Veinticinco años delante de las cámaras hasta que un día dejó de verse “por los ojos de los demás” y entendió que “cuanto más te agachas, más se te ve el culo”. Levantó la cabeza, se rebeló ante los proyectos de chica florero y alzó la voz contra la desigualdad salarial y la discriminación femenina por edad. También contra el machismo, e impuso en sus contratos una cláusula de objeción de conciencia para negarse a preguntar sobre la vida privada de la gente: “¿Con qué cara podría sino yo pedir que respetaran la mía?” Ella se quedó “a gusto”, pero en casa.
Abrir la boca hizo que a algunos les resultara muy incómoda. Si la lucha y la fama cuestan, ella empezó a pagar. Décadas de impecable oficio, centenares de horas de profesionalidad televisiva, un micrófono de oro, el premio de mejor comunicadora, el cariño de los espectadores e incluso responder al nombre más buscado en internet no le rebajaron el precio: paro profesional, difamación e insultos.
“Sin buscar ya la mirada del otro”, cuanto más escuchaba “calladita estás más guapa”, más “fea” quiso ser: “Creo que los que tenemos una plataforma y un atril donde hablar, tenemos la obligación de hacernos eco de las cosas que, a mi juicio, no son justas”. Con un rotundo “no es no y yo sí te creo” mostró su apoyo, desde un plató de televisión, a la víctima de La Manada y denunció la sentencia de la Audiencia de Navarra que condenó por abusos sexuales, y no por violación, a los agresores.
Desde ese momento, para algunos se convirtió en “feminazi”. Celebró la moción de censura contra Mariano Rajoy: sufrió acoso, más agravios y amenazas. Pidió que la ciudadanía no se quedara en casa y fuera a votar escribiendo que “la manifestación para protestar contra la extrema derecha” era “en los colegios electorales”: la tildaron de “roja y podemita mugrosa”. Aplaudió al gobierno de coalición por aprobar el ingreso mínimo vital y en sus redes le llovieron piedras.
Felicitó a Podemos y, “sin conocer en persona a Pablo Iglesias”, acaparó titulares como “la amante del líder de la formación morada”. Otros, o los mismos, la llamaron “puta” acusándola de tener un romance con un rico empresario que la doblaba la edad: el hombre era su humilde padre. Los secuaces del mal no se detuvieron: manipularon algunas de sus fotos para que pareciese enferma y perdiera campañas publicitarias. Pero ni la misoginia, ni la intolerancia ni las injurias la doblegan. Ni siquiera cuando, a sus cuarenta y seis espléndidos años la llaman “vieja” y critican sus retoques estéticos refiriéndose a ella como “barbi Vázquez”.
Fiel al filósofo chino Lao-Tsé, la presentadora, cómoda en su piel, se mantiene “flexible para seguir recta”. Ahora, deseando “que la empatía se contagie tanto como el coronavirus”, proyecta su innata vitalidad, que traspasa la cámara, al cuidado de su padre. De él heredó “la alegría y la espontaneidad”. Agarrándole la mano firme cuando más la necesita, Paula Vázquez refrenda que ella es de donde la “quieren bien”.
El oficio le nació en una peluquería
Ferrolana de nacimiento, lleva “el olor a eucalipto y a mar salado” impregnados en el recuerdo de una infancia que la alienta abrigada por “el colo”, el cálido regazo de su abuela Josefa: “El sitio al que siempre quisiera regresar”. Aquella mujer, incansable y noble redeira, aparcó un día la puntada invisible y necesaria y los xeitos de las redes de pesca para pedir al santo que curara a su hijo cuando éste, muy joven, también estuvo enfermo. Peregrinando de rodillas subió al monte divisando la ría de la ciudad portuaria hasta alcanzar la ermita de Chamorro, no muy lejos de los acantilados más altos y bellos de Europa. Allí, entendió que el Patrón se apiadó de ella porque se obró o milagre y José Ramón Vázquez sanó. Con la voluntad férrea de la abuela y la misma energía para sobreponerse a las dificultades del camino, Paula Vázquez sube ahora a la primera planta de un hospital barcelonés convencida de que la quimioterapia y las ganas de vivir pronto vencerán al cáncer de pulmón que padece su padre.
Mientras desahoga tensión escuchando a Fito & Fitipaldis y a Rozalén poniendo girasoles en los ojos de la gente honesta a golpe de signos y melodías, recuerda que, por mucho que le guste la música y nos haya puesto a bailar con Fama, la banda sonora de su vida es el sonido de los secadores de pelo: “Me crie en la peluquería de mi madre. Desde que éramos bebés nos tenía allí, en la cuna, a mi hermano y a mí. Después, durante todos los años que he ejercido mi profesión, era rutina pasar por peluquería una hora y media antes de cada programa. Por eso, el ruido del secador me ha acompañado siempre”.
Sin apenas levantar dos palmos del suelo, en el local de trabajo da súa nai, la pequeña Paula ya soñó con ser presentadora. Haciendo alarde de desparpajo entrevistaba con un cepillo, como improvisado micro, a las clientas que iban al salón a cortar y marcar el pelo. Entre rulos, champús, tijeras y tintes, se incubó su sueño de ser presentadora, actriz y modelo. Como le pasó a su abuela el día que interrumpió o traballo y se paró a soñar, el camino que tuvo que seguir fue muy empinado. Sin embargo, a los diecisiete años, sin promesas, encantamientos ni meigas, pero sí mucho esfuerzo, la rapaza ya facturaba más dinero que su padre.
El pasaporte del Un, Dos, Tres
Pese a muchos lugares vividos y a los visitados, con la morriña gallega que tira hacia lo suyo, la presentadora apunta a Pantín como el paraíso de su infancia y primera adolescencia: “En aquella aldea gallega mis padres tenían una casita e íbamos todos los veranos. Allí pasé muchos de los mejores momentos de mi vida y ahí me he comprado un terreno para tener también mi casa. Nunca he visto una playa tan hermosa como la de esa catedral de olas donde se celebra uno de los campeonatos de surf más antiguos del mundo, el Pantín Classic, también femenino”.
Con tanto brillo en la mirada como la estela plateada de los atardeceres gallegos, Paula recuerda risas con sus amigas mientras comían pipas y disfrutaban de la belleza del mar “y de los surfistas”. También la ingenuidad de la niñez cuando accidentalmente su hermano jugando a la billarda le hizo tal brecha que gritó: ¡Mamá, si tienen que ponerla un ojo, le doy uno de los míos! La pequeña Paula apenas lloró, pero se quedó muy decepcionada porque en vez de trasplantarle uno de los iris azules de su hermano que tanto le gustaban, se fue a casa con una brecha y siete puntos.
Después de once años, la reconversión industrial hizo que de aquellas vivencias de magia gallega solo quedaran recuerdos, fotografías, las abuelas y los meses de verano. Su padre, astillero, se quedó sin empleo y toda la familia se trasladó a la localidad barcelonesa de Hospitalet de Llobregat. En plena pubertad, lejos del singular apareamiento de la brisa cantábrica con la atlántica, de los abrazos vecinos y de las amistades de toda la vida, la hija de los Vázquez, “alta, miope y larguirucha”, se sintió “un patito feo” y fuera de su hábitat.
Su madre la apuntó a una agencia de modelos. La espontaneidad y el carisma de la adolescente gallega, y el esfuerzo de su padre cuadrando turnos de trabajo como transportista y vigilante para llevarla a castings, la convirtieron enseguida en rostro habitual de anuncios publicitarios. Con dieciocho años, el ojo certero y el olfato para descubrir talento de Chicho Ibáñez Serrador la eligieron, entre decenas de aspirantes, para ser azafata de la novena temporada de Un, dos, tres, responda otra vez, el primer formato español exportado masivamente y más visto en Europa. Paula comenzaba a caminar por el firmamento de las seiscientas veinticinco líneas compartiendo programa con la presentadora que le hizo soñar desde la vieja peluquería de su madre: Mayra Gómez Kemp.
De estrella de la televisión a la trinchera de las redes sociales
Si el futuro tiene muchos nombres, para la gallega siempre fue sinónimo de oportunidad. Desde muy cría supo que el que todo lo juzga fácil, encuentra dificultades. Por eso, se preparó mucho y decidió que su máxima a seguir fuera que sus abuelas “estuvieran orgullosas” de ella. Lo estuvieron cuando con solo veinte años ya fue pregonera de su pueblo, pero también cuando finalizó el concurso de TVE y llegaron a cortarle “la luz y el agua”. As súas avoas acudieron al rescate y, con esfuerzo, le ingresaron cinco mil pesetas al mes para que pudiera sobrevivir en Madrid: “Tenía ofertas, pero no las aceptaba. No entiendo el entretenimiento como un lugar donde humillar o utilizar para tú quedar bien. Yo siempre he querido que sea un lugar que sirva de trampolín”. Tampoco vio ningún tipo de impulso en aceptar formatos de crónica rosa: “Da la sensación de que la vida personal se convierte en un cómic y eso me hiere incluso como espectadora. Cuando Mayra Gómez Kemp presentaba el Un, dos, tres nadie sabía si estaba casada o soltera, si tenía o no hijos. Sin embargo, ahora conocemos la vida privada de todas las presentadoras y no debería ser así”.
Valorando la honradez de las manos curtidas de su familia, seleccionó lo que le ofrecían para no traicionar a sus apellidos. Valorándose a sí misma, valoró su trabajo. Dio algún paso hacia atrás y tomó impulso: llegaron series como Canguros, programas como La parodia nacional, el éxito arrollador de El juego del euromillón, galas y más galas, Inocente, inocente, Mira tú por donde, El gran test, La isla de los famosos, Aventura en África, Fama, Pekín Express, El puente, más concursos y alguna incursión en cine. También un reality norteamericano producido por Sylvester Stallone, Ultimate Beastmaster, que convirtió a la gallega en la primera mujer presentadora de Netflix. Por si fuera poco, en más de una Nochevieja se ha tomado las uvas con nosotros dándonos las Campanadas mientras tiraba a la papelera algún que otro guion de cine “porque solo querían que enseñara las tetas”.
Con un ejemplar en el bolso de La mujer temblorosa de Siri Hustvedt, Paula habla sobre la ansiedad que ha padecido cuando dejó de ponerse delante de las cámaras y se enfrentó a su propia vida: “Muchas cosas personales estaban aparcadas por no salir de la burbuja televisiva desde que era una cría. Pero después de pasar por un momento personal difícil, salí fortalecida. Ahora relativizo todo mucho más y mi vida ya no gira alrededor de mi trabajo, sino de mí y de los míos. Curiosamente eso me hace mucho más estable en mi trabajo”.
Su colaboración con varias fundaciones humanitarias le llevó a la India. Durante ese viaje leyó Rebeldes, ni putas ni sumisas de la escritora catalana Gemma Lienas “que para mí fue un despertar al feminismo. También la filmografía de Martin Provost que habla de mujeres que la Historia no ha tratado como debería. Pero cada vez nos están haciendo la piel más dura y más unidas estamos. El juego de la derecha extrema y la no tan extrema en España fue intentar decir que las mujeres no nos respaldamos y no nos ayudamos. Quienes hemos trabajado toda la vida con compañeras sabemos perfectamente que no es así: las mujeres nos apoyamos y seguiremos haciéndolo pese a quien pese”.
Entre visita y visita al hospital y mantener erguido anímicamente a su padre, la presentadora se relaja viendo un nuevo capítulo de This Is Us, su serie favorita que le ha enganchado “mogollón y no solo por el actor protagonista, que también, sino porque los problemas se hablan, se mastican. Si algo hemos aprendido durante este tiempo de pandemia, es lo egoístas y lo ignorantes que somos. También que en las distancias cortas nos seguimos cuidando y que la sanidad que creíamos era universal y de la que tanto presumíamos no era tal, queda mucho por hacer. Al final, si algo nos ha demostrado el Covid-19 es que lo único permanente en la vida es el cambio”.
Ella también lo demuestra. Paula Vázquez Picallo, la neniña que hacía entrevistas frente a un espejo con un cepillo de peinar, que pasó de crisálida a mariposa y deslumbró con su sonrisa y buen hacer, ha ido cambiando para que “no se relegue a mujeres con talento al papel de tías buenas”. Mientras sigue escalando la montaña de la esperanza, como lo hizo su abuela Josefa, recuerda a su padre que, si los ferrolanos no permitieron que batallones de ingleses y de franceses les conquistaran, él, con ciencia, fuerza y coraje, logrará que el santo despierte y vuelva a obrar, seguro, o milagre.