El Diario de Sesiones lo reflejó con estas palabras: “Prolongados aplausos de las señoras y los señores diputados del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso, puestos en pie”. Esta bien podía haber sido una anotación del Pleno de este miércoles, cuando todos los parlamentarios del PP aplaudieron levantados a su aún líder, Pablo Casado, tras su intervención en la sesión de control al Gobierno, que previsiblemente será la última ante su inminente sustitución al frente del partido. Pero el texto corresponde al Pleno del 1 de junio de 2018, cuando el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, intervino antes de perder la moción de censura que presentó contra él quien desde ese día le sucede en la Moncloa, el socialista Pedro Sánchez.
Aunque este miércoles se repitió una escena similar, la de toda la bancada popular despidiendo a su líder con aplausos y en pie, el contexto no puede ser más diferente. Hace casi cuatro años el PP estaba a punto de perder el Gobierno y contaba con 137 escaños, todos ellos fieles a Rajoy, su máximo jefe. Ahora el partido solo tiene 88 representantes –49 menos que en 2018–, está en la oposición y el grupo parlamentario está roto: el 56% de los diputados –49 de 88– abandonó en menos de 24 horas a su líder, Casado, pidiéndole públicamente que se marchara y que convocara un congreso extraordinario, algo a lo que accedió a raíz de las presiones internas a última hora del martes y a lo que en la madrugada del miércoles al jueves se ha añadido su renuncia a presentarse a la reelección a cambio de seguir en el puesto hasta el 3 de abril.
Pese a las traiciones de muchos de esos diputados que accedieron a cargos de responsabilidad por decisión del propio Casado, en un clima de guerra abierta sin precedentes en el PP y en medio de las presiones para que dimitiera, abatido por los acontecimientos de la última semana, no quiso faltar al Pleno de este miércoles, donde apenas duró siete minutos.
Fueron 420 segundos de gestos, miradas, tensiones y emociones en la bancada del Grupo Popular, aún conmocionada por los acontecimientos que se han ido sucediendo desde el pasado jueves a raíz de las primeras informaciones sobre un supuesto caso de espionaje urdido desde Génova 13 contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por las comisiones que cobró su hermano de adjudicaciones de su propio gobierno. Ella ha acabado ganando el pulso a Casado, pese a que cuando nadie confiaba en la entonces joven viceconsejera regional fue él quien la colocó a dedo como candidata para presidir Madrid, a la que le unía una amistad de dos décadas, desde que ambos militaban en las Nuevas Generaciones del PP.
Lo fieles Montesinos, Beltrán y Terol
Con paso firme y veloz, Casado entró en el hemiciclo cuando apenas quedaba un minuto para que comenzara el Pleno, a las nueve en punto de la mañana. Dos pasos detrás le acompañaba la portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra, a quien el líder de los populares aupó al cargo en agosto de 2020, pero que lo abandonó ya desde el lunes, cuando en el largo Comité de Dirección del partido le pidió que diera un paso atrás y convocara un congreso para elegir a su sucesor al frente de la principal fuerza de la oposición. Con ellos iban los tres miembros de la ejecutiva que se han mantenido fieles a Casado hasta el último momento: el vicesecretario de Comunicación, Pablo Montesinos, el de Territorial, Antonio González Terol y la de Organización, Ana Beltrán. Las mascarillas no pudieron ocultar sus gestos compungindos.
El presidente del PP giró del pasillo que le conduce de la puerta del hemiciclo a la bancada popular, comenzó a subir las escaleras para llegar a su escaño y levantó la mirada. Se oyó el aplauso de un diputado, que no cuajó en sus filas. Durante apenas dos segundos Casado pudo ver, sentados dos filas más arriba, a los diputados Carlos Rojas y Mario Garcés, otros dos fieles que le traicionaron el martes con durísimas palabras, en el caso de este último, contra el ya exsecretario general, Teodoro García Egea, a quienes esos parlamentarios culpan de todos los males que acucian al partido desde hace años. Casado no cruzó ni una palabra con ellos, volvió a girarse y, tras dejar pasar a Gamarra a su asiento, él también se sentó, en el lugar que ha ocupado siempre el líder de la oposición cuando ha gobernado la izquierda.
A continuación, Casado tuvo que incorporarse levemente para dejar paso a otros dos diputados que, sin el apoyo del aún líder de los populares, nunca habrían llegado a ser su jefe de Gabinete, como es el caso de Pablo Hispán –que estuvo al frente de la oficina del propio Casado hasta mayo–, ni secretario general del Grupo Parlamentario Popular, el cargo que aún ocupa Guillermo Mariscal. Los dos fueron firmantes del durísimo comunicado emitido por la dirección del PP en el Congreso el martes, que dejó sin apoyo a su máximo jefe y que precipitó su salida. Este miércoles no hubo entre los dos diputados y Casado ni un solo gesto de complicidad.
Durante cerca de 30 segundos, antes de que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, diera inicio a la sesión, sí pareció que hablaban el líder del PP y Gamarra. También se vio cómo Mariscal trató de dar la mano a Casado, aunque las imágenes del momento no permiten concluir que él respondiera a ese intento de acercamiento. El resto del hemiciclo intentaba actuar como si la crisis sin precedentes que ha abierto en canal al principal partido de la oposición no fuera con ellos, y charlaban en los habituales corrillos, como el que formó Sánchez desde su escaño con sus dos vicepresidentas, Nadia Calviño y Yolanda Díaz.
Casado habla de “concordia y reconciliación”
“Buenos días, señorías”, saludó entonces Batet. “Se reanuda la sesión, ocupen sus escaños, por favor”, dijo, para añadir: “Continuamos con las preguntas dirigidas al Gobierno conforme al orden remitido por el mismo”. Entonces se hizo el silencio. Los más de 300 diputados que acudieron a la sesión aguardaban expectantes a que Casado tomara la palabra menos de 24 horas después de perder el apoyo de su propio partido.
“¿Cuánto más está dispuesto a ceder a sus socios independentistas para seguir en La Moncloa?” era la pregunta que había registrado el líder del PP hacía ya días para formulársela a Sánchez. Se redactó mucho antes de que estallara la guerra en sus filas. Y no la formuló. “Gracias señora Presidenta”, comenzó Casado. “Los españoles hemos construido con coraje una de las grandes democracias del mundo, frente a muchas amenazas, como la que vivió esta Cámara hace hoy justo 41 años en un golpe de Estado”, remarcó en alusión a la efeméride del 23-F, que se cumplía precisamente este miércoles.
Nada más empezar su discurso de despedida, Pablo Montesinos, sentado en la fila de atrás a la de Casado, no pudo contener la emoción. A su lado, con cada palabra que leía el líder del PP asentía Jaime de Olano, a quien Casado eligió como vicesecretario de Participación Electoral pero que el martes también se pasó al lado de los traidores, retirando su apoyo al jefe que le dio un cargo en la cúpula del partido siendo prácticamente desconocido para la opinión pública. A Gamarra también se le veía, a punto de llorar.
“Fuimos capaces de superar las enemistades y fracturas con un pacto constitucional ejemplar, con lealtad y gratitud a los que nos han precedido. La concordia y la reconciliación han guiado desde entonces la vida de todos los españoles frente al rencor y la ira”, proseguía mientras tanto Casado. “España se encontró a sí misma y encontró su lugar en el mundo, conquistando la libertad y la prosperidad” remachó mientras justo detrás Ana Beltrán se recolocaba la mascarilla.
Dirigiéndose a Sánchez, el líder del PP añadió: “Hoy le reitero lo que le dije en su debate de investidura: que nuestra responsabilidad era ensanchar el espacio de la centralidad para que tanto el Partido Popular como el Partido Socialista pudiéramos ganar en él. Sin necesidad de pactos con los que no creen en España, ni de alianzas con los que atentaron contra ella. Esa ha sido siempre la trayectoria de mi partido, en el que militaron cuatro de los siete padres de la Constitución, la familia política que fundó la Unión Europea, la casa de tantas víctimas del terrorismo que dieron su vida por la libertad, y el motor que ha creado millones de empleos para sostener el bienestar”. En ese punto, Montesinos miró al suelo, visiblemente afectado.
“En esta época tan difícil, al final de una terrible pandemia y al inicio de una crisis internacional, nuestro deber es devolver la tranquilidad a nuestros mayores, la esperanza a nuestras familias, y la ilusión a nuestros jóvenes. Espero que el Gobierno se ponga al servicio del interés general con respeto a las instituciones, a la unidad nacional y a la igualdad de todos los españoles. Porque es a ellos a quienes nos debemos. A nadie más. Entiendo la política desde la defensa de los más nobles principios y valores, desde el respeto a los adversarios y la entrega a los compañeros. Todo para servir a España y a la causa de la libertad. Porque ese es el futuro que merecen nuestros hijos y que debemos construir todos juntos. Muchas gracias”, concluyó, en un claro mensaje a todos esos diputados que tenía a su espalda y que le habían dejado solo.
La incomodidad de Álvarez de Toledo
Sin embargo, nada más terminar Casado su discurso, los parlamentarios del PP comenzaron a aplaudir. No todos. Cayetana Álvarez de Toledo, a la que el líder de los populares confió la portavocía en el Congreso, uno de los puestos más importantes del partido, durante un año y un mes –entre julio de 2019 y agosto de 2020–, pero que luego se convirtió en una de sus dirigentes críticas más viperinas, no quiso palmear a Casado el día de su despedida.
Visiblemente incómoda, la diputada por Barcelona miraba a un lado y a otro, como buscando a más diputados que, como ella, no querían aplaudir al líder al que muchos dejaron de apoyar de la noche a la mañana. Finalmente aplaudió sin ganas, y eso que sí hubo al menos otra diputada que evitó vitorear a Casado. Se trata de Marta González, la dirigente gallega que fue la vicesecretaria de Comunicación de la primera dirección del aún presidente del PP, pero que luego fue defenestrada por ser una política muy cercana al presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, al que muchos dentro del partido ven como el posible sucesor de Casado y sin cuyos movimientos no hubiera sido posible hacer caer al jefe de la oposición.
Segundos después, Gamarra conminó a todo el grupo parlamentario a ponerse en pie. Álvarez de Toledo seguía girando la cabeza de izquierda a derecha al acecho de cómplices, pero tampoco pareció encontrarlos y también se levantó. Fue una ovación breve, de unos 20 segundos.
Entonces tomó la palabra Sánchez. “Desde la diferencia y la discrepancia política que se ha manifestado en muchas sesiones de control, le deseo en lo personal lo mejor”, le espetó a Casado, con quien siempre ha mantenido durísimos intercambios de acusaciones en esas mismas sesiones de control a lo largo de los últimos tres años y medio. El presidente aprovechó para reprochar al todavía líder de la oposición su actitud durante esta legislatura: “En estos dos años la oposición se ha instalado en la descalificación constante negando hasta incluso un principio democrático esencial: negando la legitimidad y la existencia de este Gobierno emanado de la voluntad popular y la representación legítima en las Cortes”.
Huida por el ascensor
Cuando el jefe del Ejecutivo terminó su intervención, a Casado aún le quedaban 37 segundos de su turno de pregunta. Batet le miró para darle la palabra. Pero, entonces, el líder del PP se levantó y, sin mirar atrás, bajó los pocos peldaños que hay desde su escaño, giró a la izquierda y abandonó el hemiciclo. Hace cuatro años, Rajoy, en esa misma situación, antes de cruzar la puerta de salida miró a la bancada popular a la que saludó con la mano para, a continuación, marcharse a la Moncloa a hacer las maletas. Casado evitó ese último gesto. A él solo le siguieron, también de forma apresurada, Montesinos y Beltrán, a los que después se sumó González Terol, los pocos apoyos que se mantienen fieles al líder.
Aquel 1 de junio de 2018, cuando Rajoy dejó el Congreso, decenas de diputados y trabajadores del PP en el Congreso le despidieron con un aplauso en el patio, donde se montó en su coche oficial camino de la Moncloa. Este miércoles, Casado cogió el ascensor del edificio del Palacio del Congreso junto a Montesinos y su directora de Comunicación, María Pelayo. Bajaron al parking, se subieron al coche y se marcharon a la sede nacional del partido en Génova 13. A las puertas de la Cámara Baja, nadie le esperaba para despedirle.