El ingeniero Francisco Román, gestor minero e industrial jubilado, escribe a su sobrino Jorge Riechmann, coautor del libro Qué hacemos frente a la crisis ecológica, y le expresa sus dudas sobre cómo hacer realidad las propuestas transformadoras contenidas en el libro. Reproducimos el intercambio entre ambos: el correo inicial de Francisco Román, y la respuesta de Jorge Riechmann.
De: Francisco Román
Para: Jorge Riechmann
Querido sobrino: (…) estoy leyendo con gran interés Que hacemos frente a la crisis ecológica. Diría que estoy de acuerdo en casi la totalidad de vuestros puntos de vista, especialmente en lo que podríamos llamar el diagnóstico de la situación. Los remedios y soluciones, sobre el papel, casi todos parecen razonables... Sobre el papel, pero me pregunto cómo se harían realidad todas las soluciones apuntadas. Supongamos (que ya es suponer) que hubiera un consenso universal para llevar a cabo la revolución, que no otra cosa es lo que se preconiza. ¿Cómo se hace eso? ¿Un organismo único mundial que impone, supervisa, orienta, etc..? No puedo menos de pensar en las grandes utopías más o menos fracasadas. El experimento soviético, ¿no resulta aleccionador?. Francamente, Jorge, no soy capaz de imaginar una humanidad tan sabia y coordinada como para llevar a buen puerto algo como vuestra idea. Por otra parte, pienso que, mientras algo similar se consiguiera, la población seguiría creciendo y me pregunto si una economía tan radicalmente nueva daría pan para todos. Para mí, no habría que hablar de un orden mundial nuevo sino de UN HOMBRE NUEVO que fuera más inteligente, solidario, justo, etc... ¿Crees de verdad que estamos camino de ello o, más concretamente, que ello es viable?
Tú y tus amigos tenéis muy estudiado el asunto, y sois cualquier cosa menos unos indocumentados, mientras que yo soy un simple aficionado, no muy al día, alejado de los problemas reales y, por si faltara algo, viejo y sordo; pero soy plenamente consciente de que estamos frente a algo terrible que puede terminar en catástrofe. Ojalá los que piensan como tú podáis convencer, y que este convencimiento se traduzca en medidas reales, dejando en la cuneta objeciones tan triviales como las mías…
Jorge Riechmann. Foto: Marta Beltrán
De: Jorge Riechmann
Para: Francisco Román
Ay, querido tío, ojalá que fuesen objeciones triviales… De todas ellas, solo una tiene una respuesta “fácil”: la que pone sobre la mesa la cuestión demográfica. Pues, aun siendo cierto que la población humana es ya hoy muy cuantiosa –muchos dirían, y yo también: demasiado cuantiosa para una biosfera sana… a la larga-, no es menos cierto que: 1)la explosión demográfica del siglo XX está ya desacelerándose, y la población mundial tiende a estabilizarse dentro de los próximos decenios; 2)la medida más efectiva de control demográfico es también la más deseable: aumentar el control de las mujeres sobre sus propias vidas, en especial mejorando el acceso de las niñas pobres a las oportunidades educativas.
Pero la gran pregunta, cómo ayudar a que surjan las subjetividades capaces de evitar ese “algo terrible que puede terminar en catástrofe”, no tiene ninguna respuesta fácil… Lo primero que casi todo el mundo piensa es: educar mejor a las nuevas generaciones. Y ciertamente es importantísimo intervenir con tino en los procesos de socialización y educativos, pero: a)eso rinde frutos en el medio plazo, mientras que hoy hacemos frente a urgencias inmediatas; y b)por añadidura, el gobierno de liquidadores que tenemos la desgracia de padecer está empeorando francamente la situación en ese terreno (como en otros)… Botón de muestra: el borrador actual de la “ley Wert” o LOMCE elimina dos de las tres materias obligatorias que componen el ciclo de los estudios de filosofía en la Educación Secundaria (la Ética de 4º de ESO, denominada actualmente “Educación Ético-Cívica”, y la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato), y deja solamente una materia obligatoria (la Filosofía de 1º de Bachillerato), lo que supone una reducción de dos tercios en el currículum de filosofía. Como dice el reciente comunicado de la Red Española de Filosofía, “es el recorte más brutal que sufren los estudios de filosofía en toda la historia de la democracia española”. Precisamente cuando nos haría más falta formar a las nuevas generaciones en el espíritu crítico, la autonomía moral y la racionalidad anticipatoria ¡la reforma educativa en curso se lleva por delante las materias que tienden a favorecer esas capacidades!
Una vez nos hemos forjado en los procesos de socialización primaria y secundaria, yo diría que la única forma de que se “rompan” y recompongan las subjetividades (por ejemplo, de manera que las actitudes prosociales y altruistas se fortalezcan frente a las egoístas y cortoplacistas) es participando en “buenos” movimientos sociales, sobre todo movimientos en su fase ascendente, esa que a veces se ha descrito como una especie de “enamoramiento colectivo”. Y por “buenos” movimientos sociales yo entiendo: movimientos de supervivencia y emancipación. La sacudida que el 15-M propinó a la demasiado pasiva y miedosa sociedad española fue de enorme valor, pero de alcance limitado.
(Por cierto, es hermoso el documental de Basilio Martín Patino que se ha estrenado estos días, Libre te quiero… Y hablando de filmes, decía en una entrevista reciente el director de cine Patricio Guzmán: “Nunca dejaré de amar la felicidad colectiva que se vivió con Allende, cuando todo un pueblo salió a la calle por primera vez en su vida, cuando los pobres invadieron el centro de la ciudad y lo celebraron con música y reuniones, un éxito nunca soñado nunca por nadie. Fue un estado de enamoramiento colectivo, un movimiento legal, sin armas, aplastado por un golpe de estado absolutamente desproporcionado. Cayó sobre nosotros el poder de todo un ejército con el apoyo económico norteamericano y acabó con la democracia más larga de América Latina”.)
Yo no creo demasiado en el Hombre Nuevo, con sus mayestáticas mayúsculas. (Ya sabrás que Bertolt Brecht decía: el “Hombre Nuevo” no es más que el hombre viejo en situaciones nuevas.) Diría que basta con tratar de fortalecer la parte mejor de nosotros mismos, de tirar de los viejos Adanes y Evas hacia arriba, y no hacia abajo (como por desgracia hacen casi todas las manos en esta nuestra sociedad del Espectáculo).
“...atruena la razón en marcha”, dice uno de los versos de la Internacional. Ay, los pasos de la razón son ligeros e inseguros. Poco que ver con aquel poderoso ejército que se figuró poder poner en marcha la Ilustración (y en su estela el movimiento obrero).
Hay que seguir defendiendo el uno por ciento. Pero cómo, me dirás, ¿esos no son los plutócratas del Wall Street, frente a los cuales estamos el 99%? Ojalá las cosas fueran tan simples… Ahora me refiero al uno por ciento de comportamiento racional en la conducta humana, el uno por ciento de la poesía en la suma de lo que lee la gente, el uno por ciento de las ideas igualitarias y ecologistas entre la masa de creencias políticas del personal... Hay que seguir defendiendo el uno por ciento, sin amargura y sin desmayo.
Un gran pensador francés que murió hace tres años, Daniel Bensaïd, escribió: “No hay que contar cuentos: nadie sabe cómo va a cambiar la sociedad en el siglo XXI. Digamos que se enfrentan dos lógicas: una lógica de solidaridad, de apropiación social, de bienes comunes, y una lógica de competición, de concurrencia mercantil, etc. Podemos decir que si las cosas siguen por la misma vía, vamos hacia la catástrofe social y ecológica: el mercado no puede gestionar la temporalidad de la ecología y la renovación natural. Pero eso no quiere decir que la otra vía sea una garantía absoluta y que vaya a resolver todos los problemas.”
La política, decía Max Weber con una atinada imagen, es el arte de perforar gruesas planchas de hierro. (Todo lo que vale la pena en la vida humana probablemente es sisífico.) Esto se aplica, en primer lugar, a la política de los movimientos sociales. Por lo demás, quizá lo que sugiero en esta entrevista reciente en Nueva Tribuna pueda aclarar alguna otra de las cuestiones que planteas.
Un abrazo,
Jorge
Francisco Román es ingeniero de Minas con una larga trayectoria en el sector minero y siderúrgico. Fue profesor en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas, y es autor de varios libros sobre estas industrias y sobre temas ecológicos.
Jorge Riechmann es poeta, traductor literario, ensayista y profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado una treintena de ensayos sobre cuestiones de ecología política y pensamiento ecológico. Es coautor de Qué hacemos frente a la crisis ecológica.