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Derecho a decidir

Estos días he recordado una anécdota que me ocurrió cuando era pequeño. Esto viene al caso porque estoy viendo, hoy sobre todo, que había gente que estaba tuiteando sobre luchas a ciertas edades entre vocación periodística y lo que algunos consideran la dura realidad. Yo tendría nueve años, acababa de entrar en el conservatorio y empezaba a aprender las notas, ritmos y todo lo árido del lenguaje musical. La cuestión es que durante ese curso se empezaba a buscar un instrumento musical. Mis padres eligieron que tocara el violín así que hablaron con el profe del conservatorio y resulta que este se negó a darme clase. Se negó por el prejuicio de que debía coger el violín de una forma determinada con mi mano derecha y claro… como ya sabéis los que me soléis leer… no tengo los dedos estándar en la mano derecha así que eso suponía un problema… Y así es como me salí del conservatorio. Porque no había una posibilidad de convencer a ese señor profesor de violín. Yo vivía en una ciudad pequeña, Melilla, y no había muchas opciones más… así que me salí. Al tiempo en el cole me volvió a pasar algo parecido cuando tuve que dar música en el cole. Todos los niños con su flauta y a mí me ofrecieron tocar la armónica. Y no. No estaba dispuesto otra vez a pasar por lo mismo. Así que me compraron la flauta y aprendí. A veces lidiar contra el sistema es más jodido que hacerlo contra tu propia discapacidad. En mi caso ya estaba acostumbrado a ella, así que vivía razonablemente bien, intentando hacer las cosas lo mejor posible dentro de mis posibilidades. Pero si hay algo que me repatea los higadillos es que presupongan que por tener una discapacidad no puedo hacer algo. Esa manía de “infantilizar” o de eliminar la capacidad de decisión por “intentar evitar” el conflicto que nos supondría enfrentarnos a la frustración de reconocer que no podemos, es valga la redundancia, frustrante. Porque nosotros tenemos un nivel de capacidad distinto, ni mejor ni peor, pero por el hecho de tener una discapacidad ya se nos vienen encima todos los prejuicios de golpe y eso pesa. Pesa porque tenemos que estar aceptando, conviviendo o luchando con nuestra discapacidad para que encima nos tengan que estar diciendo que si no podemos, que si podemos, que si tal o cual. Lo fácil sería dejarnos decidir a nosotros que para eso generalmente tenemos opinión y nos gusta, ya ves tú qué cosas, manifestarla. En mi caso huyo del infantilismo, de la “comodidad” de ciertas situaciones, pero a vosotros, que me leéis y no soy retrones deberíais pensar si realmente el hecho de decidir por nosotros no es un acto egoísta. Dadnos espacio y podremos crecer lo suficiente, si necesitamos ayuda ya os la pediremos pero, por favor, no decidáis por nosotros, no seáis como mi viejo profesor de violín. No nos neguéis el derecho a decidir por nosotros mismos. Somos personas con discapacidad y la mayoría tenemos la posibilidad de decidir. 

Estos días he recordado una anécdota que me ocurrió cuando era pequeño. Esto viene al caso porque estoy viendo, hoy sobre todo, que había gente que estaba tuiteando sobre luchas a ciertas edades entre vocación periodística y lo que algunos consideran la dura realidad. Yo tendría nueve años, acababa de entrar en el conservatorio y empezaba a aprender las notas, ritmos y todo lo árido del lenguaje musical. La cuestión es que durante ese curso se empezaba a buscar un instrumento musical. Mis padres eligieron que tocara el violín así que hablaron con el profe del conservatorio y resulta que este se negó a darme clase. Se negó por el prejuicio de que debía coger el violín de una forma determinada con mi mano derecha y claro… como ya sabéis los que me soléis leer… no tengo los dedos estándar en la mano derecha así que eso suponía un problema… Y así es como me salí del conservatorio. Porque no había una posibilidad de convencer a ese señor profesor de violín. Yo vivía en una ciudad pequeña, Melilla, y no había muchas opciones más… así que me salí. Al tiempo en el cole me volvió a pasar algo parecido cuando tuve que dar música en el cole. Todos los niños con su flauta y a mí me ofrecieron tocar la armónica. Y no. No estaba dispuesto otra vez a pasar por lo mismo. Así que me compraron la flauta y aprendí. A veces lidiar contra el sistema es más jodido que hacerlo contra tu propia discapacidad. En mi caso ya estaba acostumbrado a ella, así que vivía razonablemente bien, intentando hacer las cosas lo mejor posible dentro de mis posibilidades. Pero si hay algo que me repatea los higadillos es que presupongan que por tener una discapacidad no puedo hacer algo. Esa manía de “infantilizar” o de eliminar la capacidad de decisión por “intentar evitar” el conflicto que nos supondría enfrentarnos a la frustración de reconocer que no podemos, es valga la redundancia, frustrante. Porque nosotros tenemos un nivel de capacidad distinto, ni mejor ni peor, pero por el hecho de tener una discapacidad ya se nos vienen encima todos los prejuicios de golpe y eso pesa. Pesa porque tenemos que estar aceptando, conviviendo o luchando con nuestra discapacidad para que encima nos tengan que estar diciendo que si no podemos, que si podemos, que si tal o cual. Lo fácil sería dejarnos decidir a nosotros que para eso generalmente tenemos opinión y nos gusta, ya ves tú qué cosas, manifestarla. En mi caso huyo del infantilismo, de la “comodidad” de ciertas situaciones, pero a vosotros, que me leéis y no soy retrones deberíais pensar si realmente el hecho de decidir por nosotros no es un acto egoísta. Dadnos espacio y podremos crecer lo suficiente, si necesitamos ayuda ya os la pediremos pero, por favor, no decidáis por nosotros, no seáis como mi viejo profesor de violín. No nos neguéis el derecho a decidir por nosotros mismos. Somos personas con discapacidad y la mayoría tenemos la posibilidad de decidir.