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Abascal y Le Pen: firmes aliados políticos con algunas pequeñas diferencias

Marine Le Pen tardó sólo unos minutos en felicitar a Vox por su resultado en las elecciones de Andalucía en la noche del domingo. Ni siquiera esperó a que se empezaran a conocer datos del escrutinio. Fue una decisión lógica. La líder del Frente Nacional francés dio su bendición personal a Santiago Abascal en una reunión en Perpiñán en 2017. Ya lo había conocido antes en un encuentro de varias formaciones de extrema derecha al que asistió el partido español.

Vox presumió después de sus coincidencias con el partido francés en lo que considera que son tres puntos clave: “Defensa de la soberanía nacional, la protección de la identidad cristiana de Europa y la reacción frente a la dictadura de la corrección política”.

La defensa ultranacionalista de la soberanía y el rechazo a la inmigración, en especial si procede de países musulmanes, es un rasgo común de todos los grupos ultras europeos, y Vox no es una excepción. Hay otro sentimiento paralelo. Vox no se muestra radicalmente en contra de la inmigración procedente de países latinoamericanos bajo ciertas condiciones. En Francia y para despreciar a los inmigrantes de fe musulmana, los dirigentes ultras elogian la capacidad de los extranjeros europeos que llegaron al país años atrás.

Lo que es singular en el caso del partido de Abascal y lo distingue de varios de sus hermanos del resto de Europa son sus ideas económicas de corte liberal que son mucho más similares a las del PP y Ciudadanos.

Mientras algunos partidos de extrema derecha han denunciado los recortes del gasto público que llegaron con la austeridad después de 2010, en la línea de rechazar todo lo que proceda de las instituciones de la UE, Vox se ha mantenido en una línea económica ortodoxa conservadora, sobre todo en relación a los impuestos.

“España necesita una reforma fiscal profunda que permita la mayor rebaja fiscal. Hay que eliminar los impuestos de sucesiones y de patrimonio, y hay que reducir el IRPF y el impuesto de sociedades”, dijo en octubre a este diario Javier Ortega Smith, secretario general de Vox.

Vox propone un tipo único fiscal del 20% hasta los 60.000 euros anuales y del 30% para las superiores, una medida no muy diferente con la que se presentó la Liga de Matteo Salvini a las últimas elecciones italianas. También quiere que las empresas sólo paguen el 20% por sus beneficios, y las pymes un 15%. Salvini hace las mismas propuestas para defender a las empresas grandes y pequeñas del norte de Italia.

Contra la austeridad

Le Pen, con una hostilidad mayor a lo que representa la Unión Europea, ha mantenido un discurso crítico con la austeridad y las políticas de recorte del gasto público promovidas desde Bruselas. “Solíamos ser uno de los países más ricos del mundo, pero ahora vamos camino del subdesarrollo. Esta austeridad que se ha impuesto a la gente no funciona”, dijo en 2014. El único recorte de gasto público que aceptaba era en lo que llamaba “las generosas ayudas sociales que conceden a los inmigrantes ilegales la misma ayuda que a nuestros ciudadanos”.

Le Pen utilizaba el rechazo a la austeridad como excusa para promover ideas xenófobas, haciendo creer a los franceses que el recorte de esas partidas de gasto social serviría para equilibrar las cuentas del Estado.

En España, Vox tiene otra víctima propiciatoria que no existe en un país centralista como Francia: el Estado autonómico. “Decimos que hay que reducir la presión fiscal y a la misma velocidad reducir el gasto político innecesario, el despilfarro en las comunidades autónomas”, dijo Ortega Smith. Como Vox no reclama una reducción del gasto en sanidad, educación y pensiones, resulta difícil saber cómo se pagaría todo eso con la bajada fiscal masiva.

Una idea asociada con la izquierda como nacionalización de empresas estratégicas encontraría el rechazo de Vox. Para Marine Le Pen, es una opción que no se debe descartar para mantenerlas dentro de Francia o como forma temporal de estabilizar su situación financiera.

El 'cordón sanitario' en Francia

Pocas cosas diferencian tanto a Vox de Agrupación Nacional –el nuevo nombre del FN desde junio de este año en otro intento de reformar su imagen– como las relaciones con los demás partidos. Desde los tiempos de Jean-Marie Le Pen, el partido ha sido marginado por las demás formaciones, también el partido conservador que dirigieron Chirac y Sarkozy. Por el sistema electoral francés a doble vuelta, el FN nunca tuvo opciones de tener una fuerza propia en el Parlamento y también se vio afectado en las elecciones regionales y locales.

En la primera vuelta de las elecciones regionales de 2015, se dio el último ejemplo. El Frente Nacional fue el partido más votado con cerca del 30%, repitiendo el primer puesto de las europeas del año anterior. Había quedado por delante de conservadores y socialistas en seis de las trece regiones. Le Pen fue la candidata más votada con el 40% en la región de Alta Francia al norte del país.

En la segunda vuelta, todas las aspiraciones de Le Pen se esfumaron. Los socialistas se retiraron en aquellas contiendas en las que no tenían posibilidades de ganar con la intención de favorecer al candidato alternativo al FN. A diferencia de comicios anteriores, Sarkozy no dio ese mismo paso en una estrategia algo ambigua por la que no se llegaba a un acuerdo con Le Pen, pero tampoco con la izquierda.

En cualquier caso, los votantes actuaron por su cuenta. La participación aumentó en diez puntos y eso provocó la derrota de la ultraderecha. Los conservadores ganaron en siete regiones y los socialistas en cinco. Los nacionalistas vencieron en Córcega.

Como partido extraparlamentario hasta ahora, Vox no ha estado nunca en disposición de formar parte de pactos o beneficiarse de ellos. Tiene una veintena de concejales en España. Ahora todo ha cambiado en Andalucía, donde el PP está dispuesto a llegar a un acuerdo con Vox para que Juanma Moreno sea elegido presidente de la Xunta. Pablo Casado incluso se indigna con que se califique a Vox de partido de extrema derecha.

Hombre y mujer

Vox mantiene una actitud agresiva contra el feminismo y las conquistas sociales conseguidas en favor de la igualdad. Apuesta por derogar la Ley de Violencia de Género y eliminar el derecho al aborto en la sanidad pública. Su número uno de Andalucía, que perdió su condición de juez tras ser condenado por prevaricación, ha despreciado la legislación en favor de los derechos de las mujeres y ha lanzado insultos contra las mujeres de ideas feministas.

Marine Le Pen no es precisamente feminista, pero –como parte de sus intentos constantes de mejorar la imagen del partido y alejarlo del antisemitismo y fascismo militarista propio de su padre– ha mencionado el respeto que merecen las madres y abuelas que lucharon por los derechos de las mujeres y ha llegado a citar en discursos frases de Simone de Beauvoir o Élisabeth Badinter.

Se dice que ella es personalmente favorable al aborto. Al menos, puso fin a la actitud más hostil de su partido en este asunto y a los llamamientos a cambiar la legislación. Le Pen dice defender los derechos de la Francia cristiana, pero eso no le lleva a denunciar a los homosexuales y sus derechos.

Pero también en los temas relacionados con los derechos de las mujeres, su prioridad está clara. “Se ve claramente que su feminismo, aunque me duele usar esta palabra con ella, es profundamente racista. Habla de violencia sexual, pero sólo cuando los agresores son extranjeros”, dijo Claire Serre-Combe, portavoz de la red feminista Osez le Féminisme.

El intento de Le Pen por resaltar su condición de mujer en una clase política dominada por los hombres no le fue muy útil en las urnas, como ella pretendía. En la segunda vuelta de las elecciones francesa donde le ganó Macron, obtuvo el 32% de los votos de las mujeres, dos puntos menos que su porcentaje de votos nacional.