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La libertad guiando al pueblo: la barricada de Delacroix que se convirtió en un símbolo de la revolución

Samuel Martínez

27 de febrero de 2021 06:00 h

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Se pueden reseñar muchos aspectos de La libertad guiando al pueblo (1830). Se puede decir que es una de las obras cumbres del romanticismo francés, que su composición es piramidal, que es un óleo sobre lienzo, que se expone, actualmente, en el Louvre o que uno de los personajes que aparecen en la tela es un autorretrato de su autor, el francés Eugène Delacroix. Todas ellas son características que sirven para analizar y para ubicar la pintura. Características que, además, comparte con otros cientos de obras. Sin embargo, hay algo que hace especial a este lienzo y que lo sitúa en un selecto grupo, acompañado de otras grandes joyas de la historia del arte. La libertad guiando al pueblo es un símbolo. Lo que pintó Delacroix traspasó el lienzo y, tal y como señala la historiadora del arte Sara Rubayo, “aunque el cuadro habla de un proceso revolucionario muy concreto, se ha adoptado, en muchas ocasiones, como un símbolo universal de la libertad y la revolución”. Pero ¿qué es lo que pintó Delacroix exactamente? ¿Qué dice cada uno de los personajes que integran la barricada? Y, lo más importante, ¿cuál es el mensaje principal de la escena?

“Si no he luchado por la patria, al menos pintaré por ella”, escribía el propio Delacroix en una misiva. Y vaya si lo hizo. En una sola imagen, trató no solo de explicar la revolución que se estaba llevando a cabo los días 27, 28 y 29 de 1830 en París, sino también de evidenciar cuál era su postura. “Sin lugar a dudas”, tercia Rubayo, “dejó muy claros sus sentimientos revolucionarios frente a los abusos del poder político”. Pero, ¿cómo lo hizo? ¿Cómo imprimió en el lienzo la fuerza necesaria para transmitir la idea de revolución y para lograr empatizar con los ciudadanos? Por supuesto, es imposible diseccionar la genialidad de un maestro como Eugène Delacroix y valorar por separado cada uno de los componentes que crean esa magia que poseen algunos cuadros. No obstante, gracias a la ayuda de Sara Rubayo, sí que se pueden analizar las técnicas y métodos que utilizó el pintor para generar una pintura capaz de “conectar con el espectador”.

“Antes de nada, hay insistir en que nos encontramos ante una escena romántica”, enfatiza la historiadora. “Lo percibimos por la intensidad con la que Delacroix exalta el patriotismo, a través de la bandera tricolor, y por la asociación de los sentimientos de libertad y nación”. Además, la obra está en movimiento. A pesar de todos los cadáveres (soldados, guardias, etc.), la Libertad, personificada en una mujer semidesnuda con un gorro frigio –como el que llevaban los esclavos romanos libertos y que también se popularizó durante la Revolución Francesa–, con una bayoneta en la mano izquierda y la bandera en la derecha, camina hacia adelante y anima al resto a seguirla: “La figura femenina nos empuja a sentir que todo es posible y que somos imparables frente a las adversidades”. El barullo de cuerpos inertes casi pasa desapercibido por la composición piramidal y el juego de luces que guían al espectador y centran su atención en esa figura limpia, joven y popular de libertad, que Rubayo vincula a la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia. “Su objetivo”, remata, “es guiar al pueblo francés hacia el triunfo”. 

Pero, ¿el triunfo sobre qué? Fundamentalmente sobre la tiranía de Carlos X, que en 1830 aprobó una serie de decretos que, entre otras cosas, suspendían la libertad de prensa, alargaban el cargo de los diputados –al tiempo que reducían su número– y limitaban el derecho a voto. Alentados por la prensa, los ciudadanos salieron a la calle en lo que se denominó La Revolución de Julio o Las Tres Gloriosas. Las barricadas, en este caso, surtieron efecto. Los franceses derrocaron al monarca y pavimentaron el camino al trono del burgués Luis Felipe de Orleans, que se coronó rey gracias al voto de los diputados liberales. De las protestas también emanó una Constitución liberal. 

Los niños como metáfora del futuro

Si hay un personaje que compite en importancia con la alegoría de la libertad, ese es el niño con dos pistolas que aparece a su lado. “Lleva una boina negra estudiantil”, desliza Rubayo, “y, con la boca entreabierta, arenga a todos los demás a que sigan la lucha”. En el lado izquierdo del lienzo, otro niño aparece agazapado sobre los escombros. “Ambos simbolizan la rebeldía juvenil en contra de la injusticia”, resuelve la historiadora. Por otra parte, Delacroix, en la que es su obra más reconocible, no quiso olvidarse de ningún estamento social. Además de los niños, aparecen representados en el lienzo los burgueses, los trabajadores y los estudiantes, cada uno de ellos con sus piezas de ropa distintivas. Y el propio pintor se sentía como uno más de ellos. Creía en lo que estaba pintando y, por supuesto, en la lucha que había acometido el pueblo francés, según lo que se ha podido deducir de sus cartas. Tanto era así, que parece evidente que el hombre de la chistera que carga un arma en el margen izquierdo de la pintura es un autorretrato suyo. Desde el otro lado, en el margen derecho, la catedral de Notre Dame observa cómo todo su pueblo lucha unido contra la opresión y las pretensiones absolutistas de Carlos X.