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La decadencia

Uno de los libros más tristes que recuerdo lleva por título Flores para Algernon. En España fue publicado por Acervo Ciencia Ficción, y compartía espacio con Dune y sagas de fantasía épica. Pero Flores para Algernon es otra cosa. Relata un experimento científico para aumentar la inteligencia. A la hora de probar el fármaco en humanos, eligen a un treintañero con grave retraso mental.

Creo recordar que lo sacan de una residencia, donde pasa el día con la boca abierta, la mirada vacía y rastrillando un jardín como única ocupación. Esperando a la muerte, que diría el coronel Aureliano Buendía.

No hacen falta muchas dosis para descubrir que el fármaco funciona. El protagonista pierde esa discapacidad mental y se transforma no sólo en un ser humano con una inteligencia común, sino es una persona brillante. Los científicos aplauden y se frotan las manos: se van a hacer de oro. La encargada directa del experimento habla cada día con el protagonista y termina por surgir la chispa entre ellos. Todo va como la seda... hasta que la cúpula de la empresa farmacéutica decide detener las pruebas. Ya han demostrado que funciona… ¿qué sentido tiene gastar dinero en ese retrón?

Muy a su pesar, la científica deja de suministrarle la dosis, le da pastillas falsas, si no recuerdo mal. Y nosotros, los lectores, presenciamos la recaída del protagonista, la pérdida de inteligencia, la incapacidad de de elaborar frases ingeniosas, de moverse con soltura... Vuelve a ser un retrón con mirada vacía en un jardín.

Canta Sabina que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. No lo tengo tan claro. El protagonista del libro ni siquiera es capaz de añorar, pero sí la mujer que se ha enamorado de él. Y también nosotros lamentamos más de su retroceso que si nunca hubiera avanzado.

Me vino este libro a la cabeza al pensar en la situación económica y social de España. Y en los derechos humanos en este país lleno de españoles, según dijo Mariano Rajoy.

Desde 1980, hemos avanzado mucho en casi todos los ámbitos sociales. Partíamos de un paisaje tan atroz que no era difícil mejorarlo. Pero ahora corremos el riesgo de convertir el bosquecillo que creamos en un erial. Los árboles se arrancan con facilidad porque no se plantaron bien, las raíces no son profundas.

En el caso de la discapacidad, la ley de Dependencia impulsada por Zapatero no es la panacea. Es muy mejorable. Está enfocada a dos grupos de personas -ancianos y retrones- que no tienen las mismas necesidades y falla la financiación. Pero es un paso. Un primer paso. Aun así…

El Observatorio Estatal para la Dependencia asegura que el sistema está “colapsado” y recuerda que hay 190.000 personas esperando una prestación. Calcula que “morirán entre 60.000 y 70.000 dependientes con derechos reconocidos, mientras esperan una residencia o una ayuda”. Señala que el Gobierno de Rajoy ha firmado 5 decretos para, poco a poco, destruir la ley de Dependencia.

Yo me planteo... Cuando desaparezca la ley, ¿qué haremos los que nos hemos malacostumbrado a tener una mísera ayuda para un asistente? ¿Volver a casa de los padres? ¿Salir a la calle? ¿Montar un Gamonal? ¿Veremos a retrones en furgones de policía?

¿O nos quedaremos en nuestro jardín, esperando a la muerte?

Uno de los libros más tristes que recuerdo lleva por título Flores para Algernon. En España fue publicado por Acervo Ciencia Ficción, y compartía espacio con Dune y sagas de fantasía épica. Pero Flores para Algernon es otra cosa. Relata un experimento científico para aumentar la inteligencia. A la hora de probar el fármaco en humanos, eligen a un treintañero con grave retraso mental.

Creo recordar que lo sacan de una residencia, donde pasa el día con la boca abierta, la mirada vacía y rastrillando un jardín como única ocupación. Esperando a la muerte, que diría el coronel Aureliano Buendía.