La derecha suma al rey, tras las víctimas de ETA y la Constitución, a su lista de apropiaciones indebidas

Si Julio Camba levantara la cabeza volvería a “esperpentizar” la crispada vida parlamentaria. Materia tendría. La segunda jornada de la investidura de Pedro Sánchez daría para dos, tres y hasta para cien crónicas. Sobre la falta de elocuencia, sobre la palabrería vana, sobre las voces broncas, sobre los discursos flojos, sobre los llantos, sobre los efusivos abrazos, sobre los aplausos, sobre los infames comentarios que no recoge el audio del hemiciclo, sobre los grandilocuentes gestos y hasta sobre la competición de sus señorías por ver quién acumulaba más citas de Azaña…

Empezó el candidato socialista al recordar el célebre discurso “Paz, perdón y piedad”, el último que pronunció el presidente de la II República en España: “Se comprobará una vez más que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo río”. Y lo hizo para negar, como hiciera antes Azaña, el derecho de alguien a monopolizar el patriotismo. Hablaba de la derecha, claro, y de su afán por convertir todo en propio. España, las víctimas de ETA, la Constitución… y ahora hasta Felipe VI.

“Le permito que no le importe la República, pero no que no le importe España”, le respondió un airado Pablo Casado con otro fragmento de un discurso de Azaña de antes del comienzo de la guerra civil y que también llevó a su parlamento Santiago Abascal. La derecha y la ultraderecha comparten citas y algo más… También la obsesión por el acoso y derribo de Sánchez y del que consideran ya un “gobierno ilegítimo” apoyado por “golpistas y terroristas”.

Ese afán por patrimonializarlo todo del que hablaba Sánchez llevó a Casado a sumar, tras las víctimas de ETA y la Constitución, al mismísimo Felipe VI. Un ejercicio que fue seguido por gritos de “¡Viva España!” y “¡Viva el rey!” que profirieron, puestos en pie, los diputados de la bancada de las derechas y que a más de uno y de dos puso los pelos como escarpias. El eco de la consigna, que aún se repetiría una vez más, traspasó las paredes del hemiciclo y sonó a asociación de la corona con la derecha.

No hubo respuesta de Zarzuela. La jefatura del Estado no hace política, aunque el PP quiera meterla de lleno en la refriega y aunque de las palabras de Casado algunos entendieran que flaco favor hacía al monarca al situarlo en el centro de un discurso en el que calificó también de “ultra” a Sánchez. Todo esto antes de aliarlo, por supuesto, con los “enemigos” de la democracia española, estos son “terroristas y golpistas”, con el propósito de “cambiar el régimen” y “desbordar el sistema del 78”.

Si la izquierda española hubiera dinamitado el sistema y modificado el régimen tantas veces como ha dicho la derecha española desde 2004 o clavado tantas espadas en la espalda de la separación de poderes como ha anunciado, hace tiempo que no quedaría un artículo de la Constitución ni un solo tribunal que dictara sentencias.

Tras el apocalíptico discurso de Casado, subió a la tribuna, acompañado de las memorias de Largo Caballero, Santiago Abascal para advertir de las consecuencias de los pactos de Sánchez con los “comunistas” y los “golpistas” y rechazar, de paso, toda legitimidad a un candidato nacido de “la mentira y del fraude brutal a los españoles sólo puede nacer la ilegitimidad”.

Entre los estertores de semejante acoso y derribo, se escuchó a una Arrimadas, que no quiso quedarse a la zaga de la guerra que libran las derechas para convertir los símbolos, las víctimas y las instituciones del Estado en patrimonio propio para criminalizar al adversario. Pero, ni la retórica inflamada, ni las presiones en las redes sociales o algunos editoriales lograron, sin embargo, el objetivo de frustrar la investidura de un Pedro Sánchez, que se comprometió a crear un “clima constructivo” que supere la “atmósfera tóxica, de crispación y de irritación que la derecha” se ha empeñado en llevar a la Cámara. “Nadie tiene derecho a patrimonializar el patriotismo”, afirmó Sánchez antes de trazar dos caminos por lo que puede discurrir la derecha: “Seguir en el berrinche o aceptar el resultado”.

Y es que el argumento más repetido por Sánchez para sustentar su posición a favor de un Gobierno progresista, cuya formación ha decidido dilatar hasta la próxima semana, fue lo votado hasta en cinco ocasiones por los españoles (dos, en elecciones generales) y, sobre todo, que no había otra alternativa posible para salir del atasco institucional. De ahí que aconsejara a las derechas dejar de tensionar y trabajar en algunos asuntos de manera conjunta.

Nada dijo de la apropiación indebida que el PP había hecho de Felipe VI. La respuesta la dejó en manos de quien será su vicepresidente segundo del Gobierno en lo que pareció ya un reparto de papeles entre socios. “Si quieren ustedes defender a la Monarquía, eviten que la Monarquía se identifique con ustedes. Si algo sabía el rey Juan Carlos I, que venía de donde venía, es que solo alejándose de la derecha la institución podría pervivir. Quizá se hayan convertido ustedes en la mayor amenaza para ella”, espetó a los líderes del PP y de VOX.

Luego, leyó también un mensaje de Rosa Lluch, hija del ex ministro socialista Ernest Lluch, asesinado por ETA: “No hablen ustedes en nombre de las víctimas del terrorismo porque muchas hemos apostado por el diálogo y no por el olvido. Basta ya de usar nuestro dolor en su beneficio”. Y acabó con una advertencia y una recomendación al propio Sánchez. Que les “atacarán” no por lo que hagan sino por lo que son y que responda con el “mejor tono” y la “mayor fortaleza democrática” a los ataques de la derecha.

Aitor Esteban, del PNV, también quiso responder a la estrategia de la derecha de erigirse en garante de la institución monárquica para recordarle a Casado que Sánchez era candidato a la presidencia porque lo propuso el rey, y que incluso antes de que así fuera, en Zarzuela, ya era conocida la entente entre el PSOE y Unidas Podemos para un gobierno de coalición. El portavoz del nacionalismo vasco acusó a la derecha de buscar la confrontación del jefe del Estado con la jefatura del gobierno y de hacer un flaco favor a Felipe VI con su parlamento.

El único gesto de grandeza en el que coincidieron todos los grupos fue en la emotiva ovación a la diputada de Podemos, Aina Vidal, cuando la citó Pablo Iglesias por haber acudido a votar, pese a padecer un agresivo cáncer que le provoca fuertes dolores. La sesión acabó con la entrega de un ramo de flores a la parlamentaria morada y con las lágrimas de emoción de varios diputados. Las de Adriana Lastra, cuando escuchó a Batet proclamar los 167 votos favorables a la investidura de Sánchez; las de Pablo Iglesias fundido en largos abrazos con sus compañeros de escaños y las de Irene Montero junto a Ione Belarra.

De nada sirvieron las presiones, ni las llamadas para que los socialistas rompieran la disciplina de voto, ni los gritos, ni los pataleos que sonaban desde el hemiciclo a cada palabra del portavoz de Bildu, o del de Teruel Existe –a quien Interior tuvo que poner protección hasta su llegada al Congreso–, o de la diputada de ERC... Sánchez ya es presidente, por la mínima, pero legítimo.

La izquierda llora porque suma y la derecha brama porque se rompe España. Es el contraste de lo vivido en en el Congreso de los Diputados. Dos miradas distintas de una misma España que para unos está a punto de cambiar el rumbo de la historia y para otros, de quedar reducida a mil pedazos. En una caben todos y en otra, solo unos. Y todos citan a Azaña.

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