Leo Bassi, ministro por sorpresa
Bassi ha escogido como centro de su último trabajo al dictador italiano porque “Mussolini es el que ha inventado el fascismo. Él inventó hasta el nombre de facha y de fascismo. Ver la vida de Mussolini, reírme de Mussolini y hacer de Mussolini, un símbolo de todos los fascismos que hay hoy en día, a los fascistas les va a molestar mucho. La gran mayoría de la gente ve en este espectáculo una esperanza de que el fascismo es una cosa de una mentalidad muy pequeña, muy paleta y que hay muchas maneras de superar esto”. No solo parodia a políticos: también dirige las “misas patólicas” en el barrio madrileño de Lavapiés, que forman parte de la Iglesia patólica, un culto de adoración a los patos de goma. Bassi es toda una institución en el mundo de la comedia. Le hemos visto actuar muchísimas veces, pero pocas hemos tenido la oportunidad de hablar con él. Y vale la pena.
¿De dónde sacaste esta curiosa vocación por el humor más loco que nadie pueda imaginar?
Bueno, yo vengo de una familia donde todos son graciosos: mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, mi bibisabuelo... Vengo de una familia de circo y de payasos de los dos lados, del lado de mi madre y del lado de mi padre. Si yo no hacía el payaso eran hostias en la familia. No había problemas de vocación, la vocación era la hostia: “Tú vas a ser cómico como nosotros”. Y la verdad es que menos mal que fue así porque mi vida ha sido fantástica.
¿Y cómo es la vida cotidiana en un entorno en el que todos son payasos?
Me viene a la cabeza una anécdota para explicarlo. Yo he pasado parte de mi infancia en Australia con mi abuelo. Era un gran cómico, pero un gran cómico. Inglés y australiano, muy amado, Jimmy Wheeler. Y me acuerdo de que, una noche a las dos de la mañana, mi abuelo entra en mi habitación, tenía yo siete u ocho años, y me despierta. Me dice: “¡Leo, Leo! ¡Despiértate! Que vamos a hacer una cosa importante”. “¡Abuelo! ¿Qué pasa?”. “Ven conmigo”. Y yo en pijama, bajo con mi abuelo, en Sidney, la capital de Australia, en el piso donde vivía en el centro. Entro en su coche. Él tenía un Jaguar descapotable. Los dos a las dos de la mañana salimos pitando del aparcamiento e iba a toda pastilla ahí con su Jaguar a tope conmigo al lado. Y me dice: “¡Abre la guantera! ¡Mira la bolsa esta, es para ti!”. Era una bolsa de papel. La abro y era una bolsa de petardos. ¡Unas tracas enormes, petardos!
Esa historia tiene pinta de no ir por buen camino…
Él tenía un puro y dice a gritos: “¡Vamos a despertar a Sídney porque es un pueblo de paletos! ¡Son paletos!”. Así que, con el puro, me dice que encienda un petardo y lo tire. Lo lanzamos a 100 km/hora por las calles centrales donde no había nadie a esas horas. La gente dormía y “¡Pam! ¡Bam! ¡Pam!” Y los petardos, y uno, y otro... pasan cinco minutos y llegan varios coches de policía y consiguen bloquear a mi abuelo, al Jaguar. Los policías salen de los coches y le dicen: “¡¿Qué coño estás haciendo?! ¿Qué es eso?”. Al acercarse, lo reconocen porque mi abuelo tenía un programa de televisión: “¡Hostia, es usted! ¿Pero qué coño está haciendo? ¿Y el niño?”.
Las preguntas no eran fáciles de contestar...
Entonces, mi abuelo les dice: “Mira, el niño tiene una enfermedad y no se sabe cuánto tiempo puede vivir. Yo le he preguntado qué cosas en el mundo quiere hacer y él ha dicho que le gustaría tirar petardos por la noche para despertar la ciudad”. Los policías casi llorando: “¡Pobrecito!”. Mi abuelo me daba hostias por abajo para que me callara, porque yo no tenía ninguna enfermedad. Era una mentira grande. Y la policía en plan: “lo siento, si quieres tira otros petardos, lo puedes hacer, pobrecito”... Y cuando se fueron mi abuelo me dijo: “Tú puedes hacer cualquier cosa en la vida, pero, por favor, no puedes transformarte en un paleto”. Y eso lo he tenido dentro de mí. Tengo antecedentes por eso, tengo pasado de gente que se burlaba de las normas, que eran totalmente anticonformistas.
¿Y decidiste seguir el sabio consejo de tu abuelo?
Sí, porque yo soy la sexta generación de gente de payasos. Y yo he nacido con la misión de mantener este espíritu. Además, mi nombre es Bassi, que en italiano es el plural de bajo, es la gente de baja condición social. Yo tenía muy claro que los payasos del circo, los bufones, éramos gente de baja, muy baja condición social. Que no teníamos miedo por el poder, que nunca se arrodillaba frente al poder y que nuestra arma era la comicidad, era “prendere in giro”, que en italiano significa mofarse del poder. No era una violencia física, pero nuestra actitud, nuestra dignidad es no querer ponernos de rodillas frente al poder, frente a cualquier tipo de poder, político o poder temporal o poder religioso. Reírse era la manera de ser portavoz del pueblo, de la gente de baja condición social y para dar dignidad a esa gente uno no tiene miedo de reírse de cualquier cosa, en este caso incluso ser superior. Si tú te mofas del poder, eres superior al poder.
Así que ¿se puede ser poderoso a través de la comedia?
Tú demuestras serlo. Esto, tal y como se dice, lo he mamado desde mi infancia con la leche materna. Mi familia me ha preparado para eso, eso está ahí, esa historia. De no ser paleto nunca, de mantener esa fuerza de desafiar las convenciones, los poderes, y buscar los poderes para desafiar. El humor de los payasos es político, aunque no lo parezca. Pero es una manera también de glorificar la imperfección: ¿Qué es el poder sino la idea de que todo es perfecto? El que tiene el poder es el más perfecto, esa es la idea de la monarquía. ¿La monarquía qué es? La perfección. Pues nosotros los payasos somos los príncipes de la imperfección. Somos los adoradores de la imperfección. Hacemos tonterías. Somos asquerosos. Y lo hacemos por gusto de hacerlo, para mostrar que siendo asqueroso reivindicamos nuestra imperfección.
¿Y no has pensado en dedicarte a la política con ese discurso?
Me pasó una vez una historia muy rara en lo que era entonces la Unión Soviética. Iba a ir a un festival en Uzbekistán. Los productores me preguntaron que cómo se iba a llamar el espectáculo porque había que ponerlo en el programa. Yo siempre he improvisado en toda mi vida. Hago espectáculos, sí, pero otros son improvisaciones y de un día a otro puedo cambiar el texto. Entonces digo: “¡Ah! Lo voy a llamar Ministro de la Comicidad o Ministro del Humor de la Unión Europea”. Quizás por un problema de no hablar bien, de traducción, no entendieron que era el nombre del espectáculo y pensaron que era mi cargo. Pusieron en el programa: “Espectáculo cómico a cargo del Ministro de la Comicidad de la Unión Europea”.
¿Cómo se tomaron el error?
Lo que ocurre es que llegué en avión hasta Moscú y después en tren hasta Tashkent, capital de Uzbekistán. Estamos hablando de dos días de tren, las distancias son enormes. Llego a la Estación Central de Tashkent y hay militares en fila, banderas… La bandera Europea, la bandera de Uzbekistán, la bandera de la Unión Soviética, unos oficiales, una niña vestida con flores y al bajarme del tren empieza a tocar una banda de música. La niña se acerca y me da unas flores, y yo: “¿Qué coño es esto?” Salgo y un ministro se presenta y me dice que soy bienvenido al país y que tenemos unos encuentros bilaterales que habían organizado. Me llevan a una reunión de ministros de Uzbekistán y el director del festival se acerca y entonces le digo: “¡Es el nombre del espectáculo, no soy ministro!”. Y me dice: “¡Lo siento! Es que me he dado cuenta demasiado tarde y ya hemos hecho toda la publicidad así y las autoridades lo han tomado en plan serio, entonces cállate y haz de Ministro”. Y yo: “¿Qué coño? Si me cogen voy a la cárcel.” “No, no, como tú eres extranjero no se van a atrever, haces de Ministro y esto nos va a dar una publicidad de la hostia”. Y yo: “¡Que sí, pero yo voy a la cárcel y tú no!”. Estuve dos días de reuniones ministeriales, con el Ministro de Defensa, con los Ministros de Sanidad, y yo: “Sí... tenemos acuerdos bilaterales con la Unión Europea”. “¡Ah! Pero usted es Ministro de la Comicidad… ¿Cómo funciona?” Y yo digo improvisando: “Tenemos profesores, payasos y todo lo que ayuda a la Administración para ser más amable, más divertidos, que la relación con la población sea...”. “¡Ahhh! ¡Qué interesante! ¡Quizás vamos a hacer lo mismo en Uzbekistán!”.
¿Y nadie se dio cuenta del disparate?
El problema es que yo tenía un espectáculo al final. Y mi espectáculo era muy físico: rompía sandías y hacía cosas de payaso bastante asquerosas. Y yo pensé, “Hostia... Cuando vean el espectáculo, es mi fin”. Así que entro en un teatro muy grande y están todos en primera fila: ministro de una cosa, ministro de lo otro, unos oficiales... Toda la gente que había visto los dos días antes en las reuniones bilaterales, estaban sentados. La mitad del Gobierno del país estaba en primera fila. Y yo rompiendo cosas, tirándome pedos, eso es mi espectáculo. Los primeros minutos silencio absoluto del público. Después han empezado a reír y todo ha ido de puta madre, pero yo pensaba: “Cuando salga del escenario me van a coger y me van a meter en la cárcel para siempre”. Ya en el camerino se oye la puerta: “Pum, pum, pum”. El ministro de Defensa. Y con soldados que están firmes. Y yo digo: “Ya está, estoy acabado”. El ministro tenía un intérprete que me dice: “El ministro quiere agradecerle a usted este magnífico espectáculo. Y decir también que usted tiene mucha suerte de venir de un país democrático, porque usted es un verdadero payaso e incluso un payaso asqueroso”. Y el ministro de Defensa continúa: “Entonces usted viene de un país que sabe poner a la gente en su puesto más adecuado, porque por ejemplo, si nosotros en Uzbekistán hubiéramos tenido un Ministerio del Humor, hubiéramos puesto a un policía, a un burócrata o una persona sin gracia, porque nuestro sistema no funciona. Usted tiene la suerte de venir de una democracia donde consiguen elegir las personas más aptas para tener los puestos ministeriales. ¿Quién mejor que un payaso como usted para ser ministro de la Comicidad?”. Y se marchó. Así que todos han seguido pensando que yo era ministro y que era normal que un ministro del Humor fuera un payaso y que hiciera cosas rarísimas de payaso. No han tenido ningún problema en pensar que todo esto era de verdad. Y me fui con todos los honores del gran ministro de la Comicidad.
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