Coge la guitarra y se convierte en otra persona. Su voz aniñada, a veces frágil, se esfuma por completo cuando empieza a cantar desgarradamente Coyotes, la canción que le hizo abrirse un hueco en el mundo de la música. Para el público, este tema es la sintonía de la cabecera de la serie de Movistar El embarcadero, pero para Travis Birds (Leganés, 1990) es mucho más. Toda una declaración de intenciones sobre la música que años más tarde, como artista ya consolidada, acabaría componiendo. Y la mejor carta de presentación de La costa de los mosquitos, álbum que acaba de publicar hace solo unas semanas. “Como el disco nuevo, Coyotes habla de una obsesión hasta la locura, de la conversión a nuestra parte más animal”, explica con una mirada color verde aceituna que rezuma verdad.
Cuando terminó bachillerato, decidió cambiarse el nombre y nació Travis Birds. Empezó a componer sus primeras canciones con una guitarra vieja y con su hermana gemela como único público. Durante mucho tiempo, compaginó la música con pequeños trabajos de diseño. Seis años más tarde, consiguió publicar su primer disco, Año X, gracias al micromecenazgo, pero pasó completamente desapercibido. “No conseguí nada, nadie lo escuchó… No tenía un equipo que me ayudara con la promoción ni la forma de acceder a los medios”, recuerda con una sonrisa y todavía algo de impotencia. Tras este aparente fracaso, se sentía perdida y sin saber qué hacer, así que cogió la mochila y se fue a Ecuador, en busca de un viaje trascendental que le cambiase la vida. Aunque no fue lo que esperaba, acercarse a la selva le sirvió de inspiración y cuando volvió a Madrid, terminó de componer Coyotes, una canción que había empezado en un momento complicado de su vida. “Estaba viviendo una situación sentimental que no era capaz de gestionar, así que poner lo que me estaba pasando por escrito y enfrentarme a ello me vino bien. Fue un poco como cuando lloras”, reconoce sin querer entrar en más detalles.
Te vas y como los perros de caza rastrean su presa yo corro detrás. A tierra y barro me cubro cuando te vigilo como un animal oculto a la merced del viento. A ella, esta canción que huele a tierra mojada, le transporta directamente a un campo embarrado. Es allí, en el monte y viendo pasar las horas, donde la cantautora encuentra la felicidad más absoluta. Además cree firmemente que “todos tenemos dentro un animal salvaje que escondemos”. Y añade: “Nos dicen que no podemos desear esto, que no se nos puede ocurrir lo otro… Porque todo está muy enfocado a lo que está bien, a lo que está mal y a tapar nuestra parte más instintiva”. Por eso, eligió al coyote como metáfora y título de su canción tras leer bastante sobre ellos: “Suelen vivir en pareja, son seres sigilosos que se esconden observando desde la maleza antes de atacar… Me pareció un animal que iba muy bien con cómo me sentía yo en ese momento”.
El concepto de la obsesión
A veces, como defiende Travis, nos dejamos llevar por nuestra parte más instintiva, e irracional que nos obliga a permanecer en lugares o relaciones que no nos hacen bien. “Tu cerebro produce cosas químicas que te piden que hagas algo que no te conviene, que te intoxica. Tu parte más animal te lleva a perseguir eso aunque te salga mal. Es como la droga”, explica sobre las obsesiones, una parte de la psicología que le interesa muchísimo. “Es curioso porque una obsesión puede hacerse tan grande que te deshumanice, que te convierta en lo más esencial de ti mismo. El concepto de obsesión que persigo es quitarnos todo lo que llevamos puesto y encontrar la plenitud en cosas mucho más simples, como el mero contacto con la naturaleza”.