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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Si tienes una discapacidad, más vale que cultives tu cerebro

Tyrion Lannister con una prostituta

Pablo Echenique-Robba

Qué queréis que os diga. El enano de Juego de Tronos me encanta.

La serie en sí me gusta mucho, pero el personaje de Tyrion Lannister, encarnado por el enano actor (¿o actor enano? ¿notáis que suena distinto?) Peter Dinklage, es sencillamente maravilloso.

Para los que no conozcáis la serie, está ambientada en un mundo de ficción, marcadamente medieval y con algunos toques de magia, pero no muchos para no agobiar. El argumento principal gira en torno a la lucha de varias familias nobles por el trono de uno de los continentes de dicho mundo. Hay guerras y espadas, castillos imponentes, discursos encendidos de perfecta sintáxis y hechos heróicos en cada capítulo. Hasta aquí todo normal. Lo realmente especial de esta fantasía épica (si la comparamos con otras bien conocidas, como por ejemplo El Señor de los Anillos) es su falta de remilgos a la hora de tratar con ciertos tabúes. Hay mucho sexo, alcoholismo, incesto y ¡hasta hay un retrón en un papel principal!

De hecho, el personaje de Tyrion Lannister, el hijo más joven de una de las familias nobles más poderosas, es una buena muestra del tono general de Juego de Tronos. No sólo es enano, claramente enano, sino que además es cínico, egoísta (spoiler: al menos al principio), no respeta a nadie, dice lo que piensa, y no cesamos de verlo en escenas de cama con sonrientes prostitutas.

Vamos, el colmo de los tabúes.

Por si no tuviesen suficiente con ponernos a un enano todo el rato, con lo intranquilizador que es eso, además nos lo enseñan humillando a bípedos de estatura normal y, algo que casi no puedo escribir porque me bloqueo de sólo recordarlo, no paran de mostrarnos como disfruta del sexo. ¡Sí, del sexo! Podríamos incluso decir que disfruta como un enano (perdón, ya sé que es malo, pero no me he podido aguantar).

Sospecho que en este punto la mayoría de los lectores estarán sorprendidos de que los retrones sean seres sexuados (y no lisitos abajo como el Ken o como los ángeles), pero, a pesar de lo suculento del tema, y del brillo que os intuyo en los ojos, el blog es demasiado joven para hablar de eso. Aún no estoy preparado.

La parte del cuerpo de Tyrion Lannister en la que hoy quiero centrarme no es su pene, sino su cerebro.

A medida que avanza Juego de Tronos, vamos descubriendo cómo este personaje posee una inteligencia por encima de la mayoría de las personas que lo rodean. Tyrion Lannister suele darse cuenta de lo que pasa por la mente de todos los que interaccionan con él, detecta las redes de relaciones sociales en un castillo nada más bajarse del caballo, es capaz de manipular a la gente, y sabe cómo escapar de situaciones comprometidas a base de astucia.

Pero lo más importante, lo que me interesa aquí hoy, es que Tyrion Lannister sabe que, siendo retrón en un mundo de espadas, de guerras y de fuerza física, su única baza es usar la cabeza. Ser inteligente. Lo sabe, lo busca y lo cultiva. Por ejemplo, en muchos capítulos lo veremos leyendo. En un mundo y en una época en los que los libros no son, ni mucho menos, un objeto común.

En general, y sin querer menospreciar la importancia del ejercicio regular, la salud física y una buena alimentación, la mejor baza siempre es la cabeza. Para los bípedos también. Pero, para un retrón, no es la mejor. Es la única.

Por eso, siempre me ha hecho gracia esta presión social exagerada, aliento y aplauso, dirigida a que los retrones sean atletas, forzudos, escaladores, corredores y demás prodigios físicos. Realmente, en una sociedad en la que se admira (y se paga) muchísimo más a un deportista de élite que a un científico de ídem, esta actitud no debería ser muy sorprendente. Y no lo es. Pero en el caso de un retrón, además de esperada, esa actitud es peligrosa. Un bípedo sin estudios, cuando acaba su carrera como deportista, tiene un montón de posibilidades laborales sin cualificación a su alcance. El problema es que casi todas conllevan caminar, hacer fuerza o levantar peso. No sé si me seguís.

Si eres retrón, te gusta el deporte y lo haces como un hobby, genial. Pero te recomiendo que no pongas todas las manzanas en esa cesta. Aunque la gente te aplauda, y aunque te dé ese gustito suave y calentito, como que estás “recuperando un poco lo que te falta”, te va a salir siempre más a cuenta soñar con el premio Nobel que con la medalla de oro. Pasar tu tiempo entre libros que pasarlo en el gimnasio. Te va a llevar más lejos, mucho más lejos, admirar a Stephen Hawking que a Oscar Pistorius. O a Tyron Lannister que a Forrest Gump.

Y no me cuentes historias. No me vale lo de que “se te da mal” el trabajo intelectual, o que “te cansa”. En primer lugar, el cerebro es plástico y se puede educar. En cuanto al cansancio, supongo que no me estarás intentando convencer de que el deporte no cansa.

Si eres retrón y tienes la suerte de no haber nacido con un problema intelectual serio (y aún así, quizás te daría el mismo consejo), lee, estudia, aprende, piensa. Cultiva ese cerebro tuyo. Quizás así tengas alguna posibilidad de salir adelante y tener una vida más o menos independiente.

Además, no te queda otra.

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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

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