerrado?”.
Eso es lo que pasó, aunque políticamente siempre hay consecuencias. La apuesta del PP por aprovechar la trama periodística del 11M para negar la legitimidad del Gobierno de Zapatero no tuvo fruto en las urnas. En las elecciones de 2008, Rajoy volvió a ser derrotado.
Sería un grave error subestimar la capacidad de las teorías de la conspiración de influir en la sociedad y en el sistema político. El historiador norteamericano Stephen Ambrose recordó que esas invenciones sobre hechos del pasado pueden tener efectos cruciales en el presente: “La llegada de los nazis al poder, el rearme alemán y la Segunda Guerra Mundial quizá no se hubieran producido sin la creencia ampliamente extendida en Alemania en la conspiración de la puñalada por la espalda” (la supuesta traición de los políticos que hizo que los militares alemanes perdieran la Primera Guerra Mundial).
Las teorías de la conspiración pueden parecer a veces absurdas o vergonzosamente partidistas. Hay gente que piensa que refutarlas sólo sirve para darles notoriedad. Pero tienen consecuencias.