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Oscar Camps: “Cada persona que rescatamos en el Open Arms es un zarandeo al alma”

María Granizo

16 de octubre de 2020 22:42 h

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“Confío en la humanidad, a pesar de todo”.

A pesar de… que un día, teniendo ya cumplidos los cincuenta, siendo socorrista y empresario, no supo cómo explicar a su hija de doce años por qué teníamos que llegar a ver en las noticias la imagen del cuerpecito de un niño engullido por el mar y escupido por las olas en una playa para gritar a nuestra conciencia. 

A pesar de… tener que llevar cinco años respirando hondo, renunciando a su vida de confort en Badalona para lanzarse a aguas desconocidas perdiéndose días, semanas, meses, de la vida de aquella niña convertida ya en mujer que no llegó a entender por qué tenía que estudiar en el colegio la Declaración de Derechos Humanos y la Convención de Ginebra “si no sirven para impedir que se olvide y abandone a 70.000 personas en Europa”.

A pesar de… que su proyecto quijotesco le ha puesto en el pedestal de las organizaciones humanitarias rescatando a 61.000 personas, pero también en el punto de mira de coacciones, descrédito y amenazas de políticos ultraderechistas por fundar su ONG. También por mantener a flote un barco que da visibilidad a una realidad difícil de digerir: “La Comisión Europea decide que no debe haber una misión de salvamento en el Mediterráneo porque los naufragios disuaden a los migrantes de venir a Europa”. 

A pesar de… tener que nadar entre la desesperación para ser condecorado Europeo del Año, llegar al Vaticano y reclamar la atención del Papa y del mundo con el chaleco salvavidas de otra pequeña de la que nunca sabremos su nombre porque el mar y la inacción cortaron brutalmente su risa y su llanto, y la entregaron a la muerte. 

A pesar de… tener que alzar la voz en Bruselas para sonrojar a los miembros del Parlamento Europeo diciéndoles que “ninguna madre pondría a sus hijos en una embarcación que apenas flota si no fuera más segura que la tierra de la que huye”.

A pesar de… ver cómo los dos metros once de Marc Gasol se empequeñecían junto a él, a bordo del Open Arms, cuando encontraron a una mujer desesperada flotando a la deriva con su pequeño fallecido u observar cómo Richard Gere se olvidaba de Hollywood para llevar víveres a los refugiados despreciados por Matteo Salvini. 

A pesar de… dejarse la energía y el aliento en cada brazada y tener que bajar la mirada cuando comprueba que los migrantes tienen más fe en Europa que los propios europeos: “Para ellos es un sueño, para nosotros una vergüenza. Hemos visto tanto drama que hemos aborrecido a Europa y a lo que Europa representa”. 

A pesar de tantos pesares, hoy el fundador y director de la ONG Proactiva Open Arms nos hace cómplices de centenares de Cartas Mojadas. Mientras, prepara el petate para zarpar de nuevo con un barco humanitario tan viejo como imprescindible para mantener una pizca de humanidad y de esperanza en el Mediterráneo. Un buque insignia que salva a los inmigrantes y nos salva a todos porque “cada persona que rescatamos es un zarandeo al alma”.

Soñó con ser astronauta, pero le llamó el mar

Cinco años lleva nadando a contracorriente, solo alineado con la sociedad civil. Es el tiempo y la manera en la que Oscar Camps Gausachs dejó de ser un empresario catalán más para convertirse en icono humanitario mundial. 

Desde crío sintió que su sitio estaba “donde la tierra se pierde de vista”. Tenía sólo seis años cuando sentado junto a su padre vio, en una televisión cuadrada a la que no había llegado el color, cómo Neil Armstrong daba los primeros pasos del ser humano en suelo lunar. Aquella imagen le fascinó tanto que soñó con “ser astronauta”. Pero para un niño que creció acunado por los susurros de las Nanas de la cebolla de Serrat y la brisa del Mediterráneo era impensable pasar un solo día sin ver y sentir el mar. Por eso creció con la risa infantil de quien es libre como la marea, acariciando entre juegos las olas que se entregaban dóciles a la orilla de la playa de Badalona y corriendo tras las gaviotas del puerto de la Marina. El mar fue siempre alegría, “visión y sentimiento de libertad”. 

El olor y el sabor a salitre, parte de su identidad, y su necesidad instintiva de compromiso social le llevaron a formarse como socorrista y nadador profesional. Mientras, hábil con el lápiz, dibujaba cómics y ponía música a su juventud “con el rock de Radio Futura, de La Unión, de Rosendo, de los grupos musicales de los 80 que destilando rebeldía y libertad nos ayudaban a buscar nuestro sitio”. Tarareando estrofas de Rompeolas, Navegando, Agradecido o de La Escuela de Calor, no imaginaba que en la vida nada pasa por casualidad. 

Del grito ahogado de un niño nació Proactiva Open Arms

En 1999 la Generalitat sacó el primer decreto de piscinas que regulaba la presencia de socorristas. Camps llevaba varios años siendo voluntario de Cruz Roja en las playas catalanas. Con la nueva legislación, fundó una empresa de servicio de socorrismo. 

La imagen furtiva, casi inimaginable en el holocausto más cruel, de un niño sirio de tres añitos entregado a la muerte en una playa turca, cambió en 2015 su vida para siempre. Trató de evitarla para que no la vieran sus hijos, “el menor de la misma edad que aquel pequeño, Aylan Kurdi”, pero el nudo en la garganta fue tan grande que se hizo el petate, cogió 15.000 euros ahorrados, una excedencia laboral, el traje de neopreno y, con su compañero Gerard Canals y sus veinticinco años de experiencia en salvamento, puso rumbo al norte de Lesbos para actuar.

Así nació Proactiva Open Arms: “Fuimos a hacer logística para ver cómo podíamos ayudar. Sin embargo, a la media hora de llegar ya estábamos en el agua rescatando gente que buscaba asilo en Europa huyendo de la guerra en Siria. Era una locura. Un drama mayor de lo que habíamos imaginado. Al llegar a la costa vimos volcar una embarcación con 54 personas y en aquel momento se estaban ahogando 12. Había mujeres con sus hijos cogidos en el pecho. Una mujer sacaba la cabeza del agua, pero el niño la tenía dentro y oías a la mujer gritando desesperadamente. Ningún guionista sería capaz de imaginarse lo que llegamos a ver allí”. 

Con Camps y Proactiva fue la primera vez que hubo socorristas profesionales en una misión de tipo humanitario: “La BBC nos entrevistó y se presentó allí el coordinador de Emergencias de Human Rights Watch y nos recomendó que creásemos una ONG y una página de crowdfunding. Empezamos a recibir donaciones: nos mandaron dos motos de agua y luego compramos un barco de segunda mano y nos cedieron un velero, el Astral, que convertimos en un barco de salvamento y vigilancia, y también nuestro buque insignia, el Open Arms”.

Recogiendo Cartas Mojadas frente a viento y marea

El viejo barco humanitario, que desde hace cinco años es un símbolo de esperanza para miles de migrantes, lleva ya medio siglo en el agua. El tiempo ha hecho mella en él. El antiguo remolcador de Salvamento Marítimo que llegó a arrastrar al Prestige, y que en 2017 donó la naviera Grupo Ibaizabal, ha navegado en solo dos años 59.000 millas, el equivalente a dos vueltas al mundo. En ese tiempo, ha evitado que el mar corte el aliento a más de 6.000 personas, pero surcando las aguas el motor ha sufrido averías solventadas con el dinero que la ONG recibe de particulares. Sin embargo, el azote de la crisis económica generada por los efectos de la pandemia ha hecho que las donaciones también hayan caído en picado. 

Parafraseando a Pepe Mujica, cuyos libros Oscar Camps relee y atesora, “sí es posible un mundo con una humanidad mucho mejor, pero creo que ahora la tarea es salvar la vida”. Ensalza “las lecciones de solidaridad de la ciudadanía”, pero también apunta a la ignorancia como “el peor racismo que hay: mientras sea la extrema derecha quien nos difame, estamos haciendo lo correcto”.

Por eso, a quienes dicen que Open Arms solo pone una tirita a un problema mucho más profundo, responde: “Que se lo expliquen a esas 61.000 personas que han pasado por nuestras manos. Las tiritas no evitan la caída, pero ayudan cuando la herida está sangrando”. Y apunta que lo peor que tenemos es “esa forma de elegir a los políticos como si fueran nuestro equipo de fútbol favorito y pasar por alto su capacidad, su integridad y la preparación que puedan llegar a tener para ser los líderes de este país”. 

Recordando momentos que han convertido su vida “en un milagro” visualiza otro que se quedó para siempre en su cabeza y en su corazón: “El nacimiento de aquella bebé que después de un rescate durísimo, con mal tiempo, nació y tuvo parada cardiorrespiratoria. Después de muchos minutos de angustia, fue reanimada por nuestro personal y revivió. Su madre decidió ponerle el nombre de Miracle”. Por ella, por los 61.000 corazones que siguen latiendo gracias al Open Arms y por los 18.000 a los que no llegó a tiempo para que siguieran haciéndolo, el socorrista de Badalona vuelve al mar.

Antes de despedir su PlayList, nos recomienda Colapso: “una serie sencilla, francesa, de tres directores jovencísimos que con muy pocos recursos está teniendo muchísimo éxito”. Suscribiéndose a la denuncia que la ficción hace sobre la indecisión de los estados, eleva la voz contra “la inacción deliberada de la UE y esa mala política de externalización de fronteras y de convertir el Mediterráneo en la más mortífera del planeta: ”no sólo no han hecho nada, sino que, además, han evitado y evitan que se haga“.

A pesar de los riesgos, las trabas y las sanciones, Oscar Camps Gausachs, el hombre que aprendió de su abuelo a amar el mar y que ha convertido en su vocación “que nadie muera en él”, se queda preparando su mochila para embarcar en unas horas. Su madre le dijo una vez que “de la cárcel se sale, del fondo del mar no”. Él no lo olvida: “El mar se lo ha comido todo y ha pasado por encima de la gente que amo, de la empresa, de todo. Pero si no estoy, morirán aquellos que yo puedo rescatar. No dejaré de hacerlo hasta que alguien lo haga por mí”.

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