Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El Gobierno da por imposible pactar la acogida de menores migrantes con el PP
Borrell: “Israel es dependiente de EEUU y otros, sin ellos no podría hacer lo que hace”
Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

“Por mis cojones, Raúl Gay no entra en este colegio”

Hoy quiero compartir con los lectores una experiencia por la que pasamos mi familia y yo hace ya casi 30 años. Yo era muy joven, nací en el 81, y sé lo que me han contado. Hace unos días pedí a mi madre que pusiera por escrito las claves de esta desagradable época.

Como miles de familias cada año, cuando cumplí 4, mis padres comenzaron a mirar colegios donde escolarizarme. Había ido a una guardería privada muy cerca de casa y ahora era el momento de ir a lo que entonces se llamaba preescolar. Lo ideal era un centro cercano; si es lo que buscan todas las familias, más aún con un crío retrón. El objetivo era que yo fuera a un cole normal, no a uno de integración que, por entonces, eran poco más que aparcamientos para niños con problemas físicos y psíquicos.

Al echar los papeles, el Ministerio (Educación todavía no estaba transferida a las Comunidades Autónomas) envía un asistente social para valorar mi capacidad, decidir si puedo ir un cole normal y observar cómo me apaño en la guardería. Desconozco qué dijo ese asistente pero entiendo que la respuesta sería positiva porque el siguiente paso fue solicitar plaza en el Colegio San Agustín de Zaragoza, a 3 minutos de mi casa a pie. Por supuesto, fui rechazado. La excusa fue que ellos no disponen de la figura del cuidador, que está presente en la Ley de Integración Social de los Minusválidos de 1982 (LISMI).

En el capítulo sobre educación de esta norma, se señalaba que “solamente cuando la profundidad de la minusvalía lo haga imprescindible, la educación para minusválidos se llevará a cabo en Centros específicos.” El resto podía y debía asistir a centros públicos y “deberá contar con el personal interdisciplinario técnicamente adecuado que, actuando como equipo multiprofesional, garantice las diversas atenciones que cada deficiente requiera”. Claro, una cosa es lo que dice la ley y otra la realidad. Poner un cuidador (así se llamaba entonces) en cada centro ordinario para atender a los retrones que ahora podían asistir a las clases era un esfuerzo económico que el Ministerio no había previsto. Cuántas veces hemos visto leyes a las que no dotan de recursos...

Una vez descartado Agustinos (mucho mejor, ¿qué pintaba yo en un cole de curas?), el Ministerio dijo a mis padres que se recorrieran los colegios de Zaragoza a ver si alguno me daba el visto bueno. De nuevo, era importante la cercanía y dijeron que no.

Finalmente, entro en un cole público de preescolar llamado Mariano de Cavia, muy cerca de casa. Pero antes se produce una escena bastante desagradable. Profesores y padres de alumnos y alumnos se reúnen para “decidir” si puedo ir a clase. Un chaval sin brazos, con las piernas dobladas, que no camina sino que se arrastra y da volteretas por el suelo... ¿Cómo va a aprender? ¿Cuánto va a retrasar a nuestros hijos? ¿Cuánta atención requerirá del profesor? Mi madre tuvo que decir ante todos que no era un orco de Mordor, que no mordía, que no iba a retrasar al resto de la clase. Una escena con un toque casi estalinista.

Curso los 2 años de preescolar con la ayuda de un cuidador y a la hora de pasar a EGB, de nuevo, piedras en el camino.

Aquí hay cierta niebla en el recuerdo. Toda mi vida he sabido que el director del colegio pronunció la frase con la que titulo este post. Pero mis padres me dicen que no recuerdan si se la dijeron a la cara o fue en una reunión con un inspector de educación, que era amigo suyo. No importa el contexto: importa la frase en sí, la actitud, la ideología que hay detrás. La pronunció el director del colegio público Miraflores allá por 1986-87. Se llamaba Luis Quibus, fumaba en clase y todos los alumnos le conoceríamos como El Perro. Un tipo oscuro, residuo del franquismo. Lo malo de los colegios céntricos es que estaban copados por cincuentones que habían estudiado con el cuadro de Franco en la pared y preferían hablar del Génesis que de Darwin. Pues bien, este señor dijo en una reunión que “por mis cojones, Raúl Gay no entra en mi colegio”.

Mis padres fueron al Ministerio de Educación, a hablar con la directora Provincial de Educación, Pilar de la Vega. Dijo que “por sus ovarios”, yo iba a entrar en el colegio. Parece que ganaron los ovarios, porque estuve los 8 años de EGB en ese centro. Una prueba más de que un mundo legislado y gobernado por mujeres sería un mundo mejor (aunque le pese a De la Riva y otros cavernícolas).

Todavía no había cuidador en ese centro y al principio venía mi madre. También, de vez en cuando, la sustituía Ángel Alcover, responsable del Ministerio en Zaragoza. No sé muy bien cuánto tiempo después, pusieron a una cuidador.

Ese día el colegio Miraflores se convirtió en el primer centro público de Integración en Aragón y yo en el primer retrón en asistir a un aula normal. Con el tiempo habría más. Crecerían los cuidadores, se abriría un aula de Fisioterapia y en las clases habría ciegos parciales, sordos leves, síndromes de Down, paralíticos cerebrales... También aparecería un argentino en silla de ruedas un par de años mayor que yo. Pablo, se llamaba. Curiosamente, durante ese tiempo apenas cruzamos una palabra y 20 años después aquí nos hemos juntado...

Hoy todos los profesores dicen que era muy buen alumno y tal y cual. Pero la verdad era que por entonces nadie me quería en su aula. Pensaban que era “tontico”, que iba a retrasar la clase... Por lo visto, se echaron a suertes a quién le tocaba. Entré en un aula gobernada por una mujer llamada Manolita que cada día, a las 9 de la mañana, nos hacía rezar el Padre Nuestro. Todo muy democrático.

Anécdotas retroniles de mis 8 años de EGB hay unas cuantas. Pero como dice Michael Ende, ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

***

Con este post me despido hasta octubre. Desde que comenzamos el blog, a finales de 2012, he publicado cada semana y necesito un descanso. Se queda al frente Patricia Carrascal. En un mes nos vemos.

Hoy quiero compartir con los lectores una experiencia por la que pasamos mi familia y yo hace ya casi 30 años. Yo era muy joven, nací en el 81, y sé lo que me han contado. Hace unos días pedí a mi madre que pusiera por escrito las claves de esta desagradable época.

Como miles de familias cada año, cuando cumplí 4, mis padres comenzaron a mirar colegios donde escolarizarme. Había ido a una guardería privada muy cerca de casa y ahora era el momento de ir a lo que entonces se llamaba preescolar. Lo ideal era un centro cercano; si es lo que buscan todas las familias, más aún con un crío retrón. El objetivo era que yo fuera a un cole normal, no a uno de integración que, por entonces, eran poco más que aparcamientos para niños con problemas físicos y psíquicos.