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De Arcadi Espada, Rosa Regás, el aborto, los adolescentes y la empatía

En las últimas semanas, ha habido bastante revuelo a cuenta de un artículo (por llamarlo de algún modo) de Arcadi Espada titulado “Un crimen contra la humanidad”. Uno de sus párrafos estrella es el siguiente:

Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo haber evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no solo de que el enfermo lo denuncie por su crimen, sino de que sea la propia sociedad, que habrá de sufragar el coste de los tratamientos, la que lo haga. Este tipo de gente averiada alza la voz histérica cada vez que se plantea la posibilidad de diseñar hijos más inteligentes, más sanos y mejores. Por el contrario ellos tratan impunemente de imponernos su particular diseño eugenésico: hijos tontos, enfermos y peores.

Las reacciones han sido múltiples, y muchas lo han relacionado con otro artículo, más antiguo pero también polémico, de Rosa Regás, titulado “Siniestra ley del aborto”. El párrafo concreto que compite con el de Espada dice así:

Y que sea el señor Ruiz Gallardón el que tenga que decidir si una mujer ha de dar a luz un monstruo todavía me parece más aberrante sobre todo por ser ministro de un gobierno que nos está dejando sin ayudas para casos graves de atención en el hogar, que suprime instituciones que podrían paliar la tragedia de un hogar con un hijo en esas condiciones. Porque al parecer esas consideraciones no afectan a la moral social por lo menos no tanto como la osadía de las mujeres españolas --las europeas ya tienen ese problema solucionado-- de no querer dar vida a quien no podrá disfrutarla.

Los dos artículos curiosamente en El Mundo. No dirán que no tiene el periódico buen ojo para elegir colaboradores que aumenten las visitas.

Mi osada intención es analizar un poco todo el jaleo, intentando separar en la medida de mis habilidades el polvo de la paja, así como proponer una explicación sencilla respecto de a qué pueden deberse estas declaraciones absurdas, dañinas y altisonantes.

Creo que lo primero que hay que puntualizar es que me importa un comino de dónde vengan los argumentos. Lo que me importa es que tengan sentido, o que no lo tengan; que describan correctamente la realidad o que yerren el disparo; y sobre todo, que conduzcan al bienestar de los humanos o su sufrimiento.

El argumento ad hominem (dice eso porque es fascista, dice eso porque es feminista radical) es un atajo muy útil para “ganar” la discusión, pero también es un camino muy malo para llegar al entendimiento de los temas tratados. El argumento ad grupum, que me acabo de inventar y que viene a decir que, si mi opinión coincide, en un punto, el que sea, con la de Rouco Varela, ha de ser porque soy un católico radical... pues tampoco. La tercera derivada, el argumento ad Birmanium (los enemigos de mis enemigos son mis amigos), pues hombre, para la guerra, la política o la mafia, puede servir... Para entender el mundo, los tres argumentos son, demasiadas veces, mentira y, casi siempre, irrelevantes.

Así que, que en Libertad Digital se hable mucho del tema, que ciertos grupos cristianos soliciten al Director de El Mundo prescinda de Regás, que Andrés Aberasturi llame “nazi” a Regás (en un artículo, al margen de este punto, bastante recomendable), que los medios católicos citen al agnóstico Aberasturi, que los grupos de retrones, como el FVID o COCEMFE, critiquen duramente a Espada, que se ataque desde blogs liberales a artículos de la Gaceta (con divertidos insultos y todo), que un grupo de abogados cristianos se proponga denunciar conjuntamente a Espada, como a Regás, como al Portavoz del PSOE de Valladolid (por escribir en twitter “El pp recorta miles de millones en dependencia y nos obliga a tener hijos deformes”), que Regás sea muy republicana y que esté a favor de la libertad de la mujer, que Espada esté en contra del nacionalismo catalán, todo esto es muy interesante y tiene muy poco que ver con el sentido, la precisión y los efectos de sus declaraciones.

En los temas complejos, como la economía, el aborto, o el sentido de la vida, las opiniones de ateos y católicos, de liberales y comunistas, de toreros y de republicanos, de retrones y de atletas, de lesbianas y de señores heterosexuales con bigote, a veces coinciden en muchos puntos, a veces en unos pocos, y a veces en ninguno. Así que mejor hablemos de los argumentos, sin hacer mucho caso a los grupos a los que pertenecen los individuos que los defienden.

No obstante, y como no espero haber convencido a todos los lectores de que no piensen en estas cosas, me permito avisar, por si acaso, de que yo soy ateo y de que mi opinión sobre el aborto en el caso de malformación es la siguiente (extraído de este otro artículo en el que detallo mis motivos con mayor extensión):

Un modelo preliminar, lógico, sencillo y seguramente ético del aborto sería aquel que permitiese el aborto libre, sin preguntas, y por tanto independiente del motivo, hasta la semana 22, excepto en el caso de que corra riesgo la salud o la vida de la madre, en cuyo caso sería legal abortar en cualquier semana.

No tengo los conocimientos para afirmar que 22 semanas es un plazo mejor que 14, pero, si es un plazo bueno para el supuesto de malformación, no veo por qué no lo va a ser para los demás. No me meto tampoco en otros temas complejos, como el aborto en menores de edad, o los derechos y obligaciones del padre. No obstante, y a pesar de estas omisiones, creo que lo que planteo es un buen punto de partida. Creo que un modelo como éste compagina la libertad de la mujer, así como el hecho de que es la mejor conocedora de su situación, quien sufre en su propio cuerpo y en su propia psicología las consecuencias de cualquier decisión (el padre también, pero la mujer en muy mayor medida), con no asumir hipótesis falsas sobre discapacidad. Todo de una manera sencilla y sujeto a pocas interpretaciones polémicas.

Lo siguiente que debemos decir es que, aunque coincidan en el insulto inicial, las posturas de Espada y Regás no coinciden en muchos puntos más. Por ello, me voy a referir a ellas individualmente.

En el caso de Espada, el exabrupto inicial ha sido posteriormente muy matizado en una serie de interesantísimos emails con Antonio Centeno, que los lectores pueden leer en el blog de Espada, y por orden cronológico, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.

De estos intercambios, aprendemos (si es que no lo sabíamos ya) que las ideas de Espada son complejas y reflexionadas. También percibimos en las respuestas de Espada a Centeno una cierta sorpresa a que su texto haya ofendido; una sorpresa que sorprende. No queda claro si Espada pretendía que leyésemos entre líneas (300 líneas que no estaban entre 40 que sí estaban), o si escribe sólo para personas que ya conocen todos los matices de su posición personal sobre el tema. En el primero de los casos, parece inocente que una persona inteligente piense que eso es posible (la información sencillamente no está ahí). En el segundo, uno se preguntaría si la audiencia a la que va dirigida el primer texto no es demasiado pequeña y especializada como para que el mismo aparezca en un periódico como El Mundo. Aprendemos de los intercambios que, a pesar de haber escrito “hijos tontos, enfermos y peores”, Espada se refería a los no nacidos. Curioso que un hombre de palabras tan precisas use “hijos” para hablar de los no nacidos. También nos explica que, cuando dijo “Este tipo de gente averiada”, se refería a “moralmente averiada”. Comprenderá Espada que, hablando de retrones y de malformaciones congénitas, el adverbio no se intuya automáticamente.

Pero bueno, independientemente de lo que las palabras de Espada sugieran y de la posibilidad de que lo hayamos malinterpretado, lo cierto es que su postura no queda muy clara.

Incluso después de todos los emails que se cruza con Centeno, parece que de hecho piensa que dar a luz a un niño con una “malformación grave” debería considerarse de algún modo un “crimen contra la humanidad”, un crimen que cometen los padres, en particular, la madre. No queda tampoco claro si Espada propone una ley que obligue a abortar en caso de malformación. Desde luego, si no propone semejante cosa, la palabra “crimen” es incoherente. Si propone una ley así, no está justificado que piense que nadie va a ver su propuesta como radical y peligrosa. Es una expectativa muy inocente.

Otro de los razonamientos más o menos inteligibles y al parecer detrás de la posición de Espada, es el que relaciona la posibilidad del diagnóstico prenatal con el aborto obligatorio que él parece defender. Obviamente, la implantación de lo segundo depende de la posibilidad de lo primero y, en efecto, como escribe Espada:

La formidable novedad del diagnóstico prenatal permite pronosticar en qué condiciones de salud podemos esperar que se desarrolle la vida de un feto.

Estoy totalmente de acuerdo en que el tema es complejo. Por ejemplo, en el caso de mi enfermedad, el asunto está encima de la mesa. La detección de la Atrofia Muscular Espinal in utero no es demasiado complicada, y podría aplicarse a todos los embarazos del mundo. Sin duda, su coste y su dificultad de aplicación seguirán bajando. En el futuro próximo podemos aventurar que este test se llevará a cabo, en efecto, en todos los embarazos. ¿Y qué? ¿De ahí concluimos que hay que obligar a abortar a todas las mujeres cuyo niño venga con Atrofia Muscular Espinal? ¿En base a qué?

Cualquiera que se haya parado a pensar en el tema un momento se da cuenta de que es absolutamente falso que, como escribe Espada “los logros técnicos obligan a decisiones morales”. No señor. Los logros técnicos posibilitan nuevas decisiones morales. Pero, de obligar, nada. De hecho, no hay nada que obligue, así en general, y a escala de la sociedad, a tomar ninguna decisión moral. Las decisiones morales son, como su propio nombre indica, decisiones. Los datos científicos pueden informarlas, los logros técnicos pueden ayudar a implementarlas, pero las decisiones en sí no provienen ni de los unos ni de los otros.

Por otro lado, es obviamente falso pensar que se puede decidir que una persona va a ser “tonta”, “enferma” o “peor” en base a un análisis genético prenatal. Si alguien piensa que la gente con trastornos del espectro autista, por ejemplo, es “tonta”, basta que aprenda algunas cosas sobre Temple Grandin para abandonar semejante prejuicio simplista e infantil. Si alguien piensa que, por ejemplo, una persona con Atrofia Muscular Espinal, como yo, puede ser calificada como “enferma”, también debe volver a pensarlo. Habría que especificar si nos referimos a una dolencia crónica, degenerativa, puntual, infecciosa, recurrente o de qué tipo. Los modos en que unas y otras afectan a la vida son muy distintos. Por ejemplo, es bastante probable que yo vaya menos al médico que Espada, que es del 57 y ya tendrá sus achaques. Así que, ¿en qué sentido estoy “enfermo”?

Pero es que, incluso aunque aceptemos que el niño viene “tonto” y “enfermo” (pongamos, que viene con autismo, o con Atrofia Muscular Espinal), ¿cómo deducimos de ahí que viene “peor”? ¿Qué nos quiere decir Espada con el adjetivo “peor”?

A mí se me ocurren unas cuantas opciones. Analicémoslas a ver cuál es más plausible:

Quizás Espada se refiere a la menos debatible. Quizás quiere decir que es “peor” a nivel genético, así a priori y en general, nacer con deleción homocigota del gen SMN1 (la que causa la Atrofia Muscular Espinal) que sin ella. En este sentido, bastante aséptico, yo sería, por ejemplo, in utero y a priori, “peor” que una hipotética versión de mí mismo sin el defecto genético. Respecto de este gen concreto, sería yo también “peor” que Espada, ya que él va bien servido de este gen (presumo). Respecto de otros genes, el Señor Espada sería seguramente “peor” que yo, ya que es bien sabido que todos los humanos nacemos con unos cuantos defectos genéticos.

Esto es todo muy lógico, pero también es bastante inútil e implausible. Inútil porque los genes no dicen nada si no sabemos cómo producen un fenotipo y cómo afectan a la vida de una persona. Implausible porque, leyendo sus textos, no parece que esta acepción sin consecuencias sea la que Espada está sugiriendo.

Otra opción es que Espada quiera decir que lo que tienen “peor” (o tendrán “peor” a lo largo de su vida) estos fetos que el considera de aborto obligado sean las capacidades físicas, sensoriales y mentales. Si se refiere a “peores” con respecto, de nuevo, a una versión mejorada de las mismas personas (cosa que dudo mucho), no está nada claro que tenga razón. Por ejemplo, está comprobado que las personas con mi enfermedad tienden a ser más inteligentes que la media. La razón es obvia: nos movemos menos, leemos y pensamos más. ¿Sería Stephen Hawking tan buen científico como es si no tuviese ELA? Es difícil de saber, pero lo dudo. ¿Qué es mejor en la vida? ¿Tener un cuerpo atlético o un cerebro potente? Pues... depende. En cualquier caso, como digo, dudo mucho que esto sea lo que tiene en mente Espada.

Es más plausible pensar que Espada está sugiriendo que los fetos de obligado aborto por defectos congénitos (como yo, por ejemplo) tendrán “peores” capacidades físicas, sensoriales y mentales a lo largo de su vida que un tipo “normal”, pongamos, uno con una buena melena y prosa incisiva, como el propio Espada. Esta interpretación tiene la virtud de ser la que, probablemente, le ronda por la mente; pero tiene el defecto de ser, lamentablemente, falsa. ¿En qué tipo de capacidades es “mejor” cualquier tipo sin ningún “defecto congenito” como Espada si lo ponemos a competir con Temple Grandin, con Stephen Hawking, o conmigo? ¿En algunas? ¿En unas pocas? ¿En cuáles? ¿En las importantes o en las poco importantes? Etcétera.

Un último significado que podríamos atribuir al adjetivo “peor” (el cual también dudo que pasase por la mente de Espada) se refiere a otra escala diferente mediante la cual podamos describir a los humanos como “mejores” o “peores” según cuánto bien hace cada uno a sus congéneres, según cuánto mejora o empeora el mundo que lo vio nacer. Por ejemplo, según esta escala alternativa, Mandela sería “mejor” que Sadam Hussein. A mí no me parece excesivamente útil calificar personas en estos términos (para hacer el bien, hay que tener medios y oportunidades que no todo el mundo tiene), pero, si tuviese que elegir, éste sería quizás mi significado preferido.

Si usamos esta acepción de “peor”, no está claro si Espada sale bien parado. Basta recordar que alberga esa creencia que está detras de todos los crímenes contra la humanidad (los de verdad, no los que él se acaba de inventar): La creencia de que la sociedad se divide en “mejores” y “peores” según las características genéticas, físicas o mentales de las personas, e independientemente de sus actos. Según esta acepción, Espada sería bastante “peor” que el “enfermo” Stephen Hawking con su ELA y sus importantes avances en el entendimiento de los orígenes del universo...

Pero bueno, tampoco es para sentirse mal. Según esta acepción, la mayor parte de la humanidad somos “peores” que Hawking.

En definitiva, es obvio que resulta imposible saber in utero, mediante un análisis prenatal, si un niño va a ser “mejor” o “peor” que nadie (incluso asumiendo que estos dos adjetivos puedan ser definidos de algún modo coherente). Es obvio que la única posibilidad de valorar una vida, si es que hay alguna, pasa por contemplarla una vez que ya se ha vivido. Intentar hacer esta valoración en el vientre de la madre es tan claramente erróneo que uno se pregunta cómo una persona inteligente y culta como Arcadi Espada puede cometer semejante error infantil.

Mi hipótesis aquí y hoy es que a Arcadi Espada (y a Rosa Regás también) les falta empatía.

El mismo análisis cuidadoso de los argumentos se podría hacer con el artículo de Regás en el que llama “monstruos” a los niños que nacen con alguna malformación.

Por ejemplo, podríamos destacar que, un poco después de usar este bonito adjetivo, Regás nos comenta que la ciencia tiene algo que decir respecto de “cuando comienza a existir un ser humano”.

Sí, y también estudiamos en el CSIC si los chistes de Faemino y Cansado son “chanantes” o “churretosos”. De hecho, andamos buscando el punto en el que “el humor comienza a existir”. Hay gente que piensa que es cuando se apagan las luces del teatro, y hay otros (los más progres) que defienden que, hasta que Faemino no se pone la copa de coñac, el humor propiamente dicho aún no existe. Por suerte, la biología molecular tiene mucho que decir al respecto, y estamos en ello. Regás, como Espada, aún no ha entendido que la moralidad no proviene de la ciencia. Nivelazo total.

Esta aproximación cuidadosa a la hermenéutica chanante parte de una hipótesis de trabajo que en el fondo es falsa. Al analizar con infinito cuidado las frases de alguien, uno está asumiendo implícitamente que dichas declaraciones tienen algo de valor intelectual. Que han sido pronunciadas desde la cultura, la reflexión, la mesura y el conocimiento detallado del tema que se discute. Uno está aceptando, a través del trabajo y el esfuerzo que supone el análisis, que esa persona que escribe es una buena conocedora del asunto, y que tiene algo que enseñarnos.

Esta hipótesis puede parecer basada en el hecho de que estas personas son adjetivadas con respeto (“periodista”, “escritor”, “ensayista”) escriben en periódicos, salen por la tele, y ganan premios. Pero claro, cualquiera que piense cinco minutos en el tema se da cuenta de que esto es muy inocente. De que todos esos datos no son prueba de nada. Existen innumerables ejemplos de personas que cumplen todos esos requisitos y tienen la profundidad intelectual de un charco de agua.

Otro punto que nos puede hacer pensar que hay algún tipo de verdad que extraer de sus textos es que se expresan bien. De nuevo, un dato que no prueba nada. Yo nací en Argentina, y allí todo el mundo habla con subordinadas y latinajos. Pero creedme, el porcentaje de idiotas es muy parecido allí que en cualquier otro país del mundo. Expresarse bien es una habilidad que se puede aprender, cultivar, ejercitar y dominar sin que uno tenga nada inteligente que decir.

Entonces, si escribir en un periódico, dominar la lengua de Cervantes, ganar premios y salir por la tele no son los signos que nos indican cuándo una persona tiene algo útil y más o menos cierto que decir, ¿qué signos debemos buscar?

Bueno, una de las cosas que podemos hacer es olvidarnos de los signos. Aproximarnos a todos los textos con la mayor imparcialidad posible, como si no supiésemos quién es el autor, y aplicarle todos los rigores del pensamiento crítico. Sin dejarnos influir por dónde está publicado, por florituras verbales, o porque el autor sea experto en otros temas quizás no muy relacionados con el que nos ocupa, preguntarnos sincera e insistentemente “¿esto que leo tiene sentido?”. El pensamiento crítico es una de las fuentes más fiables de la verdad y, por supuesto, os animo a que hagáis eso con todos los textos firmados por mí que leáis. Si descubrís que lo que digo no tiene sentido, me lo argumentáis y vemos entre todos si he patinado o no. No sólo estoy abierto a ese proceso, sino que además me gusta.

Esto es muy potente, pero tiene dos problemas:

  • Hay demasiada información en el ambiente, y a veces no podemos invertir tanto tiempo en juzgar si lo que estamos leyendo tiene sentido o no.
  • Aunque estemos dispuestos a hacerlo y tengamos el tiempo suficiente, igual nos podemos equivocar. Hay gente que es muy buena haciendo juegos de manos verbales y nos pueden engañar durante bastante tiempo.

Por eso, si pudiésemos encontrar algunos signos fiables que nos ayuden a decidir rápidamente si hay algo útil y cierto que aprender de un texto determinado, nos vendrían muy bien.

A mí se me ocurren dos:

El primero: que el autor admita habitualmente haberse equivocado y que se retracte sin ningún tipo de resistencia cuando esto ocurre. Todo el mundo se equivoca todo el tiempo, así que, si alguien nos vende que lleva pensando lo mismo desde los 13 años porque ese algo es “la verdad”, tenemos todos los motivos del mundo para no creer ni una sola palabra que diga.

El segundo, y el que ha motivado este artículo: que el autor demuestre empatía.

Según la RAE:

empatía.

1. f. Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro.

Obviamente, dado que el mundo está formado por millones de individuos cuyas circunstancias personales son distintas de las nuestras, si alguien va a hablar de los demás, y de leyes y medidas que los afectan, más vale que sea capaz de experimentar este humano sentimiento. Si no, propondrá y defenderá iniciativas que pueden ocasionar sufrimiento a sus congéneres.

En realidad, estamos hablando de dos requisitos interrelacionados: el haber vivido la circunstancia de la que se habla (o tener una gran cantidad de datos y testimonios sobre la misma) y que esto despierte la empatía. Si uno no cumple todo esto, lo mejor es no hablar del tema. Lo mejor es decir “no sé” e inhibirse. Lo contrario casi siempre acaba en la producción de falsedades, de tonterías, y en la defensa de medidas dañinas y absurdas.

Un ejemplo muy llamativo lo tenemos en Ayn Rand, una de las ideólogas de cabecera de la nueva derecha americana y europea (el jefe de la Reserva Federal, la propia Esperanza Aguirre, Sarah Palin y todo el resto del Tea Party), quien veneraba, alababa y basó algunas de sus obras en un psicópata llamado William Edward Hickman que descuartizó a una niña de 12 años.

La falta de empatía se encuentra claramente en la base de la psicopatía y la sociopatía, cuya única diferencia es de escala y de cercanía con la víctima. El psicópata es impermeable a los sentimientos de quien tiene delante, y el sociópata lo es a los de toda la humanidad (quizás exceptuando a quien tiene delante). Así, tenemos a madres de familia encantadoras con los suyos, como supongo que es la Ministra de Sanidad, que, en el trabajo, colaboran con la destrucción de la dignidad y el bienestar de millones de sus conciudadanos, sembrando el sufrimiento humano con la misma naturalidad que arropa a sus niños cariñosamente en sus camitas.

En general, la falta de empatía es probablemente la mayor causa de sufrimiento en este mundo. Está detrás del racismo, de las guerras religiosas, de la tortura, del maltrato a los familiares, de la esclavitud o del linchamiento a adolescentes homosexuales, como ilustra brutal y alegóricamente este video recientemente censurado en Francia.

Como todos lo que hemos ido al colegio y al instituto bien sabemos, la falta de empatía es de hecho típica de la adolescencia, donde el desconocimiento de las circunstancias que afectan a los demás, la insensibilidad a sus sentimientos, las palmaditas en la espalda de nuestro reducido grupo de “amigos” tan carentes de empatía como nosotros, llevan a muchos a torturar durante años a otros humanos sin el más mínimo sentimiento de culpa.

No estoy diciendo, por supuesto, que Espada o Regás sean psicópatas, sociópatas o adolescentes (aunque la explicación de Regás de su uso del término “monstruo” parece de hecho provenir de un trauma blandito de quinceañera), y no lo estoy diciendo porque no lo pienso. Creo que los dos son personas pacíficas, bienintencionadas y en general adultas en la mayor parte de sus planteamientos.

Lo que sí estoy diciendo es que su falta de empatía con los retrones es palmaria. Su falta de empatía no proviene, claro está, de que tengan una incapacidad estructural para sentirla (como sería el caso de un psicópata, de un sociópata o de un adolescente arropado por su grupo). No. Su falta de empatía proviene de que no tienen ninguna experiencia sobre el tema.

¿Que cómo lo sé? Pues muy fácil.

Por un lado, y como ya he dicho, Regás nos lo revela ella misma en su artículo “Talidomida”. Según nos cuenta, cuando era joven y estaba embarazada, leyó en una revista que un cierto medicamento que se daba a las embarazadas “como tranquilizante y para calmar los vómitos” podía conducir al “nacimiento de niños afectados por una anomalía congénita que consistía en la falta de las extremidades, es decir, con las manos surgiendo directamente de los hombros, sin brazos ni antebrazos”. O sea, como mi socio. Esto le produjo un miedo horrible que luego se le pasó cuando el niño nació “normal”. Al ver que tenía dos brazos, se puso muy contenta, pero el trauma le quedó.

En resumen, que su experiencia con las malformaciones y con la vida que uno puede llevar si le toca una proviene de lo que se imaginó cuando era joven sobre algo que leyó en una revista y que nunca le ocurrió. Vamos, lo que se dice un testimonio de primera mano.

Espada no es tan explícito, pero sí que pone como ejemplo su miopía de 31 dioptrías. Sospecho que, si no usó un ejemplo más potente y obvio, es porque no lo tiene.

Pero es que, además, podemos leer el desconocimiento que tienen estos dos de lo que es llevar una vida retrona de muchas de las frases que escriben. Valgan de ejemplo las siguientes:

Espada:

Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo haber evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no solo de que el enfermo lo denuncie por su crimen...el enfermo lo denuncie

Seguir adelante con un feto del que se conoce su imposibilidad de una vida autónoma me parece una indignidad.indignidad

... no tienen ninguna dificultad en aceptar el diseño genético por defecto, aunque este implique, y perdóneme, y nunca mejor dicho, defectos dramáticos.dramáticos

Regás:

... la tragedia de un hogar con un hijo en esas condiciones.tragedia

... la osadía de las mujeres españolas --las europeas ya tienen ese problema solucionado-- de no querer dar vida a quien no podrá disfrutarla.no podrá disfrutarla

... les niega el derecho al aborto incluso en esas terribles condiciones.terribles

Mi hijo David era una preciosidad, con unos ojos azules que todavía hoy me enternecen cuando los miro y un cuerpo de 4 kilos 250 gr que hizo las delicias de las enfermeras y de toda la familia. Su presencia logró trasmutar la memoria de aquel parto que había temido como el mayor de los peligros que se cernía sobre mi vida, pero me ha dejado incólume la conciencia del dolor de tantas mujeres que no tuvieron la suerte que a mí me otorgó el azar en un asunto que los franceses resolvieron hace tanto tiempo...una preciosidadel mayor de los peligrosdolor

Pues no. Ni los discapacitados piensan en denunciar a sus padres, ni su vida es indigna, ni traumática. Un hogar no es una tragedia si hay un niño discapacitado en él, es bien posible (y hasta habitual) disfrutar de la vida con una malformación a cuestas, desde luego que no es “el mayor de los peligros” tener un hijo con un defecto congénito, y por supuesto que estos niños también son “una preciosidad” (a menos que uno tengo el sentido estético de un pre-púber).

Cualquiera que haya experimentado la discapacidad en su vida lo sabe.

Arcadi Espada y Rosa Regás obviamente hablan desde la inexperiencia. Una inexperiencia que les hace escribir falsedades y les imposibilita la empatía. Por eso lo que dicen suena a insulto.

Esto no sería grave en la barra de un bar. Pero hablar de lo que uno no comprende desde un medio de comunicación como El Mundo es un poco más peliagudo. Las normas, las leyes y el sentir general que se pueden derivar de sus mal informadas posiciones pueden muy bien hacer sufrir a mucha gente. Basta imaginar que un ministro impresionable lea las opiniones de Espada, se sienta tan conmovido como Regás al leer sobre los “monstruos”, y decida la chorrada destructiva de promover una ley que obligue a abortar a las mujeres cuando el diagnóstico prenatal indique un defecto congénito.

Cuando uno no tiene ni los datos, ni la experiencia, ni la empatía que de ellos se deriva, lo más sensato es callarse.

En las últimas semanas, ha habido bastante revuelo a cuenta de un artículo (por llamarlo de algún modo) de Arcadi Espada titulado “Un crimen contra la humanidad”. Uno de sus párrafos estrella es el siguiente:

Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo haber evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no solo de que el enfermo lo denuncie por su crimen, sino de que sea la propia sociedad, que habrá de sufragar el coste de los tratamientos, la que lo haga. Este tipo de gente averiada alza la voz histérica cada vez que se plantea la posibilidad de diseñar hijos más inteligentes, más sanos y mejores. Por el contrario ellos tratan impunemente de imponernos su particular diseño eugenésico: hijos tontos, enfermos y peores.