@Retiario estudió biología pero siempre quiso aprender y contar historias reales. En tiempos remotos fue paleontólogo, pero desde hace décadas es periodista y profesor de periodismo. Cree en la ciencia, la tecnología y el poder de la humanidad para cambiar las cosas para bien, si se aplica. Pasa la mayor parte de su tiempo en Internet y es un firme defensor de la pluma (y la red) frente a la espada.
La mente manda sobre la lorza (al menos en parte)
Pronto empezaremos a pensar en la Operación Bikini, y muchos y muchas de nosotros intentaremos con mayor o menor éxito deshacernos de algún kilillo antes de que llegue la época de ponernos en bañador para ir a la playa o la piscina.
Hay muchas variantes de dietas que aseguran que nos ayudarán a perder peso, aunque la experiencia nos dice que las raras veces que funcionan y de verdad reducimos algún kilo no tardamos en recuperarlo.
Y la culpa puede tenerla nuestro cerebro, en concreto una retorcida forma de efecto placeboefecto placebo: hay indicios de que buena parte de nuestra relación con la comida tiene que ver con lo que pasa no en nuestro aparato digestivo, sino en nuestra mente, y de que las dietas pueden funcionar (o no) según lo que creemos comer.
En un estudio llevado a cabo hace unos años en Stanford dos grupos de personas recibieron batidos de dos tipos, unos de 620 calorías y otros de 140 calorías, adecuadamente etiquetados (con términos como ‘capricho’ para los más calóricos y ‘de dieta’ para los menos).
Tras tomarlos se analizó la química sanguínea de ambos grupos, detectándose que el grupo del batido ‘alto’ en calorías mostraba niveles más reducidos de hormonas del hambre que el otro. Hasta aquí todo normal. Pero el estudio tenía truco: los batidos eran idénticos.
El simple hecho de pensar que uno tenía más calorías hacía que el cuerpo se comportara como si de verdad las tuviese: el metabolismo reacciona a lo que el cerebro piensa que estamos comiendo, no a lo que de verdad comemos.
Un estudio posterior en Purdue usó comidas especiales, sólidos que se convertían en líquidos en el estómago y líquidos que solidificaban para modificar su digestibilidad. Los efectos según los sujetos experimentales encajaban con el correspondiente modo de actuación; las comidas que se hacían líquidas dejaban a los sujetos insatisfechos y pronto hambrientos, y las que solidificaban los dejaban satisfechos. Pero una vez mas todo era falso: las comidas eran iguales. De nuevo las creenias de la mente determinaban la reacción corporal.
Es posible entonces que esa idea de que las cosas que nos gustan y nos satisfacen nos engordan más tenga su parte de razón. Y también que las dietas, que creemos que nos sirven para adelgazar, funcionen porque así lo creemos, y precisamente por eso dejen de funcionar; porque a la larga el placebo pierde su efectividad. La mente manda sobre la lorza, al menos en parte, para bien y para mal.
Pronto empezaremos a pensar en la Operación Bikini, y muchos y muchas de nosotros intentaremos con mayor o menor éxito deshacernos de algún kilillo antes de que llegue la época de ponernos en bañador para ir a la playa o la piscina.
Hay muchas variantes de dietas que aseguran que nos ayudarán a perder peso, aunque la experiencia nos dice que las raras veces que funcionan y de verdad reducimos algún kilo no tardamos en recuperarlo.