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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Leemos el libro de Zapatero para que el PSOE no tenga que hacerlo

Una película de suspense

Si hay una fecha que domina el libro de Zapatero es el 12 de mayo de 2010, el día en que se bajó el telón de su Gobierno con el anuncio de un recorte del gasto público por valor de 15.000 millones de euros. Eso no sorprenderá a nadie, pero lo que llamará la atención al lector es saber lo rápido que se desencadenaron los acontecimientos que culminaron ese día.

Hubo un prólogo inesperado el 4 de mayo cuando surgió el rumor de que España pediría el rescate con un crédito gigantesco de “¡280.000 millones de euros!” (signos de admiración en el original). Zapatero se empleó a fondo para desmentirlo: “No doy crédito, es una absoluta locura, un despropósito monumental”, dijo entonces, pero en el libro admite que ese rumor quedó ahí, “como una sombra”.

En paralelo a las negociaciones sobre el rescate de Grecia, las fichas empiezan a caer y la presión se hace insoportable. “Ya estábamos atrapados en la espiral de la sospecha”. Zapatero admite que no lo vio venir. El jueves 6 habla con Merkel. “Fue la primera vez que la canciller me planteó sobre la situación de España: las cajas, las autonomías, el mercado laboral...”.

Merkel absorbe los resultados del interrogatorio. Zapatero dice que respondió con seguridad. Detectó la sospecha, pero reconoce que no pensó que le iban a exigir medidas concretas para no acabar como Grecia. “Mi análisis hasta el domingo 9 me hacía pensar que no estábamos como país en una zona de riesgo real”, escribe. Los datos de financiación de deuda “indicaban que nuestro punto de partida era muy sólido”. Qué equivocado estaba.

El viernes 7 viaja a Bruselas para una reunión del Eurogrupo. Se reúne con Sarkozy cuyo tono es “dramático”. Merkel le habla de la necesidad de reformas, pero sin especificar nada. En la cumbre, Zapatero piensa que a los países como España se les pedirá un esfuerzo “genérico”. Como mucho.

El ultimátum queda reservado para la reunión de los ministros de Economía del sábado y domingo. Antes, el sábado, Zapatero recibe al vicepresidente de EEUU. En relación a los mercados financieros, Joe Biden le cuenta que “la única manera de lograr su confianza era tomando decisiones que te hicieran sufrir de verdad y a fondo”. No puede tener más razón. Zapatero va a a sufrir.

En Bruselas, está Elena Salgado, la vicepresidenta económica. Por teléfono, Salgado comunica a su jefe las nuevas condiciones, “una significativa reducción del déficit”. Y quieren que sea del 3% del PIB, que al final se queda en la mitad. Zapatero dice que lo acepta por responsabilidad, “convencido de que tenia que dar ese paso”.

Un par de páginas antes, describe mejor su estado de ánimo: “De la angustia pasé a la sensación de vacío, vacío en forma de silencio y soledad”. Solo en Moncloa, ve cómo se abre el abismo a sus pies.

Impedir el rescate

A partir de ese momento, la legislatura que empezó dos años antes toca a su fin. Zapatero admite que su única misión es evitar el rescate. Lo explica de una forma algo enrevesada. Desde mayo de 2010, “tuve que renunciar prácticamente a la batalla competitiva en el escenario partidario de nuestro país”. Traducción: políticamente, está muerto. Sólo le queda resistir para que la troika no asuma el control directo de la economía española.

Es casi lo mismo que dice ahora Mariano Rajoy, que no deja de recordar que su gran mérito es que España no ha sido rescatada. No es un detalle menor obviamente, pero revela hasta qué punto los gobiernos españoles han bajado el listón de su poder.

Zapatero no exagera cuando alega que el rescate hubiera sido una catástrofe para España, en especial para su generación. El mensaje del éxito histórico de la prosperidad española se ha hecho trizas. Lo que sí hace es dramatizar el impacto con el fin de que se reconozcan sus méritos. En caso de rescate, España se habría sumergido en una aguda depresión, “un estado de ánimo colectivo parecido al sentimiento del noventa y ocho”. Y no se queda ahí: “Una pesadilla fría y pesada, una especie de ironía maléfica de la historia”.

Todo por la pérdida de soberanía que suponía el rescate. Sin embargo, nadie puede negar que la decisión de mayo de 2010, fuera o no inevitable, supone una imposición directa de la UE sobre su Gobierno. Por otro lado, es evidente que una intervención habría ido muchísimo más lejos. Incluso así, el expresidente no se engaña. En lo que de verdad interesa a la gente, su Gobierno fracasó: “No había podido lograr la recuperación económica ni frenar la fuerte destrucción de empleo. Y haber evitado el rescate (...) no podía servir para aliviar los otros males, los que los ciudadanos vivían en sus propias carnes”.

Cerco a Italia

Zapatero fue testigo directo de otro cerco mucho más intenso y con efectos más dramáticos: cuando la UE, sin necesidad de utilizar ningún Ejército, invadió las instituciones italianas y provocó un cambio de Gobierno. En la cumbre del G20 de Cannes en noviembre 2011, se produce una presión concertada sobre Italia con el fin de que pida ayuda al FMI y se someta a su control. “Conozco mejores formas de suicidio”, dice el ministro italiano de Hacienda, Giulio Tremonti.

Zapatero relata que el nombre de Mario Monti ya circula en los pasillos antes del desenlace. Todo está diseñado de antemano, aunque el expresidente no está contando todo lo que sabe. Sí califica de “dura y descarnada” la ofensiva que sufren Berlusconi y Tremonti. Los mira con algo de compasión y un inmenso alivio por no estar en su situación.

El nivel de acoso no tiene precedentes. Nadie se cree ya las promesas de Berlusconi y todos temen que Italia termine causando el fin de la eurozona: “En la cena (de los líderes), hubo momentos de intensidad inolvidables. Me impresionó singularmente que en una fase de la discusión algunos líderes europeos llegaran a esgrimir los agravios producidos en la posguerra”. Es una estampa extraordinaria. La Unión Europea y el FMI presionan a muerte para que un Gobierno soberano entregue el control de su economía.

Berlusconi resiste, pero una semana después dimite y es sustituido por el tecnócrata Monti, gracias a las maniobras del presidente Napolitano, el apoyo de la oposición y la insostenible situación financiera. ¿Cuál es la conclusión que saca Zapatero de esta operación?

“El lector podrá extraer sus propias conclusiones”. Por 21,50 euros que ha pagado por el libro, no habría estado mal que pudiera leer las de Zapatero.

Los mercados, esa amenaza

Zapatero se refiere al origen de la amenaza siempre presente sobre la eurozona: los mercados financieros. Es una amenaza difusa, aunque muy real. Cita una frase de Obama que le impresiona: “Este es el mundo que hemos construido y que hay que cambiar, pero hoy por hoy nuestro margen de maniobra es reducido”. Se refiere a la autonomía de los políticos, obligados a tomar decisiones contra su voluntad que quizá provoquen su inmolación.

Nadie puede ser tan idiota como para negar esa influencia, pero políticos como Zapatero la utilizan para escaparse de su responsabilidad. Y no sólo Zapatero. Recuerda uno de los ejemplos que enarbolaba el entonces presidente del BCE, Jean-Claude Trichet para convencer a los líderes europeos de que cumplieran los deberes: “Recuerdo que uno de los argumentos que Trichet exponía ante el Consejo Europeo para enfatizar, en los momentos más complicados, la dimensión de la crisis que vivíamos y los riesgos que corríamos era el de que había tres billones de dólares en los mercados mundiales dispuestos o predispuestos a atacar al euro. Trichet lo repetía con frecuencia en un tono que iba de lo admonitorio a lo angustioso”. Era un dato “escalofriante”, según Zapatero. ¿Cómo iba a enfrentarse un país como España con un PIB de un billón de euros a este Kraken terrorífico?

Fue el sucesor de Trichet el que puso esa amenaza en el contexto adecuado. Mario Draghi anunció en el verano de 2012 su voluntad de hacer lo que fuera necesario para mantener vivo al euro. No tuvo que concretar demasiado. Los mercados, sean quienes sean, no son analfabetos ni suicidas. El poder financiero del BCE es tan fuerte como para que nadie esté tan loco como para apostar su dinero contra él. A partir de ese momento, la presión sobre la prima de riesgo comenzó a reducirse.

Pero Trichet no estaba dispuesto a dar ese paso. Era más sencillo meter miedo a los gobernantes europeos.

Tres ofertas

Zapatero cuenta que recibió y rechazó tres propuestas para que pidiera el rescate, al menos en una versión reducida. Dominique Strauss-Kahn le ofreció en 2010 una ayuda del FMI “en forma de una línea de financiación precautoria”. Una idea similar llegó de Merkel. A esta última propuesta la llama “línea de ayuda preventiva de 50.000 millones de euros”. Si ese crédito era para sanear a la banca, no lo dice, pero está claro con esa cantidad no hubiera alcanzado para una economía del tamaño de la española.

Suplicando al BCE

Trichet también jugó sus cartas con habilidad en el episodio de la famosa carta que Zapatero mantuvo en secreto hasta que la ha hecho pública ahora con la publicación de su libro. En agosto de 2011, otro momento de máxima tensión, el expresidente intenta por todos los medios que el BCE compre deuda española, pero Trichet se niega. Llama a Durao Barroso y Van Rompuy. No sirve de nada. “Sólo el BCE podía evitar el colapso”, escribe.

La reunión del BCE del jueves 4 de agosto es “un jarro de agua fría”. Parece que España no va a llegar viva al lunes. El 5, Zapatero llama desesperado a Sarzkozy (“apelé a su europeísmo, al papel de Francia en Europa, a la injusticia que suponía para España vernos abocados al rescate”), pero no a Merkel. ¿No quería suplicar en vano? Como es habitual en él, nunca desliza la más mínima crítica personal a la canciller alemana. En realidad, Zapatero nunca habla mal de nadie. Los errores siempre son colectivos, genéricos.

La llamada decisiva es a Trichet. En realidad, el francés está dispuesto a comprar deuda española –la suficiente para que no se produzca el hundimiento, y ese mismo día hay rumores de que ha empezado a hacerlo–, pero no sin sacar algo a cambio. Tiene a Zapatero a punto de caramelo. Con la mediación de Fernández Ordóñez, Trichet tiene la idea de un intercambio de cartas.

En su misiva del 5 de agosto, Trichet enumera no menos de 13 instrucciones concretas sobre reformas que cree que el Gobierno debe poner en práctica. Es cierto que Zapatero no acepta todas las propuestas/órdenes. Las otras las irá cumpliendo el Gobierno de Rajoy.

Doce días después, llama a Rajoy para comunicarle su propuesta de reforma constitucional con la que imponer el equilibrio presupuestario. El 22 de agosto la presenta en el Congreso. Zapatero sostiene que no hay relación causa-efecto entre la carta y la reforma (“fue una decisión autónoma” con el fin de “asegurar nuestra autonomía, nuestra capacidad soberana”), pero –como escribió él en otra página– el lector puede extraer sus propias conclusiones.

“Soy muy consciente de que la citada reforma fue una de las decisiones de mi mandato menos respaldadas y comprendidas por mi partido”, escribe. Lo que no dice es que uno de los que se opuso fue Rubalcaba, que a partir de ese momento ya vio perdidas las elecciones.

¿Crisis bancaria? ¿Qué crisis?

Una de las reputaciones más dañadas por esta crisis ha sido la del Banco de España –el regulador que no supo hacer nada para impedir la locura especulativa de las cajas de ahorros– por no hablar de su anterior gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez. No para Zapatero, que dice que la información que recibía a través de Ordóñez era “fundada, seria y realista”.

¿Realista? ¿Cuál es la parte de la crisis del sector financiero, que obligó a pedir a la UE un préstamo de 40.000 millones, de la que Zapatero aún no se ha enterado? Aparentemente, una muy grande. En estos momentos, él no comprende qué es lo que ocurrió. No sabe por qué las pruebas de estrés de julio de 2011 dieron un resultado mientras que la auditoría de Wyman y Berger, que provocó el rescate bancario, ofreció una imagen muy diferente: “Cómo pudo cambiar tanto la situación en un periodo de tiempo tan corto, o en qué medida ese cambio era la consecuencia de la aplicación de diferentes criterios de evaluación (...) es para mí una de las mayores, y no han sido pocas, incógnitas de esta crisis”.

Alguien debería explicarle por qué Bankia estaba en situación de quiebra.