Cultura es lo que decide el pueblo que sea, escribe un crítico taurino que está a punto de sufrir una apoplejía de furia al saber que el Ministerio de Cultura no volverá a conceder el premio nacional de Tauromaquia. Es una afirmación osada porque el Ministerio entrega dos de los treinta premios existentes a la poesía, y no está claro que el pueblo dedique largas horas de pasión a esa noble forma de literatura. El pueblo disfruta de lo que entiende por cultura sin necesidad de estar pendiente de lo que decidan gobiernos y medios de comunicación.
Con la misma rabia con que los antitaurinos se quejan de que haya instituciones que subvencionen la tauromaquia, los otros lanzan mugidos de dolor al ver que el Gobierno elimina un reconocimiento simbólico a toreros y ganaderos. Entienden la política como un juego de suma cero en el que ganas o pierdes y siempre hay que estar dispuesto a quitarse la chaqueta y partirse la cara con el que piense diferente. Por eso, Rubén Amón llama “cobarde” a Ernest Urtasun y alardea de que la medida será positiva para los toros, porque quedará confirmada su “reputación transgresora y contracultural”.
Cómo algo que se suele apoyar desde la furibunda defensa de las tradiciones nacionales puede ser al mismo tiempo transgresor es el tipo de incoherencia que abunda en eso que llaman las guerras culturales, el conflicto por el que se apuesta cuando da pereza o vergüenza hablar de economía.
A menos que se piense que transgresión es que, mientras cada vez más gente sufre por el maltrato a los animales, a una selecta minoría le gusta más acuchillarlos en una singular forma de entretenimiento. “Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”, dice Martínez Almeida citando a García Lorca. Los italianos tienen la ópera, los franceses y los británicos el teatro, los norteamericanos el cine, y nosotros somos los más cultos, porque clavamos puyas, banderillas y espadas en los toros.
Ya se sabe que a la derecha le gusta citar a García Lorca por este asunto. Llamar sectarios a los que se oponen a los toros, como hace Almeida, te llevaría a aplicar el mismo correctivo a Jovellanos o a Carlos III, AKA el mejor alcalde de Madrid.
La oposición al espectáculo es mucho más antigua que el poeta granadino. Melchor Gaspar de Jovellanos, una de las grandes figuras intelectuales de la Ilustración, le dedicó un completo informe en una fecha tan lejana como 1790. En uno de sus comentarios que suenan más actuales, se pregunta por qué algunos afirman que se trata de una diversión apreciada por el pueblo llano: “De todo el pueblo de España, apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?”.
Más de dos siglos después se podría insistir en el mismo argumento. El mismo medio que saca la columna de Amón publicó antes de la pandemia en 2020 un artículo que describía "la veloz muerte del toro". En diez años, la asistencia a las plazas se había reducido a la mitad. Las corridas habían desaparecido de las televisiones, lo que revelaba la caída de las audiencias. El gancho del artículo era la desaparición del programa de toros que había emitido la Cadena SER en la madrugada de los domingos desde 1980. En menos de cinco años había perdido el 75% de su público.
Otros datos de esos años lo confirmaban. En la década anterior, los festejos taurinos de todo tipo habían caído un 57%. La tendencia había comenzado antes. Gallup hizo durante décadas una encuesta encargada por los medios para conocer el nivel de interés de la gente por los toros. Si en 1971, un 55% decía que le interesaban mucho o algo, en 2006 el porcentaje era del 26%. Aquellos a quienes no les interesaba nada habían pasado del 43% al 72% aumentando año tras año.
Para ser la “fiesta nacional”, realmente ya es muy poco nacional.
Es una realidad difícil de negar incluso para los medios que continúan publicando crónicas taurinas. El Español encargó una encuesta en 2019 sobre el nivel de apoyo a estos festejos. Un 56% estaba en contra de la tauromaquia y a favor de prohibir o limitar las corridas de toros, que eran defendidas por el 24% de los encuestados.
La conclusión era clara. Una sociedad más urbana, menos atada a las tradiciones del pasado y más interesada en proteger a los animales no estaba por la labor de seguir aceptando un espectáculo en el que los ingredientes fundamentales son el sufrimiento y la muerte de un toro.
El nivel de apoyo y rechazo se correspondía con las posiciones ideológicas, muy altas en contra en los votantes de izquierda. Los del PP estaban a favor, pero no en un porcentaje abrumador (51%). En otra consecuencia de la llegada de Vox a la política, el PP olió muy pronto que no podía permitir que le comiera la tostada de las sagradas tradiciones.
“Creo que es un sentir mayoritario de una parte de los españoles que cada vez entienden menos que se practique la tortura animal en nuestro país”, ha explicado el ministro de Cultura. “Y en cualquier caso, lo que creo que entienden aun menos es que esas formas de tortura animal sean premiadas con medallas que van asociadas a premios dinerarios”.
Al final, un Gobierno que gana las elecciones destina el dinero público a las prioridades que estima oportunas. Tan legítimo, y discutible, es subvencionar los festejos taurinos como retirarles esos fondos o el reconocimiento público que suponen unos premios nacionales de la cultura. Ahora varios gobiernos autonómicos presididos por el PP, con el inevitable añadido de García Page, pondrán dinero para crear su propia distinción. Es posible que en sus regiones exista la afición que ha desaparecido en el resto del país.
Como en tantas cosas en la política, en el caso de que quieras premiar a los toreros por enfrentarse a un animal de media tonelada con una indumentaria tan incómoda, tendrás que ganar las elecciones. Lo que ya no es tan admisible es que alguien diga que la identidad nacional queda simbolizada por un espectáculo tan sangriento o por festejos que consisten en prender fuego a la cornamenta de un animal aterrorizado. Eso dejaría fuera a la mayoría de los españoles.
Isabel Díaz Ayuso llegó a decir hace unos meses que cuando se acaba con las corridas lo que viene después es “la sequía, el control político y el adoctrinamiento”. ¿La sequía? Debe de ser de los pocos efectos del cambio climático que los científicos aún no se han puesto a estudiar.
Si quieres que llueva, mata un toro. Es un eslogan con fuerza, no cabe duda.