Leo con cierto estupor una noticia en The Guardian en la que el instituto de cine británico de cine, BFI, se niega a producir o financiar películas donde los villanos tengan cicatrices en la cara porque consideran que contribuye a estigmatizar a las personas que las tienen.
Desde mi punto de vista esto es un tremendo error, porque hay otras muchísimas maneras de eliminar la estigmatización, por ejemplo, con la normalización. ¿Que los malos tienen cicatrices en la cara? Pues pongámosles cicatrices también a los buenos… ¿Por qué no?
Las cicatrices se entienden como una mala experiencia en la vida y es muy común que los malos sean representados así, pero eso no quiere decir que todos los que tengan cicatrices lo sean.
De un tiempo a esta parte se tiende a eliminar cualquier rastro de incorrección política, no vaya a ser que ofenda a alguien. Estamos entrando en derivas peligrosas en las que no se nos permite explorar los límites, no se nos permite debatir o cuestionar nada. Todo ha de ser eliminado porque ofende a alguien. Necesitamos películas que nos hagan pensar, que nos hagan replantearnos las cosas y, sobre todo, no eliminar los debates de la esfera pública.
Considero necesario que haya malos con cicatrices, pero también buenos con ellas, que haya malos feos, protagonistas feos, que haya gordos, bajos, flacos, altos… que se represente todo como los autores lo han imaginado sin la cortapisa de la corrección infantiloide. Nos están censurando al capacidad de decidir qué nos molesta y qué no.
Podemos mirar más allá de las cicatrices y entender que nos intentan llevar por un mundo de perfección sin fallos. Todo lo que se sale de lo políticamente correcto es eliminado.
Por lo que a mí respecta no soy partidario de limpiar o blanquear las cosas para que la gente no se sienta incómoda. Necesitamos esa incomodidad para reflexionar sobre ello. Necesitamos que gente que piensa distinto nosotros se manifieste y nos incomode (siempre respetando las leyes). Es un ejercicio sanísimo para la convivencia, la tolerancia hacia lo que no nos gusta, porque sólo así vamos a poder tener una sociedad flexible y tolerante. Pero está ocurriendo justamente lo contrario. Tanto desde la izquierda con ciertas cuestiones, como desde la derecha, se está entrando en una deriva que nos lleva a la censura de cabeza y todo desde una moral absoluta en pos de la limpieza y esplendor de la sociedad perfecta. Estamos llegando, quizá sin pretenderlo, por un lado y por otro, a algo así como el universo de Un mundo feliz, la novela cada vez más realista, de Aldous Huxley.
Tenemos un problema y es que no soportamos la diferencia y cada vez más intentamos eliminarla, más que integrarla en nuestras vidas. Eso nos va a llevar por caminos cada vez más crudos.
Hoy será una cicatriz, mañana será una forma de los ojos, pasado el pelo… y entonces entre tanta corrección política habremos instaurado la dictadura de lo políticamente correcto.
Leo con cierto estupor una noticia en The Guardian en la que el instituto de cine británico de cine, BFI, se niega a producir o financiar películas donde los villanos tengan cicatrices en la cara porque consideran que contribuye a estigmatizar a las personas que las tienen.
Desde mi punto de vista esto es un tremendo error, porque hay otras muchísimas maneras de eliminar la estigmatización, por ejemplo, con la normalización. ¿Que los malos tienen cicatrices en la cara? Pues pongámosles cicatrices también a los buenos… ¿Por qué no?