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Qué significa la polémica toga con la que el emir de Qatar vistió a Messi tras la final del Mundial de Fútbol

Millones de argentinos cumplieron ayer el sueño de ver a su capitán, Lionel Messi, alzando el trofeo de campeón del mundo de fútbol. Pero no fue exactamente como soñaron. La albiceleste ha esperado 36 años para ver de nuevo a su selección en lo más alto del fútbol mundial. Sin embargo, este domingo por la noche una túnica semitransparente, negra y dorada, apenas dejaba entrever el uniforme blanco y azul, el número 10, el escudo de Argentina, ni las dos estrellas que condecoran sus anteriores victorias mundiales.

El campeonato de Qatar cerró ayer el círculo de polémicas que le ha rodeado desde su designación como sede de la máxima competición de fútbol del mundo. Empezó antes de que rodara el primer balón, con la muerte de miles de trabajadores empleados en la construcción de los estadios, y prosigue después de una final agónica en la que Francia empató a Argentina en dos ocasiones hasta decidirse más allá de la prórroga, en la tanda de penaltis. 

Ya con la medalla de oro al cuello, Messi aguardaba en lo más alto del podio cuando el emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani, vistió al jugador con el besht, una túnica negra que supone la máxima condecoración en el país anfitrión y que solo lleva su líder. La prenda representa el estatus de la realeza y la jerarquía religiosa en varios países árabes. En ceremonias de matrimonio, el padre se la pone al hijo antes de casarse. Y en Qatar, las principales autoridades del país la llevan también para conmemorar su Día Nacional, que es precisamente el 18 de Diciembre. El día de la final del Mundial. 

“Es una prenda para una ocasión oficial y se usa para las celebraciones”, explicó a la cadena británica BBC Sport Hassan Al Thawadi, el secretario general del comité organizador del Mundial de Qatar. Thawadi explicó que ese momento de la ceremonia fue “una oportunidad de mostrar al mundo nuestra cultura árabe y musulmana. Fue una celebración de Messi”.

Sin embargo, no todos los aficionados lo han interpretado igual. Hay quien reconoce que el besht es una forma simbólica, por parte de Qatar, de reconocer a Messi al situarle a la misma altura que su emir, ya que es la única autoridad del país con potestad para vestirlo. Estas opiniones apuntan a que el emir de Qatar eligió reconocer así a Messi como un guerrero que había logrado la victoria para su país, como antes lo hicieron otros luchadores árabes: “El emir condecoró a Messi como una señal de respeto”. 

Para otros, el país anfitrión ha dejado su huella en el fútbol mundial hasta el último instante, en todas las instantáneas de este momento y en la memoria de todos los seguidores de un deporte que ayer vivió una de las mejores finales de su historia. Lewis Coombes, editor de la BBC, escribió tras la final que “ese momento debería ser para el vencedor, no para el anfitrión. Me parece indulgente cubrir la camiseta con la que Messi había soñado levantar el trofeo de la Copa del Mundo”. Combes equiparó el gesto de Qatar con obligar al vencedor a vestir la camiseta del país anfitrión.

La incógnita, que solo podría responder la FIFA, es si este gesto en la ceremonia final tiene contenido político. La organización había prohibido desde el inicio cualquier muestra por parte de los jugadores y sus selecciones a favor de los derechos humanos, los derechos y la igualdad de las mujeres o la comunidad LGTB. El Mundial de Qatar ha terminado, pero la polémica no. 

Millones de argentinos cumplieron ayer el sueño de ver a su capitán, Lionel Messi, alzando el trofeo de campeón del mundo de fútbol. Pero no fue exactamente como soñaron. La albiceleste ha esperado 36 años para ver de nuevo a su selección en lo más alto del fútbol mundial. Sin embargo, este domingo por la noche una túnica semitransparente, negra y dorada, apenas dejaba entrever el uniforme blanco y azul, el número 10, el escudo de Argentina, ni las dos estrellas que condecoran sus anteriores victorias mundiales.

El campeonato de Qatar cerró ayer el círculo de polémicas que le ha rodeado desde su designación como sede de la máxima competición de fútbol del mundo. Empezó antes de que rodara el primer balón, con la muerte de miles de trabajadores empleados en la construcción de los estadios, y prosigue después de una final agónica en la que Francia empató a Argentina en dos ocasiones hasta decidirse más allá de la prórroga, en la tanda de penaltis.