Tiene una conexión con Sherlock Holmes y la usan los economistas en sus análisis. También se utiliza en Biología, en Física o en Lingüística. La navaja de Ockham o principio de economía, entendida como ahorro de procesos o energía, es un principio vigente —aunque con limitaciones— desde que un monje franciscano inglés, que también hacía las veces de filósofo, reflexionó que “en igualdad de condiciones, la solución más sencilla suele ser, también, la más probable”. En conversación con este medio, el profesor de filosofía Carlos Javier González Serrano lo explica así: “Lo que dice la navaja de Ockham es que hay que desprenderse de todo lo superfluo y quedarse con lo más sencillo a la hora de resolver un problema”. Esa solución más sencilla será la que ofrecerá, según el monje, más garantías para resolver una encrucijada. A Ockham se le atribuye esta frase: “Los entes no deben multiplicarse sin necesidad”. Pero, ¿cómo se contrapone esto al pensamiento platónico? ¿Cuáles son sus aplicaciones concretas y, sobre todo, qué dicen de ello los filósofos críticos?
Empecemos por el principio. ¿Qué tiene que ver el personaje de Sherlock Holmes con la navaja de Ockham? Si hay algo, además de aquello de “Elemental, querido Watson”, que recordamos del detective más famoso de la literatura es su infalible máxima para resolver los casos más enrevesados: “Si eliminas lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, ha de ser la verdad”. El aforismo guarda una estrecha relación con eso de eliminar toda la paja en la resolución de problemas que promueve la navaja de Ockham, también conocida como el principio de la Parsimonia. De alguna forma, Holmes aplica en sus investigaciones un principio de economía que le evita todas las soluciones peregrinas a los problemas que tiene que resolver y lo conduce, directamente, a las soluciones plausibles. Esa es, de hecho, una de las aplicaciones de la navaja de Ockham en el método científico. Si bien no se puede entender como un principio irrefutable, es útil en el inicio de las investigaciones, ya que permite apostar por las soluciones a priori prometedoras, esquivando los caminos equívocos.
Pero hay que tener en cuenta que el escolástico Guillermo de Ockham, quien se considera el máximo exponente del nominalismo (doctrina filosófica que defiende que solo existen las cosas particulares con cualidades individuales, en contraposición a los conceptos generales o universales), no rechazaba las soluciones complejas en todos los casos. Lo que decía, apunta González Serrano, es que “ante dos soluciones en igualdad de condiciones, hay que escoger la simple”. En otras palabras, si la solución compleja presenta más garantías o pruebas que la simple, en ese caso sería recomendable, a pesar de la navaja de Ockham, escoger la compleja. En el ámbito económico, se utiliza, sobre todo, en microeconomía para analizar el comportamiento del consumidor. En estadística, por poner otro ejemplo, se observa otra aplicación común del principio de Parsimonia. A la hora de escoger las variables necesarias para realizar cálculos estadísticos, es imprescindible seleccionar las justas y necesarias, la combinación más simple de todas ellas —y no la más compleja y abundante—, con tal de no perder precisión. Una anécdota del astrónomo, matemático y físico francés Pierre Simon-Laplace puede ayudar a comprender algo más el asunto. Cuando le presentó a Napoleón el primer diseño mecanicista del universo, es decir, el primero que lo explica todo por la interacción de los átomos, Bonaparte le pregunta: “Habéis escrito un tratado sobre el Universo sin haber mencionado ni una vez a su Creador”. A lo que Laplace, en un perfecto uso de la navaja de Ockham, le responde: “No he necesitado esa hipótesis”.
Las anti-navajas y las barbas de Platón
“El monje Guillermo de Ockham, a diferencia de Platón, pensaba que no es necesaria tanta elucubración metafísica, tanto ascenso al mundo de las ideas, y que había que fijarse más en lo material, centrándose en explicaciones que son eficaces en el mundo real”, explica González Serrano. “Por eso se dice que le cortó las barbas a Platón”, continúa, “porque, de algún modo, le cortó las alas… aunque a ambos filósofos los separan casi quince siglos”, ríe. El propio nombre del axioma, acuñado en el siglo XVI, hace referencia a la relación entre ambos pensadores. La simplicidad de la máxima de Ockham “afeitaba como una navaja” las barbas complejas de Platón, quien tenía en cuenta, en su pensamiento, multitud de factores —o entidades— físicos, del terreno de las ideas y, también, matemáticos. Así las cosas, tal y como contaron filósofos posteriores a ambos, la simpleza de Guillermo de Ockham llegó para ejercer de contrapunto a la complejidad platónica.
“La mayor parte de las críticas a la filosofía de Ockham”, apunta el profesor, “llegan, precisamente, por pecar de sencilla, por ser insuficiente”. Ese 'sencillismo' podría excluir, en muchas ocasiones, por ejemplo, aspectos éticos o morales por no hallarse entre las soluciones más sencillas a un problema. Existen muchos pensadores que se postularon en contra de esa simpleza, si bien es cierto que las teorías anti-navaja más conocidas son las de los filósofos Gottfried Leibniz y las de un contemporáneo del propio Ockham, Walter Chatton, que rebatió al monje opinando algo así como que siempre que fuera necesario añadir un detalle o una perspectiva más para lograr que una explicación fuese completa, habría que hacerlo. Tendía, por lo tanto, a la complejidad. Por su parte, Leibniz contrapone el principio de Plenitud a la navaja de Ockham. Según el alemán, en el universo “ocurrirá todo lo que sea posible que ocurra”, por lo que las posibilidades para encontrar una explicación a un enigma o un problema serían infinitas, muy al contrario de lo que propone la sencillez de la navaja de Ockham.