El alcohol y la lengua de Edu Galán no mezclan bien
No es fácil definir la profesión de Edu Galán (Oviedo, 1980). Aunque estudió Psicología en la universidad, su actividad profesional ha estado vinculada fundamentalmente al mundo del periodismo, del cine, de la cultura en general y, finalmente, de la pura sátira a través de Mongolia, el proyecto que lidera junto a otros colegas. Una de las habilidades más reconocidas de Galán es su capacidad para tener buenos amigos y conseguir interrelacionarlos. Es difícil encontrar a alguien que se mueva en el mundo de los medios y de la cultura que no lo conozca y que no se considere su amigo. Una pena que no cobre por tener amigos. Sería millonario.
¿Con qué te entretienes últimamente?
A lo último que me he dedicado es a leer un libro extraordinario que recomiendo a todo el mundo. La editorial Pepitas de Calabaza acaba de sacar Panfletos contra la emoción y el audiovisual, unos textitos de mi queridísimo amigo José Luis Cuerda, en los que se revela ante la cantidad de emocionalidad barata y vacua que hay en el cine.
Cuando piensas en José Luis Cuerda, ¿qué te viene a la cabeza?
A José Luis le molestaba muchísimo la sobre emocionalidad. Íbamos a comer muchísimas veces a Casa Rafa, en Narváez, aquí en Madrid. En una ocasión me explicó que estaba en contra de las cosas que hacéis los que estudiáis audiovisual. Él daba clase en escuelas de cine y a veces le llegaban alumnos y le decían: “Don José Luis, he hecho un plano que nunca ha hecho nadie, que no se le ha ocurrido a nadie”. Entonces, Cuerda veía el plano, veía la composición, miraba al alumno y le decía: “Si no lo ha hecho alguien, será por algo”.
Estás habituado a recorrer España con vuestros espectáculos de Mongolia. ¿Crees que existe algo que caracterice el humor español?
Yo creo que lo español se basa mucho en el odio al otro, en el putear al otro. Por eso nos gusta hasta putearnos en broma. Solo hay una cosa que le guste más al pueblo español que putearnos entre nosotros, que es putear al extranjero. Eso lo decía Berlanga en París-Tombuctú cuando hay una escena en un prostíbulo lleno de militares. Es el día de Nochebuena cuando llega Michel Piccoli desde París. Entonces, uno de los militares, con todas las prostitutas, dice: “¡Todos de pie, que es el rey!”. Entonces, se ponen todos de pie y el imitador del rey dice: “¡La principal misión de los españoles es putear al extranjero!”. Me parece una escena absolutamente extraordinaria. Nadie ha entendido mejor al español, incluso en una de sus peores películas, que Berlanga.
¿Ves ese gusto por el puteo en la vida cotidiana?
Recuerdo que hay un bar en Albacete que se llama Nuestro bar. Un día fuimos a comer allí y salí a la puerta a fumar un cigarro. En la puerta había unas plantas del restaurante. Me llamó la atención un punto lejano en una rotonda. Y veo que el punto atraviesa por el centro de la rotonda y resulta que es un tipo que se acerca corriendo con una botella de agua de litro y medio llena. Creía que venía hacia mí, pero venía hacia la planta. Cuando llega, vacía la botella de litro y medio en la maceta como si estuviese teniendo un orgasmo, realmente feliz. Entonces yo, que no entiendo nada, le miro y el tío me suelta: “¡Para que se jodan!”. Y echa a correr en dirección contraria. Debía ser un cliente descontento que lo que quería era joderles las plantas. Entonces ese es el paisanaje que te encuentras en Albacete y en otros tantos sitios de España.
Tú te dedicas en gran medida al humor político. ¿Cómo llevas todo esto de la polarización y del enfrentamiento social?
Creo que las relaciones entre españoles han sido siempre de enfrentamiento. Mi amigo Pepe García Sánchez, el director de cine, dice que lo único que une a los españoles son los bares, que es lo mejor que tenemos en España. Que una ardilla puede cruzar la península sin pisar suelo que no sea bar. La victoria de Ayuso ha demostrado que el principal valor español es el bar. El bar y todo lo que significa. Yo creo que por encima de un país católico, que lo somos también, creo que somos un país barero y un país, eso sí, destinado a pedir otra copa cuando ya llevamos demasiadas.
¿Cómo te sueles relacionar con el exceso de alcohol?
Yo tengo desde hace años una cena con muy buenos amigos como Raúl del Pozo, Pérez Reverte, Antonio Lucas y el fallecido Gistau. En una ocasión, teníamos la cena en Lucio y estaba también Manuel Jabois. Habíamos quedado a las nueve y yo antes tenía un acto con Irene Montero y veníamos también de una comida en la que yo ya había bebido algo. En lo de Irene Montero bebí más para aguantarla, porque es una persona absolutamente insoportable, a pesar de que ese día estuvo divertida, por lo menos. Yo me tomé, en mi línea de antaño, tres o cuatro whiskies sin ningún tipo de problema. Entonces llegué como un piojo a la cena y era una cena en la que estábamos, pues lo típico, puteándonos.
¿Y te viniste arriba?
Se me ocurrió decirle a Raúl del Pozo que estaba viejo: “Venga, no te preocupes que siempre tendrás un geriátrico para ti”. A mí también me estaban diciendo de todo, aunque lo niegan cuando lo recordamos. Él lo aguantaba estoicamente hasta que le dije: “Bueno, ¿y qué más te da? Si tú escribes barroco”. No hay cosa que más le toque los huevos a un columnista que califiquen su escritura. Yo me fui de allí. Raúl, que es una de las más bellas personas que conozco, reacciona tarde cuando lo insultan. Parece ser que Raúl a la mañana siguiente se despertó y pensó: “Pues me voy a cagar en la puta madre de este Galán. Me cago en su puta madre”. Entonces llamó a Antonio Lucas y dijo: “Me cago en la puta madre de Edu Galán. Que a mí puede llamarme viejo, pero mi escritura no me la critica ni Dios”.
¿Y qué hizo Lucas?
A los dos días me llama Antonio Lucas. Me lo explica y yo: “Me cago en... La he liado parda”. Justamente, teníamos esa noche el estreno de una obra basada en una novela de Reverte. Yo estaba hablando con la mujer de Arturo y veo que aparece Del Pozo, que en ese tiempo igual tenía ya ochenta años, pero aparece como un chaval con mano al bolsillo, que yo siempre, por costumbres de la noche, pienso que tiene llaves para darte una hostia. Entonces dije: “Me cago en la puta”. Se acerca y, sin mediar palabra, con la mujer de Arturo delante, que no sabía nada, dice: “Me voy a cagar en tu puta madre. A mí, mi escritura no me la toca ni Dios. Por menos de esto, en el Madrid de mi época, te daban tres navajazos”.
¿Cómo se reacciona en una situación así?
Yo me quedé ahí pidiendo disculpas. Pero la mejor fue la mujer de Arturo, que me cogió las gafas, me las quitó y le dijo a Raúl: “Dale, que quiero verlo”. Y entonces, ahí se paró. Es una historia en la que el borracho, una vez más, era yo. Del Pozo y yo somos muy, muy, muy, muy amigos. Aprovecho para recomendar la autobiografía no autorizada que ha hecho, con Jesús Úbeda y Julio Valdeón. Es divertidísima. Del Pozo es casi un personaje secundario. Se titula No le des más whisky a la perrita porque, en una ocasión, Jesús Úbeda le estaba entrevistando y Del Pozo tiene una perrita. Y entonces la perrita debía estar en celo y se le acercaba a Úbeda. Y entonces, Del Pozo, en otro de sus momentos, porque es un genio total, le dijo: “No le des más whisky a la perrita que vais a acabar follando”. Entonces dice Úbeda: “Pues me parece un titulazo. No le des más whisky a la perrita. Vida, obra y milagros de Raúl del Pozo”.
También tú estás con libro de reciente publicación.
Acabo de publicar un libro que se llama El síndrome Woody Allen, que es un ensayo sobre por qué Woody Allen ha pasado de ser inocente a culpable en diez años. Es decir, cómo la percepción pública de un personaje, sin cambiar los hechos por los que estuvo juzgado y fue investigado por la policía, puede cambiar. Salió en septiembre de 2020 y ha funcionado muy bien. Y luego, además, pues seguimos con Mongolia, sigo con Al rojo vivo, yo que sé. Realmente, creo que al igual que todos los que pasan por aquí, somos autónomos del encargo.
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