La derecha extrema de Abascal ya cabalga en solitario: 395.000 andaluces han preferido el original a las copias

Había sucedido otras veces. Un partido que surge de la nada, sin apenas infraestructura ni pasado institucional, empieza a llenar mítines con un mensaje disruptivo, antisistema y un lenguaje llano que prende en las redes sociales para capitalizar el descontento general. En el caso de Vox en Andalucía, se ha hecho con el 10% de los votos, 395.000 papeletas y representación en todas las circunscripciones. Doce diputados de una tacada.

En otras autonómicas, las de Galicia en 2012, cuando la crisis económica y los recortes golpeaban más fuerte, Alternativa Galega de Esquerdas, la coalición que lideró Xosé Manuel Beiras y donde estaban Izquierda Unida, Anova y un buen número de movimientos sociales, irrumpió en el Parlamento gallego con más de 200.000 votos, el 14% del total, que llegó hasta el 18% en algunas ciudades.

Y dos años después, un asesor de aquella campaña gallega, Pablo Iglesias, sorprendió a España entera metiendo a cinco diputados de Podemos en el Parlamento Europeo con 1,2 millones de votos, el 8% y siendo cuarta fuerza, también tras un márketing electoral de guerrilla y el boca-oreja que desbordó pabellones y auditorios con sus mensajes encendidos contra “la casta” y las élites extractivas que se lucraron con la crisis.

En ambos casos resultaron cruciales las encuestas que auguraban representación a esos partidos recién creados e hicieron ver a los indecisos que todo ese voto protesta no iban a ser papeletas perdidas, sino que serviría para llevar voces críticas a las instituciones, primero en Galicia y después en Bruselas.

Abascal, un profesional de la política que logró su primer sueldo público con 23 años como concejal del PP y que cobró durante una década de esas instituciones autonómicas con las que ahora se propone acabar -incluido un sueldo de 83.000 euros en una fundación madrileña sin empleados donde lo colocó su amiga Esperanza Aguirre- tomó buena nota de aquel éxito de Podemos. Tras abandonar el PP por las malas en 2012 al ser obligado a renunciar al escaño que pretendía ocupar en sustitución de otro diputado, fundó su propio partido en 2014. Le llamó Vox y lo rodeó de banderas españolas y nombres ilustres de la derecha patria. Entre los primeros en llegar estaba el expresidente del PP en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras, que a las primeras de cambio salió tarifando también de Vox.

En aquellos primeros días tuvo lugar una comida en 2015 en la terraza del restaurante madrileño Juanita me Mata, en Diego de León, donde está la sede de Vox, en pleno centro de la capital. Sentado a la mesa, Abascal trató de convencer a un mando del Ejército con raíces franquistas para contrarrestar el fichaje del exJemad, Julio Rodríguez, cuya incorporación a Podemos había anunciado Pablo Iglesias unos meses antes. Testigos de esa conversación escucharon los reparos del cargo del Ejército a su incorporación a Vox alegando que perjudicaría al partido en cuanto se destapasen sus vínculos con la Fundación Franco. Abascal no vio problema en eso mientras el militar presumía de aperturismo en otros asuntos como el divorcio: él mismo había transigido con la separación de su hija, aunque no le gustase.

El fichaje finalmente no se consumó pero aquella negociación evidencia hasta qué punto el exdirigente del PP estaba escrutando todo cuanto acontecía en Podemos para lanzar su nuevo partido: no solo las incorporaciones de Iglesias, también el uso de las redes sociales como plataformas de propaganda y la relación con los medios.

Solo así puede explicarse el acto en Vista Alegre el pasado octubre. Vox reservó el pabellón para organizar su propio baño de masas. Eligió un escenario fetiche para la izquierda, de mítines casi legendarios: desde Felipe González a Pablo Iglesias. Y lo llenó en la semana del aniversario del referéndum de Cataluña aprovechando que el nacionalismo español volvía a bullir en las calles de la capital tras muchos meses de banderas en los balcones.

Abascal metió en Vista Alegre a 10.000 personas. Otro millar esperó fuera. Sus primeras palabras desde el atril, en el que sucedió a Ortega Lara, el funcionario de prisiones que sobrevivió a uno de los secuestros más largos de la banda terrorista ETA, fueron: “La España viva ha despertado, gracias a Dios”. Dos días después, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, anunció que adelantaba los comicios. El líder de Vox decidió que había llegado su momento, con el partido acaparando fotos y minutos en prensa, radio y televisión a cuenta del llenazo en Vista Alegre.

Durante los quince días de campaña Vox, con apenas 150.000 euros de presupuesto según sus cifras oficiales, ha encarnado el papel de partido extraparlamentario que irrumpe para monopolizar el debate. Una formación de extrema derecha que está en las antípodas ideológicas de AGE y Podemos, que estos años ha estado en tratos con el Frente Nacional de Marine Le Pen, explota años después su modelo.

El contexto está medido al milímetro: la crisis en Catalunya y el auge del nacionalismo español, un Partido Popular abierto en canal tras la sentencia de la Gürtel que certificó varias décadas de financiación en negro y la pérdida del Gobierno, las reclamaciones de los cuerpos policiales que llevan meses en la calle reclamando la equiparación salarial con los Mossos y la Ertzaintza... Un magma propicio para agitar su nacionalismo español, los mensajes contra la inmigración, la izquierda, el independentismo catalán y la religión islámica.

Para amplificarlo, Vox ha contado con significativos altavoces. Locutores como Federico Jiménez Losantos, en esRadio y Carlos Herrera en la cadena Cope, con mucha prédica en un sector de la derecha han tuteado a su líder, Santiago Abascal, y le han dado minutos de radio, con los que no suelen contar los partidos extraparlamentarios para que desarrolle su programa: muros en Ceuta y Melilla, la deportación de los inmigrantes, debolir la ley de memoria histórica, la del aborto, la que trata de evitar la violencia machista y cualquier atisbo de feminismo en general. Acabar con todo lo que según él no ha hecho la “derechita cobarde”, como le gusta referirse al PP, el partido al que lo afilió su padre con 18 años.

Su plan está diseñado para captar a la derecha más extrema que ha convivido durante las últimas décadas dentro del Partido Popular junto a las tradicionales familias de liberales, democristianos y conservadores y en un momento en que Casado trata de estabilizar su liderazgo.

La irrupción de Vox no sólo descolocó al PP, también a Ciudadanos que estaba listo para una batalla descarnada por el liderazgo de la derecha, un año después de haber barrido del mapa a los populares en Cataluña. La aparición del partido de Abascal era algo con lo que no contaban.

La dirección de ambos partidos ha optado este último mes por ignorar a la formación de Santiago Abascal. “No vamos a hacerle la campaña a un partido extraparlamentario, por mucho que lo saquen en las televisiones. Si resulta que entra en el Parlamento, lo combatiremos, pero no vamos a hacerlos famosos nosotros”, explicaba a eldiario.es sus planes un estrecho colaborador de Albert Rivera unos días antes de que empezasen los mítines en Andalucía.

En el PP el estribillo de sus dirigentes era similar. Ni ataques ni piropos a quien fue un compañero del partido aunque decidiese abandonarlo con una carta muy dura a Mariano Rajoy en 2012. Los equipos de Casado y Rivera calibraron cada palabra pronunciada sobre Vox. Acostumbrados a catalogar de populistas, golpistas, bolivarianos, delincuentes, traidores a España... a sus enemigos políticos -desde Podemos a Esquerra o el PDeCAT, pasando por el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez-, los dirigentes del PP y Ciudadanos se cuidaron mucho de poner adjetivos Vox, a pesar de las recurrentes preguntas sobre dónde se ubica este partido ideológicamente.

Lejos de combatir su discurso, Casado y su inseparable secretario general, Teodoro García Egea, se han abierto a pactar con ellos y han contribuido a blanquear sus mensajes sobre la inmigración, a la que el PP también ha colocado en el centro de sus prioridades, y a favor de revertir el sistema autonómico recentralizando en el Estado algunas competencias, como la Educación, para sorpresa de presidentes regionales como Alberto Nüñez Feijóo y Juan Vicente Herrera.

Ese acercamiento de Casado a las tesis de Vox no ha hecho mella en el nuevo partido. Abascal presume de haber así duplicado -de 9.000 a 16.000 los afiliados que pagan una cuota mensual a partir de 9 euros- desde el mes de julio en que el nuevo líder del PP giró el timón más a la derecha.

Rivera se ha apuntado también a algunas de las tesis de Vox con el ejemplo omnipresente de Catalunya, donde el partido de Abascal parte con ventaja: ejerce la acusación popular en el juicio contra el independentismo y ha acusado de rebelión a los líderes del procés, para los que pide cientos de años de cárcel.

Rivera, Casado y Abascal también han visitado en los últimos meses la valla de Melilla, si bien, es el líder de Vox el que ha dejado titulares más contundentes. Se trata, según él mismo ha repetido, de iniciar “la reconquista”. Su discurso es directo. Se trata, según Abascal, de hablar “como las familias en la sobremesa” o “en los grupos de whatsApp”. La derecha sin complejos que durante los últimos años han propugnado el expresidente del Gobierno José María Aznar y otros dirigentes como Esperanza Aguirre tiene ahora un firme defensor en un partido de la competencia.

“Prefiero a Isabel, la Católica, que a Blas Infante”, dijo esta semana Abascal en una entrevista con Carlos Herrera en la emisora de los obispos. Cuando un contertulio le preguntó a quién elegiría entre Queipo de Llano y Blas Infante, se limitó a decir que él no justificará fusilamientos.

En el mismo programa el líder de Vox se mostró preocupado por que “entre los animalistas y los islamistas” quieran “prohibir el jamón” y alegó que si su partido se presentaba a unas elecciones autonómicas pese a estar en contra del modelo es básicamente para reventarlo desde dentro. También defendió que la inmigración hay que “regularla en función de las necesidades de la economía nacional” antes de aclarar que tampoco son iguales todos los que llegan de fuera: “No se adapta igual un compatriota hispanoamericano que los que provienen de países islámicos. Algunos dirán que esto es discriminatorio, bueno todo el mundo discrimina cuando va a abrir la puerta de su casa”.

Ese es el lenguaje radical que según él entienden las familias españolas y que está trufado de medias verdades y mentiras completas que se repiten en cada mitin y entrevista. Entre los de más éxito, el que hace ver que la mayor parte de las ayudas públicas en España las reciben los inmigrantes.

Otro ejemplo de ese hablar sin pelos en la lengua llevó a Ortega Lara a decir en uno de sus actos: “La ley de memoria histórica que no es tal sino que es una ley de venganza y resentimiento por aquellos que provocaron una guerra, la perdieron y ochenta años después pretenden ganarla malinterpretando el relato histórico”.

Vox ha entrado en las instituciones por la puerta andaluza como pronosticaban algunos asesores del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que daban por hecha la fragmentación en el voto de la derecha. Puede beneficiar electoralmente a la izquierda y a la vez constituir un problema serio para un país que presumía de tener controlada a la extrema derecha, incluso durante lo peor de la crisis. Lo resume un dirigente nacional de Podemos: “A corto plazo la entrada de Vox puede ayudarnos en las elecciones, pero a largo es letal para el país: discursos que creíamos superados pueden calar y derechizar a toda la sociedad. Nadie debería competir en ese terreno porque se corre el riesgo de que puestos a elegir los votantes prefieran el original a la copia”.

La derecha más extrema que durante las últimas dos décadas había convivido dentro del Partido Popular se ha independizado en Andalucía. Santiago Abascal ya cabalga por libre. Con doce diputados en el Parlamento andaluz.