En cada actuación, abrazado por el murmullo de las voces de sus compañeros, Mikel Izal (Pamplona, 1982) pedía pausa… la tuvo. Pedía calma... la consiguió. Pedía silencio… y se dejó de escuchar.
También a sí mismo.
Quizás, durante demasiado tiempo: “Tenía miedo a la derrota, a escribir algo que no me gustase. Iba pasando el tiempo y cada vez componer me generaba más vértigo... La pausa que inició Pausa fue una buena pausa”.
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El vocalista de Izal venía de componer compulsivamente —dos temas al mes— y de la vorágine que habían vivido durante una época en la que lo único que hacían era crecer y alcanzar imposibles. Este tema fue el último del disco Autoterapia (2018), pero también el pistoletazo de salida a un periodo de sequía compositiva en el que su cuaderno permaneció yermo dos años. Durante ese tiempo, no escribió ni una sola línea. Tampoco se autoenvió un correo electrónico con la letra, saludándose a sí mismo, como hace siempre que compone una canción nueva. “Fue lo último que compuse, era enero de 2017… Lo he mirado antes en el mail”, explica Mikel Izal con una exactitud con la que, sin embargo, no es capaz de explicar el significado de su canción.
“¿Puedo ser sincero y quedar fatal? Nunca tuve muy claro de qué iba Pausa y eso es muy extraño. Desde luego, había dos personas en mi cabeza contradiciéndose, pero nunca estuve seguro de si yo era la pausa o el que daba ojos de huracán. Hay una cierta magia extraña en el hecho de que yo no supiera muy bien de qué estaba hablando. No me había pasado con ninguna canción que hubiese hecho antes”, confiesa Mikel. Ni siquiera hoy sus compañeros de banda —aunque les emocionó desde el primer momento— lo tienen claro. “Yo creía que se la habías escrito a tu yo de ayer, recriminándole las cosas que vives hoy”, interrumpe Gato, el bajista. “No, no, igual os conté la milonga un día para hacerme el interesante...”, contesta Mikel con sorna.
Sabe que la compuso rápido, en solo veinte minutos, en su antigua casa de Madrid cerca de la Gran Vía, “un sitio muy pequeño y oscuro, pulsando con el pulgar la guitarra para que dé esa cadencia”. Pero no recuerda mucho más, ni cómo, ni por qué, ni qué pensaba en aquel momento: “Hemos leído mil millones de interpretaciones. Desde que habla de esquizofrenia hasta que habla de una pareja que es incompatible… Con Pausa se generó un lienzo en blanco por rellenar, incluso para mí”. Con el paso del tiempo ha ido adquiriendo nuevos significados para él, como si fuese un recipiente vital en el que cabe todo, el tema al que acudir para buscar respuestas. “Creo que transmite que nunca sé lo que quiero, que cuando quiero calma es mentira porque realmente lo que quiero es movimiento, que digo que quiero estar un tiempo sin componer, pero estoy angustiado porque tengo que hacerlo. Ser el gato de Schrödinger de ti mismo todo el rato. Es agotador”, explica riendo.
- ¿Eres Géminis?
- Sí, soy Géminis..., pero no sé. Nunca he sido muy del horóscopo, soy científico cien por cien.
Mikel estudió Telecomunicaciones en Bilbao y trabajó cinco años como ingeniero antes de dedicarse completamente a la música tras mudarse a Madrid. Como muchos, Alberto (guitarra), Gato (bajo), Alejandro (batería), Iván (teclados) y él empezaron desde abajo, recorriendo España de bar en bar, sin perder de vista lo importante que era hacer buenas canciones: “En lo musical, Pausa es emocionante. Su pulso parece un corazón que late, junto con la melodía de guitarra de Alberto, el colchón vocal que nace como de un monasterio… Hay ingredientes que conectan con el espíritu y con el alma muy fácilmente”.
Lo mismo ocurre con Meiuqer, el primer single de su próximo disco, Hogar, con el que dio la bienvenida a su público el viernes pasado en el Wizink Center. Fue el estreno en directo de esta canción que le liberó... La primera que fue capaz de componer —en el autobús que le llevaba a su casa, el País Vasco, por Navidad— tras el silencio que trajo consigo Pausa. Como queda reflejado en el videoclip y también en la letra, Meiuqer es un nuevo amanecer, un volver a la vida, un grito de ánimo y resistencia: “Hoy la pausa ya muere en mis manos, ya clarea esta noche invernal. Os debía esta primera estampa, esta paz neonata, esta humilde postal”.