Son tan astutas las cuatro mujeres que aparecen en La Buenaventura (una obra datada en la década de 1630 expuesta en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York) que ni siquiera el espectador —es decir, nosotros— se percata de lo que está ocurriendo hasta que no se fija muy bien en todos los detalles o, en el mejor de los casos, tiene al lado a una historiadora del arte como Sara Rubayo. “El pintor busca que quien vea el cuadro se fije en la parte superior del mismo”, explica, “de manera que crea que lo que se está pasando en la escena es una disputa entre el joven y la vieja, pero, en realidad, es solo un truco”. Lo que de verdad vemos en el cuadro es ni más ni menos que un robo. Mientras el joven y todos los espectadores atendemos a la discusión que mantiene con la vieja a cuenta de un desacuerdo en el pago por haberle leído la mano, las otras tres mujeres —las jóvenes— desvalijan al chaval, que en cuestión de segundos se queda sin cadena de oro y sin bolsa de monedas. Pero, ¿qué hay detrás de la escena? Y, sobre todo, ¿cuánto determina el tema el contexto en que el francés Georges de La Tour pinta este cuadro?
“Hay que tener en cuenta”, tercia Rubayo, “que estamos en el siglo XVII y que, por aquel entonces, el robo estaba castigado con torturas, e incluso el condenado por ello podía terminar con una marca de hierros al rojo vivo para identificarte como ladrón o, en los casos más extremos, colgado y descuartizado”. Por lo tanto, La Tour no nos muestra una escena cómica, sino una repleta de tensión. Los personajes no están sonriendo ni relajados. Ni las ladronas, que, sabedoras del riesgo que entraña su cometido, tienen unos gestos que destilan concentración, ni el joven, que, aunque no sospecha nada acerca del robo, mira fijamente a la vieja para evitar lo que considera una estafa. “Además”, añade la historiadora del arte, “sabemos que la mueca seria del muchacho también tiene otro motivo: si es sorprendido consultando artes adivinatorias —como lo es la quiromancia— se arriesga a ser excomulgado”.
Se ha datado esta obra entre 1630 y 1639 y se realizó en Lorena (Francia). En este caso, como en tantos otros, la fecha y el lugar donde Georges de La Tour pintó el cuadro son imprescindibles para entender por qué el pintor eligió ese tema. “Era una época convulsa y una zona muy maltratada por el hambre, la peste —por la cual moriría La Tour en 1652— y por la Guerra de los Treinta Años, que, en la práctica, trajo consigo una gran cantidad de asedios, saqueos e incendios. Por aquel entonces, sin embargo, a La Tour no le fue tan mal. Ascendió en la escala social, fue nombrado hidalgo y amasó una fortuna especulando con cereales. ”Todo esto nos da a entender que las monedas de oro, esas que las jóvenes tratan de robar al muchacho, jugaban un papel muy importante tanto en su vida como en sus obras“, desliza Sara Rubayo. Se trata, además, de una obra moralizante: ”El artista francés quiere decirnos, a través de su lienzo, que muchas veces la altanería, en este caso perfilada en la cara del joven, esconde una mal disimulada inocencia; mientras que la propia inocencia que podría transmitir el grupo de mujeres es, en realidad, astucia“.
Un pintor perdido y recuperado
Hoy por hoy Georges de La Tour es uno de los artistas franceses más valorados, pero no siempre fue así. “En su época”, recuerda Rubayo, “tenía mucho éxito, pero tras su muerte su obra cayó en el olvido hasta casi desaparecer”. Ya en el siglo XX, un trabajo arduo que compartieron historiadores y marchantes de arte tuvo como resultado la recuperación de sus obras y la restauración de su reputación. “Es un artista a medio camino entre el clasicismo y el caravaggismo, dos reacciones al manierismo que había imperado hasta el momento en el clima cultural del país y la época”, apunta. Mientras que las composiciones de Georges de La Tour eran clasicistas, los temas se parecen a los de Caravaggio.
“Si vemos las obras de George de La Tour”, completa la historiadora, “observamos que existen dos períodos muy marcados en su producción”. Durante la primera etapa de su vida se centra en escenas diurnas, con ricos y vivos colores, escenas costumbristas protagonizadas por personajes de lo más variopinto, entre los que se encontraban campesinos, pícaros, soldados y pendencieros. En su segunda etapa, desde sus 45 años hasta su muerte, pinta sobre todo “noches” o “nocturnos”. Son aquellas obras en las que presenta escenas interiores oscuras con personajes solitarios y melancólicos iluminados con una sola vela o una lámpara. No cabe duda, con todo, de que la obra que presentamos esta semana en 'La Galería' pertenece a la primera etapa. Las mujeres que la protagonizan no dejan de ser unas pícaras y la escena transcurre a plena luz del día.